Iryna Vikyrchak / Ірина Вікирчак

1988 – , Ucrania

Iryna Vikyrchak es una gestora cultural, poeta, traductora, fotógrafa y editora ucraniana. Estudió en la Facultad de Lenguas Extranjeras y Geografía de la Universidad Nacional de Chernivtsi, donde terminó su doctorado en 2017. Es directora ejecutiva de Meridian Czernowitz, festival internacional de poesía que se lleva a cabo en la ciudad de Chernivtsi, en el oeste de Ucrania. Autora de volúmenes de poesía: «Conversación con el ángel» (2005) y coautora del libro foto-poético «Zeitzug: Czernowitz-Prag-Wien». (2011). Durante dos años fue asistente de Olga Tokarczuk y trabajó en la Casa de la Literatura de Breslavia. Miembro del PEN Club de Ucrania.

Trad. Ada Trzeciakowska

***

Eres poeta, dicen, esperamos
que nos des respuestas
eres poeta, dicen, explícanos
todo con un poema
doloroso, intenso, refleja tu pérdida
y llora a tus muertos
con unas cuantas metáforas nuevas
haz que las palabras de tu lengua se encuentren
en el orden en el que nunca antes se han encontrado
eres poeta, dicen.

¿Qué puedo responderles como poeta, como mujer,
amiga que ha perdido a sus amigos
por culpa del monstruo de la guerra?
Una que tiene amigos y amigos de los amigos
que nunca regresarán?
Quienes dejaron sus bibliotecas domésticas en llamas
en los edificios destruidos por armas letales
para que ellos mismos pudieran escapar y vivir?
Sin casas, sin libros, sin palabras, sin embargo, aún vivos.

Quién soy yo como poeta que no viene de las regiones afectadas,
una impostora, falsa víctima de la guerra, una empática
con imaginación cinematográfica
y versos libres en mi cabeza,
negándome a mí misma el derecho a hablar
sobre una guerra que ni siquiera es mía.

Eres poeta, dicen,
vienes de ESTE país
esperamos de ti que estés dando respuestas
escribas poemas, ya sabes.

¿Cómo puedo responderles con un poema,
cuando la ansiedad me corta la voz,
toca mis cuerdas vocales, se traga mis palabras?
¿No lo habéis leído todo en the
New York Times, en The Guardian e incluso
en la prensa local?
¿No habéis empleado la empatía ni
imágenes de las películas que habéis visto?
¿Queréis que os mande un enlace?

Ni siquiera escribo este poema
en la lengua de las víctimas*
aunque debería
porque son ellos los que buscan respuestas,
porque no soy yo quien debe conocerlas.

*Poema fue escrito en inglés el día 21.02.2022

Iryna con Olga Tokarczuk (para la revista Dwutygodnik)

Tłum. Aneta Kamińska

***

Jesteś poetką, mówią, oczekujemy
że dasz nam odpowiedzi
jesteś poetką, mówią, wytłumacz nam
wszystko wierszem
bolesnym, mocnym, oddaj swoją stratę
i opłakuj swoich zmarłych
kilkoma nowymi metaforami
spraw by słowa w twoim języku spotkały się
w porządku w jakim nigdy się nie spotykały
jesteś poetką, mówią.

Co mogę im odpowiedzieć jako poetka, kobieta,
przyjaciółka która straciła swoich przyjaciół
przez potwora wojny?
Która ma przyjaciół i przyjaciół przyjaciół
którzy nigdy nie wrócą?
Którzy zostawili domowe biblioteki płonące
razem z budynkami zniszczonymi bronią śmiercionośną
żeby sami mogli uciec i żyć?
Bez domów, bez książek, bez słów, ale jednak żyć.

Kim jestem jako poetka, która nie pochodzi z dotkniętych regionów,
czuję się jak oszustka wojenna, empatka
z kinematograficzną wyobraźnią
i wierszami wolnymi w głowie,
nie dająca sobie prawa do mówienia
o wojnie która nie jest nawet moja.

Jesteś poetką, mówią,
pochodzisz z TEGO kraju
oczekujemy że będziesz dawać odpowiedzi
pisać wiersze, wiesz.

Jak mogę odpowiedzieć im wierszem,
kiedy niepokój odbiera mi głos,
gra na moich strunach głosowych, połyka mi słowa?
Nie czytaliście tego wszystkiego w
New York Times, w Guardianie oraz
lokalnej prasie?
Nie wykorzystaliście empatii ani
wizualizacji z filmów które oglądaliście?
Mam wam wysłać link?

Nie piszę nawet tego wiersza
w języku ofiar*
chociaż powinnam
bo to oni wszyscy szukają odpowiedzi,
bo to nie ja mam je znać.

*Wiersz został napisany w języku angielskim 21.02.2022

***

You are a poet, they say, we expect you
to give us answers
you are a poet, they say, explain us
everything with a poem
a painful one, strong, render your loss
and grieve over your dead
with some new metaphors
make the words in your language meet
in the order they’ve never met before
you are a poet, they say.

What can I answer them, as a poet, a woman,
a friend who lost their friends
to the monster of war?
Who has friends and friends of friends
who will never return?
Who left their home libraries burn
with the buildings destroyed by the lethal arms
so they themselves can fleet and live?
Homeless, bookless, wordless, but yet alive.

Who am I as a poet, not coming from the regions affected,
a war victim impostor, an empath
with cinematographic imagination
the free verses in my head,
not giving myself the right to speak
on the war that is not even mine.

You are a poet, they say,
you come from THAT country
we expect you to be giving answers
to write poems, you know.

How can I answer them with a poem,
when anxiety cut off my voice,
played on my vocal cords, ate up my words?
Haven’t you read it all in the
New York Times, in The Guardian and also
your local press?
Haven’t you used your empathy and
some visuals from movies you’ve seen?
Would you like me to send you a link?

I am not even writing this poem
in the language of victims
although I should
for it’s all them who are seeking the answers,
for it’s not up to me to know any.


Stanisław Lem

1921-2006, Polonia

Trad. Matilde Horne y F. A.

Solaris

Dime, ¿tú crees en Dios?
Snaut me echó una mirada inquieta.
—¿Qué?… ¿Quién cree todavía?…
Yo adopté un tono desenvuelto.
—No es tan sencillo. No se trata del Dios tradicional de las religiones de la Tierra. No soy especialista en historia de las religiones y tal vez no haya inventado nada. ¿Sabes, por casualidad, si existió alguna vez una fe en un dios… imperfecto?
Snaut frunció las cejas.
—¿Imperfecto? ¿Qué quieres decir? En cierto sentido, todos los dioses eran imperfectos, una suma de atributos humanos magnificados. El Dios del Antiguo Testamento, por ejemplo, exigía sumisión y sacrificios, y tenía celos de los otros dioses… Los dioses griegos, de humor belicoso, enredados en disputas de familia, eran tan imperfectos como los hombres.
Lo interrumpí.
—No, no pienso en dioses nacidos del candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Es un dios… enfermo, de una ambición superior a sus propias fuerzas, y él no lo sabe. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas o mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados. Ha creado la eternidad, que sería la medida de un poder infinito, y que mide sólo una infinita derrota.
Snaut titubeó, pero ya no me mostraba esa desconfiada reserva de los últimos tiempos.
—El maniqueísmo, antaño…
Lo interrumpí.
—Ninguna relación con el principio del Bien y del Mal. Este dios no existe fuera de la materia, quisiera librarse de la materia, pero no puede…
Snaut reflexionó un instante.
—No conozco ninguna religión de ese tipo. Esta especie de religión nunca fue… necesaria. Si te comprendo, y temo haberte comprendido, piensas en un dios evolutivo, que se desarrolla en el tiempo, crece, y es cada vez más poderoso, aunque sabe también que no tiene bastante poder. Para tu dios, la condición divina no tiene salida; y habiendo comprendido esa situación, se desespera. Sí, pero el dios desesperado ¿no es el hombre, mi querido Kelvin? Es del hombre de quien me hablas.. Tu dios no es sólo una falacia filosófica, sino también una falacia mística.
—No, no se trata del hombre —insistí—. Es posible que en ciertos aspectos el hombre se acomode a esta definición provisional, y también deficiente. El hombre, a pesar de las apariencias, no inventa metas. El tiempo, la época, se las imponen. El hombre puede someterse a una época o sublevarse; pero el objeto aceptado o rechazado le viene siempre del exterior. Si sólo hubiese un hombre, quizá pudiera tratar de inventarse una meta; sin embargo, el hombre que no ha sido educado entre otros seres humanos no llega a convertirse en hombre. Y el ser que yo… que yo concibo… no puede existir en plural ¿comprendes?
Snaut señaló la ventana.
—Ah —dijo—, entonces…
—No, él tampoco. En el proceso de desarrollo, habrá rozado sin duda el estado divino, pero se encerró en sí mismo demasiado pronto. Es más bien un anacoreta, un eremita del cosmos, no un dios… El océano se repite, Snaut, y mi dios hipotético no se repetiría jamás. Tal vez esté ya en alguna parte, en algún recoveco de la Galaxia, y muy pronto, en un arrebato juvenil, apagará algunas estrellas y encenderá otras… Nos daremos cuenta al cabo de un tiempo.
—Ya nos hemos dado cuenta —dijo Snaut con acritud—. ¿Las novas y las supernovas serían entonces los cirios de un altar?
—Si tomas lo que digo al pie de la letra…
—Y Solaris es quizá la cuna de tu divino infante —continuó Snaut, con una sonrisa que le multiplicó las arrugas alrededor de los ojos—. Solaris es tal vez la primera fase de ese dios desesperado… Quizá esta inteligencia pueda desarrollarse inmensamente… Todas nuestras bibliotecas de solarística pueden no ser otra cosa que un repertorio de vagidos infantiles…
—Y durante un tiempo —proseguí— habremos sido los juguetes de ese bebé. Es posible. ¿Tú sabes lo que acabas de hacer? Has ideado una hipótesis enteramente nueva sobre el tema de Solaris. Felicitaciones. De pronto, todo se explica, la imposibilidad de establecer un contacto, la ausencia de respuestas, el comportamiento extravagante; todo corresponde a la conducta de un niño pequeño…
De pie frente a la ventana, Snaut refunfuñó:
—Renuncio a la paternidad de la hipótesis…
Contemplamos un rato las olas tenebrosas; una mancha pálida, oblonga, se dibujaba al este, en la bruma que velaba el horizonte.
Sin apartar los ojos del desierto centelleante, Snaut preguntó de pronto:
—¿De dónde sacaste esa idea de un dios imperfecto?
—No sé. Me parece muy verosímil. Es el único dios en el que yo podría creer, un dios cuya pasión no es una redención, un dios que no salva nada, que no sirve para nada: un dios que simplemente es.

Ciclo dedicado al Universo de Lem. 5-8 de abril en Cineteca de Madrid, 7-16 de junio en Planetario de Madrid.

Solaris

Powiedz mi, czy… wierzysz w Boga? Spojrzał na mnie bystro.
– Co ty? Kto wierzy jeszcze dziś… W jego oczach tlał niepokój.
– To nie jest takie proste – powiedziałem umyślnie lekkim tonem – bo nie chodzi mi o tradycyjnego Boga ziemskich wierzeń. Nie jestem religiologiem i może niczego nie wymyśliłem, ale nie wiesz przypadkiem, czy istniała kiedyś wiara w Boga… ułomnego?
– Ułomnego? – powtórzył unosząc brwi. – Jak to rozumiesz? W pewnym sensie bóg każdej religii był ułomny, bo obarczony ludzkimi cechami, powiększonymi tylko. Bóg Starego Testamentu był na przykład żądnym czołobitności i ofiar gwałtownikiem, zazdrosnym o innych bogów… greccy bogowie przez swą kłótliwość, waśnie rodzinne byli nie mniej po ludzku ułomni…
– Nie – przerwałem mu – mnie idzie o Boga, którego niedoskonałość wynika nie z prostoduszności jego ludzkich stwórców, ale stanowi jego najistotniejszą, immanentną cechę. Ma to być Bóg, ograniczony w swojej wszechwiedzy i wszechmocy, omylny w przewidywaniu przyszłości swoich dzieł, którego bieg ukształtowanych przezeń zjawisk może wprawić w przerażenie. Jest to Bóg… kaleki, który pragnie zawsze więcej, niż może, i nie od razu zdaje sobie z tego sprawę. Który skonstruował zegary, ale nie czas, jaki odmierzają. Ustroje czy mechanizmy, służące określonym celom, ale one przerosły te cele i zdradziły je. I stworzył nieskończoność, która z miary jego potęgi, jaką miała być, stała się miarą jego bezgranicznej klęski.
– Niegdyś, manicheizm… – zaczął wahając się, Snaut. Podejrzliwa rezerwa, z jaką zwracał się do mnie w ostatnim czasie, znikła.
– Ale to nie ma nic wspólnego z pierwiastkiem dobra i zła – przerwałem mu natychmiast. – Ten Bóg nie istnieje poza materią i nie może się od niej uwolnić, a tylko tego chce…
– Podobnej religii nie znam – powiedział po chwili milczenia. – Taka nie była nigdy… potrzebna. Jeśli cię dobrze rozumiem, a obawiam się, że tak, to myślisz o jakimś bogu ewoluującym, który rozwija się w czasie i dorasta, wznosząc się na coraz to wyższe piętra potęgi, do świadomości jej bezsiły? Ten twój Bóg to istota, która weszła w boskość jak w sytuację bez wyjścia, a pojąwszy to, oddała się rozpaczy. Tak, ale Bóg rozpaczający to przecież człowiek, mój drogi? Chodzi ci o człowieka… To nie tylko kiepska filozofia, to nawet kiepska mistyka.
– Nie – odpowiedziałem z uporem – nie chodzi mi o człowieka. Może być, że pewnymi rysami odpowiadałby tej prowizorycznej definicji, ale to tylko dlatego, że jest pełna luk.
Człowiek wbrew pozorom nie stwarza sobie celów. Narzuca mu je czas, w którym się urodził, może im służyć albo buntować się przeciw nim, ale przedmiot służby czy buntu jest dany z zewnątrz. Aby doświadczyć całkowitej wolności poszukiwania celów, musiałby być sam, a to się nie może udać, gdyż człowiek nie wychowany wśród ludzi nie może się stać człowiekiem. Ten… mój to musi być istota pozbawiona liczby mnogiej, wiesz?
– Ach – powiedział – że ja od razu… I wskazał ręką za okno.
– Nie – sprzeciwiłem się – i on nie. Najwyżej jako to, co ominęło w swoim rozwoju szansę boskości, zbyt wcześnie zasklepiwszy się w sobie. On jest raczej anachoretą, pustelnikiem kosmosu, a nie jego bogiem… On się powtarza, Snaut, a ten, o którym myślę, nigdy by tego nie zrobił. Może powstaje właśnie gdzieś, w którymś zakątku Galaktyki, i niebawem zacznie w przystępie młodzieńczego upojenia gasić jedne gwiazdy i zapałać inne zauważymy to po jakimś czasie…
– Jużeśmy zauważyli – rzekł kwaśno Snaut. – Novae i Supernovae… czy to są według ciebie świeczki jego ołtarza?
– Jeżeli chcesz to, co mówię, traktować tak dosłownie…
– A może właśnie Solaris jest kolebką twego boskiego niemowlęcia – dorzucił Snaut. Coraz wyraźniejszy uśmiech otoczył jego oczy cienkimi zmarszczkami. – Może on jest właśnie w twoim rozumieniu pierwociną, zalążkiem Boga rozpaczy, może jego witalne dziecięctwo przerasta jeszcze o góry jego rozumność, a to wszystko, co zawierają nasze biblioteki solarystyczne, jest tylko wielkim katalogiem jego niemowlęcych odruchów…
– My zaś przez pewien czas byliśmy jego zabawkami – dokończyłem. – Tak, to możliwe. I wiesz, co ci się udało? Stworzyć zupełnie nową hipotezę na temat Solaris, a to naprawdę nie byle co! I od razu masz wytłumaczenie niemożliwości nawiązania kontaktu, braku odpowiedzi, pewnych – nazwijmy je tak – ekstrawagancji w postępowaniu z nami; psychika małego dziecka…
– Rezygnuje z autorstwa – mruknął stając przy oknie. Przez dłuższą chwilę patrzyliśmy w czarne falowanie. U wschodniego horyzontu rysowała się we mgle blada, podługowata plamka.
– Skąd ci się wzięła ta koncepcja ułomnego Boga? – spytał nagle, nie odrywając oczu od zalanej blaskiem pustyni.
– Nie wiem. Wydała mi się bardzo, bardzo prawdziwa, wiesz? To jedyny Bóg, w którego byłbym skłonny uwierzyć, którego męka nie jest odkupieniem, niczego nie zbawia, nie służy niczemu, tylko jest.

Bohumil Hrabal

1914-1997, Chequia

Hrabal trabajó durante una época en una planta de reciclaje de papel de libros censurados.  Además, sus obras también fueron censurados por el régimen comunista.

Trad. Monika Zgustová

Una soledad demasiado ruidosa

Trabajé hasta bien entrada la noche y me refrescaba sacando la cabeza por el patio interior, y a través de aquella chimenea de cinco pisos miraba, como el joven Kant, un fragmento del cielo estrellado; después, tomando el asa de la jarra, a cuatro patas y con paso inseguro, subía la escalera y, tambaleándome, me dirigía a la taberna, compraba cerveza y volvía a bajar a tres patas a mi madriguera donde, sobre la mesa, a la luz de la bombilla, tenía abierto el libro Teoría general del cielo de Immanuel Kant… En el silencio de la noche, cuando los sentidos reposan calmados, habla un espíritu inmortal en un lenguaje difícil de designar, compuesto de conceptos, que es posible comprender pero imposible describir… Estas frases me afectaron de tal manera que me fui corriendo a sacar la cabeza al patio abierto para mirar el fragmento de cielo estrellado y sólo después continué cargando el papel asqueroso a la prensa con una horca, un papel lleno de familias de ratitas envueltas en una especie de algodón, de telaraña; de hecho los que trabajan con papel viejo no son humanos, de la misma manera que tampoco lo es el cielo, yo ya sé que alguien lo tiene que hacer, pero en el fondo mi trabajo se reduce a una matanza de inocentes, tal como la pintó Pieter Brueghel, la semana pasada envolví todas las balas con la reproducción de ese cuadro, hoy, en cambio, me iluminaba el amarillo y el dorado de los Girasoles de Van Gogh, de sus círculos y sus puntos, y este resplandor acrecentaba mi sentido de lo trágico. Así trabajaba, adornando las pequeñas tumbas de los ratoncitos, y de vez en cuando me iba a leer un fragmento de la Teoría general del cielo, cada vez tomaba una frase y la saboreaba como si fuese un caramelo de menta. Me inundaba la grandeza desmesurada y la infinita pluralidad, me invadía la belleza, la belleza caía sobre mí como un riego, de todos lados, el cielo visto a través del agujero del patio interior encima de mi cabeza, los combates y las guerras de dos clanes de ratas en las alcantarillas bajo mis pies, ante mí, en fila india, como un tren de veinte vagones, veinte paquetes iluminados por el centelleo de los girasoles; la máquina con su gran fuerza horizontal chafaba los ratoncitos silenciosos que no decían ni pío, como cuando les agarra un gato cruel y juega con ellos, y es que la misericordiosa naturaleza ha inventado el horror, es el horror que hace fundir los plomos, él, más fuerte que el dolor, envuelve a quien visita en el momento de la verdad. Todo eso me dejaba admiradísimo, súbitamente me sentí santificado, embellecido por dentro, por haber tenido el valor de soportarlo, por no haber perdido el juicio entre todas las cosas que veía y experimentaba en cuerpo y alma, aquí, en mi soledad demasiado ruidosa, me daba cuenta con estupefacción que este trabajo me había introducido en el campo infinito de la omnipotencia. Sobre mi cabeza brillaba una bombilla, los botones verde y rojo ponían en movimiento el cilindro de la prensa, hala, hala, ahora voy, ahora vuelvo, y yo, al fin y a la postre, llegué al pie de la montaña, tuve que coger una pala y, al igual que los excavadores de zanjas, ayudarme con una rodilla para poder vencer el papel convertido en una especie de arcilla. La última pala llena de aquella materia pegajosa y húmeda; me sentía como un limpiador de alcantarillas, trabajando en el profundo abismo de una cloaca abandonada. Deposité allí la Teoría general del cielo, abierta; até el paquete con alambres, el botón rojo interrumpió la presión y soltó el paquete hecho; lo arrastré a la cola, a la fila de sus compañeros gemelos, me senté en un peldaño, mis manos colgaban sobre el suelo de cemento mientras veintiún girasoles iluminaban la sombría penumbra de mi cueva. Los ratoncitos temblaban de frío porque ya no les quedaba papel donde excavar sus escondrijos, uno de ellos se me acercó y me atacó, un pequeño ratoncito se lanzaba contra mí, incorporado sobre sus patas traseras, tal vez me quería morder o echarme al suelo, o sólo hacerme un poco de daño, con toda la fuerza de su cuerpecito saltaba y me mordía la húmeda suela de los zapatos, yo rehusaba suavemente sus ataques, pero en vano, hasta que al final no pudo más, jadeando se retiró a un rincón para mirarme fijamente, directamente a los ojos; temblando como una hoja comprendí que en aquellos ojos de ratoncito había algo más que el cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en mi interior. Como un relámpago se me apareció Arthur Schopenhauer afirmando que la más elevada de las leyes es el amor y el amor es compasión, comprendí por qué Arthur odiaba tanto al forzudo de Hegel y me alegré de que ni Hegel ni Schopenhauer hubieran sido comandantes de dos ejércitos adversarios: estaba seguro de que aquellos dos habrían sido tan despiadados como los dos clanes de ratas en las alcantarillas del subsuelo de Praga. Por la noche me eché en la cama, medio muerto, bajo el baldaquín que soportaba dos toneladas de libros; en las tinieblas de mi habitación escasamente iluminada por los faroles de la calle distinguía los lomos de los libros y me parecía percibir en el silencio el roer de los pequeños dientes de los ratoncitos, de encima de mi cabeza me llegaba aquel sonido que me llenaba de pánico, me parecía oír el tictac de una bomba, y si había ratoncitos, se trataba sin duda de todo un nido, los nidos se convertirían en villorrios, los villorrios en pueblos y, de acuerdo con la progresión geométrica, al cabo de un año ese nido se convertiría en toda una ciudad de ratoncitos, que roerían tan bien y con tanta aplicación las vigas del baldaquín que pronto bastaría con hacer un gesto imprudente o emitir un sonido para que las dos toneladas de libros se desmoronasen sobre mí; ésa sería su venganza por haberlos prensado.

Película de 2007, adaptación del libro por Genevieve Anderson

1 Fotografía de Josef Koudelka; 2-4 Bohumil Hrabal

Tłum. Piotr Godlewski

Zbyt głośna samotność

Pracowałem do nocy i żeby się odświeżyć, wychodziłem do szybu wentylacyjnego i przez studnię pięciu pięter patrzyłem na skrawek gwiaździstego nieba jak młody Kant, a następnie na czworakach, dzierżąc ucho pustego dzbana, wytaczałem się do tylnego wyjścia i zataczając się szedłem po piwo, aby potem znów podpierając się ręką zejść tyłem ze schodów do piwnicy, jakbym schodził z góry po drabinie, i na stoliku pod świecącą żarówką miałem otwartą Teorię nieba, paczki stały przy windzie na baczność, a dziś napocząłem setkę mokrych i przemoczonych wielkich reprodukcji Słoneczników Vincenta van Gogha, więc boki każdej paczki jaśniały złocistym i pomarańczowym słonecznikiem na błękitnym tle, tak więc zmniejszał się smród sprasowanych myszek i ich gniazd, i starego, rozpadającego się papieru, suwak prasy poruszał się tam i z powrotem, gdy wciskałem to zielony, to czerwony guzik, w przerwach piłem piwo i do tego czytałem Teorię nieba Immanuela Kanta, o tym, że w ciszy, w powszechnej ciszy nocy oraz w spokoju zmysłów duch nieśmiertelny mówi nienazwanym językiem o pojęciach, które można wprawdzie zrozumieć, lecz nie opisać… I te zdania szokowały mnie tak, że wybiegałem do szybu wentylacyjnego i patrzyłem w górę na gwiaździsty wycinek nieba, a następnie nadal ciskałem widłami do koryta ohydny papier z mysimi rodzinami owiniętymi w taką ligninkę, taką watkę, lecz ten, kto pakuje stary papier, nie jest humanitarny, podobnie jak niebiosa, w gruncie rzeczy to, co robiłem, ktoś tę pracę musiał wykonać, ta praca była rzezią niewiniątek, tak jak to namalował Pieter Breughel, w tę reprodukcję owijałem wszystkie paczki w zeszłym tygodniu, ale dzisiaj jaśniały mi kręgi i tarcze złotej i żółtej barwy, Słoneczniki van Gogha, które wzmagały tylko poczucie tragedii. Tak więc pracowałem i ozdabiałem grobeczki myszek, a przy tym odbiegałem na bok i czytałem z Teorii nieba, jedno tylko zdanko brałem zawsze do ust jak ślazowy cukierek, tak więc byłem przy pracy napełniony niezmierną wielkością i nieskończoną mnogością, i pięknem, które tryskało na mnie ze wszystkich stron, gwiaździste niebo dziurawego szybu wentylacyjnego nade mną, wojna i bitwy dwóch szczurzych klanów we wszystkich kanałach i ściekach miasta stołecznego Pragi pode mną, dwadzieścia paczek ustawionych równo jak pociąg o dwudziestu wagonach zwrócony w stronę windy, a wszystkie obrócone ku mnie ściany paczek były rozświetlone lampami słoneczników, pełne koryto prasy, ściskane siłą poziomej śruby, zgniatało ciche myszki, które nie wydały nawet głosiku, tak samo jak gdy myszkę złapie i igra z nią okrutny kocur, tak oto miłosierna natura wynalazła zgrozę, w której wyłączają się bezpieczniki i zgroza silniejsza niż ból ogarnia tego, kogo nawiedzi w minucie prawdy. Wszystko to wprawiało mnie w osłupienie, nagle mnie uświęciło i wypiękniałem we własnych oczach, bowiem miałem odwagę nie oszaleć od tego wszystkiego, co w tej mojej zbyt głośnej samotności widziałem i ciałem oraz duszą osobiście zaznałem i przeżyłem, nabywałem pełnej zdumienia wiedzy, poprzez tę pracę rzucającej mnie w nieskończony obszar wszechmocy. A nade mną świeciła żarówka, czerwone i zielone guziki poruszały suwakiem prasy tam i na powrót, wreszcie dobrałem się łopatą do dna piwnicy i jak kopacze, gdy wyrzucają ziemię z wykopu, ja też musiałem pomagać sobie kolanem, by stylisko łopaty utrzymało ten papier, który przetworzył się już w jakiś margiel, w opokę. Tak więc wrzuciłem ostatnią łopatę mokrej i kleistej substancji, jakbym był kanalarzem i czyścił dno opuszczonego ścieku w podziemiach praskiej kanalizacji. Do ostatniej paczki włożyłem otwartą Teorię nieba i kiedy podwiązałem paczkę drutami, i czerwony guzik zwolnił nacisk, i wytoczyłem tę paczkę na wózek, i odwiozłem ją do tych dwudziestu pozostałych, siadłem na stopniu, ręce zwisały mi przez kolana na zimną cementową podłogę. Dwadzieścia jeden Słoneczników świeciło w ciemnej szarzyźnie piwnicy i kilka myszek, które trzęsły się z zimna, bo nigdzie nie było już papieru, jedna z tych myszek podeszła blisko i zaatakowała mnie, maleńka myszka doskakiwała do mnie na tylnych łapkach i chciała ugryźć mnie albo może przewrócić, możliwe, że chciała mnie jedynie zranić, całą siłą swego mysiego ciałka skakała i kąsała moją mokrą podeszwę, za każdym razem odsuwałem ją delikatnie, ale myszka wciąż od nowa rzucała się na moją podeszwę, aby wreszcie całkiem bez tchu przysiąść w kątku i patrzeć na mnie, patrzeć mi w oczy, i zacząłem dygotać, widziałem, że w tych mysich oczach jest w tej chwili coś więcej niż gwiaździste niebo nade mną, więcej niż prawo moralne we mnie. Uderzeniem pioruna oznajmił mi Artur Schopenhauer, że najwyższym prawem jest miłość, a ta miłość to współczucie, pojąłem, dlaczego Artur tak nienawidził głoszącego kult siły Hegla, byłem jednak zadowolony, że ani Hegel, ani Schopenhauer nie byli dowódcami wrogich armii, bo ci dwaj toczyliby wojnę dokładnie taką, jaką wiodą dwa szczurze klany we wszystkich kanałach i ściekach praskich podziemi. Dziś w nocy byłem taki zbiedzony, leżałem w poprzek łóżka pod baldachimem, nad którym belki podtrzymywały dwie tony książek, patrzyłem w półmrok wdzierający się ze skąpo oświetlonej ulicy i przez szpary między deskami widziałem grzbiety książek, a kiedy było cicho, nagle usłyszałem chrobot mysich ząbków, słyszałem, jak pracują na baldachimie nad moim łóżkiem, i z kilku książek dochodził mnie ten dźwięk, który napędzał mi strachu, jakby cykał tam stoper, a gdzie są myszki, tam gdzieś nade mną będzie też mysie gniazdo, a gdzie są gniazda, tam za kilka miesięcy powstanie mysia osada, a za pół roku wioski myszek, które w postępie geometrycznym, nim minie rok, utworzą miasteczko, zdolne podgryzać również tramy i belki tak przemyślnie, że pewnego razu – i to już wkrótce – trącę je tylko głosem, tylko nieznacznym ruchem ręki i zleci na mnie tych dwadzieścia kwintali książek, i tak myszki zgotują mi odpłatę za wszystkie paczki, w których je kiedykolwiek sprasowałem.

Charles Simic

1938 – 2023 , Serbia / EE. UU

Trad. Sandra Toro

Motel Paraíso

Habían muerto millones, inocentes todos.
Yo me quedé en mi cuarto. El presidente
hablaba de la guerra como de una poción de amor.
Los ojos se me abrían del asombro.
Mi cara en el espejo me parecía
una estampilla con dos sellos.

Vivía bien, pero la vida era horrible.
Había tantos soldados ese día,
tantos refugiados que llenaban las calles.
Naturalmente, al tocarlos con la mano
desaparecían todos.
La historia se lamía las comisuras de su boca ensangrentada.

En el canal pago, un hombre y una mujer
intercambiaban besos voraces y se arrancaban
la ropa entre ellos mientras yo los miraba
sin volumen y con la habitación a oscuras
excepto por la pantalla donde el color
tenía demasiado rojo, demasiado rosa.

Fotogramas de Un día más con vida de Raúl de la Fuente y Damian Nenow basada en un libro de reportajes de guerra en Angola de Ryszard Kapuściński.

Tłum. Krystyna Dąbrowska

Motel Paradise

Miliony zginęły; wszyscy niewinni.
Siedziałem w swoim pokoju. Prezydent
Mówił o wojnie jak o miłosnym eliksirze.
Miałem oczy otwarte ze zdumienia.
W lustrze moja twarz wyglądała
Jak dwukrotnie ostemplowany znaczek.

Dobrze żyłem, ale życie było straszne.
Tak wielu żołnierzy w tym czasie,
Tak wielu uchodźców tłoczyło się na drogach.
Naturalnie wszyscy zniknęli
Za dotknięciem ręki.
Historia oblizała kąciki krwawych ust.

Na płatnym kanale mężczyzna i kobieta
Wymieniali głodne pocałunki i zdzierali
Z siebie ubrania, a ja patrzyłem,
Z wyłączonym dźwiękiem, bez światła,
Nie licząc ekranu, którego kolory
Miały zbyt wiele czerwieni, zbyt wiele różu.

MOTEL PARADISE

Millions were dead; everybody was innocent.
I stayed in my room. The President
Spoke of war as of a magic love potion.
My eyes were opened in astonishment.
In a mirror my face appeared to me
Like a twice-canceled postage stamp.

I lived well, but life was awful.
there were so many soldiers that day,
So many refugees crowding the roads.
Naturally, they all vanished
With a touch of the hand.
History licked the corners of its bloody mouth.

On the pay channel, a man and a woman
Were trading hungry kisses and tearing off
Each other’s clothes while I looked on
With the sound off and the room dark
Except for the screen where the color
Had too much red in it, too much pink.

Fotogramas de Nuestra música y El libro de imágenes de Jean-Luc Godard

Stanisław Lem

1921-2006, Polonia

* En uno de sus relatos más originales (con influencias atípicas de novela gótica, y fantasy dado que la historia transcurre en mundo pseudo-feudal) Lem reflexiona sobre el libre albedrío de un robot asesino.

Trad. Joanna Orzechowska

Máscara (frg.)

En el principio era la oscuridad, oscuridad y unas llamas frías, gélidas, y también el prolongado estrépito de largas hileras de chispas, unos brazos engrasados, formados por varios elementos, que me transferían más allá y unas serpientes metálicas que, al reptar, me rozaban con sus planas cabezas, provocándome sus hocicos un rápido y agudo escalofrío, próximo al placer.

A través de unas lentes redondas, me traspasó una mirada sumamente profunda, inmóvil, que, no obstante, se alejaba de mí gradualmente, o quizás era yo quien se movía, adentrándome en el círculo de la siguiente mirada, que despertó en mí un leve entumecimiento, a la par que respeto y miedo. Durante un tiempo indeterminado, avancé boca arriba y, conforme progresaba de aquella forma, yo fui explorando mis propios límites. Aunque había comenzado a reconocerme, no acerté a precisar cuándo logré abarcar con exactitud mis contornos e identificar dónde mi propio yo terminaba. Allí comenzaba el mundo, resonante, fogoso, oscuro… Después, el ruido cesó y las finas extremidades de insecto —las que antes me habían ido pasando entre sí, elevándome y trasladándome con ligereza hasta unos puños con tenazas que me acercaban a unos labios planos rodeados de chispas— desaparecieron y seguí yaciendo —aún inerte, pero ya capaz de ejecutar mi propio movimiento, y plenamente consciente de que aquel no era el momento adecuado para ello— e inclinada en esa posición, sintiendo frío —pues me encontraba entonces en un plano inclinado—, una última corriente, un viático sin aliento, como un beso tembloroso, me comprimió: aquella era la señal para levantarme y adentrarme reptando en un agujero redondo, sin luz y, ya sin prisa, palpé las frías, lisas y cóncavas baldosas para dejarme caer y descansar sobre ellas. Sentí un profundo alivio. Pero quizás solo fue un sueño.

No recuerdo nada del despertar. Sin embargo, me vienen a la mente unos incomprensibles susurros en mitad de la gélida penumbra circundante: el mundo se abrió ante mí gracias a un ancho haz de luz que brillaba, roto en mil colores. Recuerdo, también, asombrarme cuando me moví para atravesar el umbral. Los fuertes destellos se deslizaban sobre una colorida confusión de troncos verticales, y veía sus esferas dirigirse hacia mí con botones que refulgían acuosos. El bullicio generalizado cesó y, en el silencio que reinó después, me atreví a dar otro pequeño paso. Entonces, mediante un sonido apenas audible, como si en mi interior se quebrase una cuerda finísima, noté cómo me llegaba el sexo tan bruscamente que acabé mareada y tuve que cerrar los párpados. Y mientras permanecía así, con los ojos cerrados, desde todas partes me llegaron las palabras, ya que junto con el sexo se introdujo en mí el lenguaje.

Fotogramas de Ex Machina de Alex Garland

Maska

Na początku była ciemność i zimne płomienie, i huk przeciągły, a w długich sznurach iskier czarno osmalone haki wieloczłonkowe, które podawały mnie dalej, i pełza­jące metalowe węże, co dotykały mię ryjkowato spłaszczo­nymi łbami, a każde takie dotknięcie budziło dreszcz bły­skawiczny, ostry i rozkoszny prawie.

Zza szkieł okrągłych patrzał we mnie wzrok niezmier­nie głęboki, nieruchomy i oddalał sią, ale to chybam ja się przesuwało dalej i wchodziło w krąg następnego spojrzenia, budzącego drętwotę, szacunek i lęk. Ta wędrówka moja na wznak trwała czas niewiadomy, a w miarę jej postępów powiększałom się i rozpoznawałom siebie, doświadczając własnych granic i nie potrafię wyjawić, kiedym mogło już dokładnie ogarnąć własny kształt, rozpoznać każde miej­sce, gdziem ustawało. Tam się świat zaczynał, huczący, pło­mienny, ciemny, a potem ustał ruch i cienkie trzpienie stawonogie, co podawały mię sobie, unosiły lekko w górę, od­dawały cęgowym garściom, podsuwały płaskim ustom w otoku iskier, znikły, i leżałom jeszcze bezwładne, choć zdolne już do własnego ruchu, lecz w pełni wiadomości, że jeszcze nie czas i w tym zmartwiałym przechyle — bom spoczywało wtedy na skośnej równi — ostatni prąd, wiatyk bez tchu, pocałunek rozedrgany sprężył mnie i to był znak, żeby zerwać się i wpełznąć w okrągły otwór bezświetlny i już bez wszelkiego przynaglania dotknęłom zimnych, gładkich, wklęsłych płyt, aby spocząć na nich z kamienną ulgą. Lecz może był to sen.

O przebudzeniu nic nie wiem. Szelesty niezrozumiałe pamiętam i półmrok chłodny i siebie w nim, świat otworzył mi się światłem szerokim, połyskliwością rozbitą w barwy, i to jeszcze, jak wiele zdumienia było w mym ruchu, gdym przekraczało próg. Silne blaski spływały z góry na barwny zamęt pionowych kadłubów, widziałom ich kule, obracające ku mnie lśniące wodą guziki, powszechny gwar zamarł i w powstałej ciszy uczyniłom jeszcze jeden mały krok. Wtedy z nieposłyszanym, odczutym tylko dźwiękiem cieniutkiej struny, co pękła we mnie, uczułam napływ płci tak gwałtowny, że chwycił mnie zawrót głowy i przymknę­łam powieki. A gdy stałam tak, z zamkniętymi oczami, do­biegły mnie ze wszech stron słowa, bo razem z płcią wszedł we mnie język.

Adaptación del relato por los hermanos Quay

Transl. Michael Kandel

The mask

 In the beginning there was darkness and cold flame and lingering thunder, and, in long strings of sparks, char-black hooks, segmented hooks, which passed me on, and creeping metal snakes that touched the thing that was me with their snoutlike flattened heads, and each such touch brought on a lightning tremor, sharp, almost pleasurable.   

From behind round windows eyes watched me, immeasurably deep eyes, unmoving, and they receded, but perhaps it was I who was moving on, entering the next circle of observation, which inspired lethargy, respect and dread. This journey of mine on my back lasted an indeterminate time, and as it progressed the it that was I increased and came to know itself, discovering its own limits, and I cannot say just when I was able to grasp its own form fully, to take cognizance of every place where I left off. There the world began, thundering, flaming, dark, and then the motion ceased and the delicate flitting of articulated limbs, which handed the me to me, lifted lightly up, relinquished that me to pincer hands, offered it to flat mouths in a rim of sparks, disappeared, and the it that was myself lay still inert, though capable now of its own motion yet in full awareness that my time had not come, and in this numb incline—for I, it, rested then on a slanting plane—the final flow of current, breathless last rites, a quivering kiss tautened the me and that was the signal to spring up and crawl into the round opening without light, and needing no urging now I touched the cold, smooth, concave plates, to rest on them with stone relief. But perhaps all that was a dream.   

Of waking I know nothing. I remember incomprehensible rustlings and a cool dimness and myself inside, the world opened up before it in a panorama of glitter, broken into colors, and I remember also how much wonder there was in my movement when it crossed the threshold. Strong light beat from above on the colored confusion of vertical trunks, I saw their globes, which turned in its direction tiny buttons bright with water, the general murmur died down and in the ensuing silence the thing that was myself took yet another step.    And then, with a sound not heard but sensed, a tenuous string snapped within me and I, a she now, felt the rush of gender so violent, that her head spun and I shut my eyes. And as I stood thus, with eyes closed, words came to me from every side, for along with gender she had received language.

The complete text

Stanisław Lem

1921-2006, Polonia

Solaris

Trad. Matilde Horne y F. A.

No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta, pero no nos gusta como es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo; partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo. Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un estado de prístina inocencia, no es sólo una estatua del Hombre-Héroe la que parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en silencio, ya no estamos de acuerdo.
Yo había escuchado pacientemente.
—Pero ¿de qué hablas?
—De lo que todos queríamos: el contacto con otra civilización. ¡Se ha establecido el contacto! ¡El microscopio ya puede mostrarnos nuestra horrible fealdad, nuestra locura, nuestra vergüenza!
La voz le temblaba de rabia.
—Entonces ¿tú crees que es… el océano? ¿Que el océano provoca… esto? Pero ¿por qué? Todavía no pregunto cómo, pregunto ¡por qué! ¿Crees seriamente que trata de jugar con nosotros, o castigarnos?… ¡Demonomanía primaria! El planeta gobernado por un enorme demonio, que satisface las exigencias de un humor satánico enviando súcubos a los miembros de una expedición científica… ¡Snaut, no es posible que creas en semejantes disparates¡

Cartel de Victo Ngai

Solaris

Nie potrzeba nam innych światów. Potrzeba nam luster. Nie wiemy, co począć z innymi światami. Wystarczy ten jeden, a już się nim dławimy. Chcemy znaleźć własny, wyidealizowany obraz; to mają być globy, cywilizacje doskonalsze od naszej, w innych spodziewamy się znowu znaleźć wizerunek naszej prymitywnej przeszłości. Tymczasem po drugiej stronie jest coś, czego nie przyjmujemy, przed czym się bronimy, a przecież nie przywieźliśmy z Ziemi samego tylko destylatu cnót, bohaterskiego posągu Człowieka!
Przylecieliśmy tu tacy, jacy jesteśmy naprawdę, a kiedy druga strona ukazuje nam tę prawdę – tę jej część, którą przemilczamy – nie możemy się z tym zgodzić!
Więc co to jest? – spytałem, wysłuchawszy go cierpliwie.
To, czegośmy chcieli: kontakt z inną cywilizacją. Mamy go, ten kontakt! Wyolbrzymiona jak pod mikroskopem nasza własna, monstrualna brzydota, nasze błazeństwo i wstyd!!!
W jego głosie drżała wściekłość.
Uważasz zatem, że to… ocean? Że to on? Ale po co? Mniejsza już w tej chwili o mechanizm, ale na miłość boską, po co?! Czy myślisz serio, że chce się z nami bawić? Albo karać nas?! To jest dopiero prymitywna demonologia! Planeta opanowana przez bardzo wielkiego diabła, który dla zaspokojenia swojej żyłki szatańskiego humoru podsuwa członkom naukowej ekspedycji succuby! Sam chyba nie wierzysz w tak skończony idiotyzm?!