Manuel Altolaguirre

1905-1959, España

Recuerdo de un olvido

Se agrandaban las puertas. Yo gigante,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
atravesaba las estancias,
golpeando las paredes sordas.

¡Qué collar interior en mi garganta
de palabras en germen, de lamentos
que no podían salir, que se estorbaban
en su gran muchedumbre!

¡Cuánto tiempo de olvido incomprensible!
Siempre ella en su ventana.
Su ventana entre dos nubes
-una y ella- siempre.

Y yo distante, agigantado, loco,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
pesándome en el alma su naufragio,
agarrándose, hundiéndome,
en un espeso mar de cielos grises.

Collage propio

Tłum. Ada Trzeciakowska

Wspomnienie zapomnienia

Drzwi stawały się coraz większe. Olbrzymi ja,
ze wspomnieniem zapomnienia w sercu,
przemierzałem pomieszczenia,
uderzając w głuche ściany.

Cóż za wewnętrzny naszyjnik noszę w gardle
ze słów w zarodku, ze skarg
nie mogących się wydostać, blokujących
się w tak licznej gromadzie!

Ileż to czasu niepojętego zapomnienia!
Zawsze ona w swoim oknie.
Oknie między dwiema chmurami
-Jedna i ona- zawsze.

A ja, daleki, wyolbrzymiony, obłąkany,
ze wspomnieniem zapomnienia w sercu,
z duszą, której ciąży jej zatonięcie,
gdy czepia się kurczowo, a ja tonę,
w gęstym morzu szarego nieba.

Pablo Figueroa

1993, Puerto Rico

El poema viene de «Nova Provincia», debut literario del joven escritor portorriqueño Pablo Figueroa, a quien el gran amor por la poesía polaca llevó a aprender la lengua y recorrer el país entero durante sus viajes. Pablo es co-fundador y co-editor de la editorial independiente Gacela Del Ático, sus traducciones de Zagajewski se publicaron en la revista digital Círculo de Poesía.

VISITA A LA CIUDAD DE ZAGAJEWSKI

Qué ciudad es esa
que no aparece en los mapas

no existe y a la vez
está en todas partes

podría ser París Houston
a las seis de la tarde
o Gliwice pero también
Cracovia y Lvov

cómo llegar a ella
de dónde partir

a través de las hojas
de una lengua extraña
a una desconocida

de la mano de una guía
de una traducción

la ciudad de Zagajewski:
dos ciudades donde se encuentran
los amaneceres y la lluvia
iglesias antiguas calles
largas familias con secretos
y revelaciones

una ciudad muda
que despierta con el canto del mirlo
de sus poetas
y permite dar paseos
hasta muy entrada la noche
cuando nos llega un eco de los bosques

nunca he estado en esa ciudad perdida
pero siempre estoy yendo a ella

una ciudad ajena
que se confunde en la memoria
(aun así me pertenece)

que guarda silencio y permite
escuchar esa otra voz
del más allá

pero también
del más acá

Collage propio

Wiersz z debiutanckiego tomiku młodego portorykańskiego pisarza «Nova Provincia», którego wielka miłość do polskiej poezji skłoniła do nauki języka i przemierzenia całego kraju podczas podróży. Pablo jest współzałożycielem i współredaktorem niezależnego wydawnictwa Gacela Del Atico, jego przekłady wierszy Adama Zagajewskiego opublikował magazyn internetowy Círculo de Poesía.

Trad. Ada Trzeciakowska

W mieście Zagajewskiego

Co to za miasto
nie pojawia się na mapach

nie istnieje i zarazem
jest wszędzie

mógłby to być Paryż Houston
o szóstej wieczorem
lub Gliwice, ale też
Kraków bądź Lwów

jak się tam dostać
skąd wyruszyć

kartami
obcego języka
w nieznane

trzymając się przewodnika
i przekładu

miasto Zagajewskiego:
dwa miasta, zamieszkane przez
wschody słońca i deszcz
kościoły, stare uliczki
wielkie rodziny ich sekrety
i objawienia

nieme miasto
które budzi się ze śpiewem kosa
swych poetów
i pozwala na spacery
do późnej nocy
gdy echo z lasu dociera do nas

nigdy nie byłem w tym zaginionym mieście
choć zawsze ku niemu zmierzam.

obce miasto
które rozmywa się w pamięci
(mimo to należy do mnie)

które milczy i pozwala
posłyszeć ten drugi głos
z zaświatów

ale też
ten stąd

Gioconda Belli

1948 – , Nicaragua/España

Hoy, el régimen de Daniel Ortega ha retirado la nacionalidad a 94 escritores, activistas, defensores de derechos humanos, ambientalistas y miembros de la oposición, entre otros a la poeta Gioconda Belli.

Luciérnagas

A las cinco de la tarde
Cuando el resplandor se queda sin brillo
Y el jardín se sumerge en el último hervor dorado del día
Oigo el grupo bullicioso de niños
Que salen a cazar luciérnagas.
 
Corriendo sobre el pasto
Se dispersan entre los arbustos,
Gritan su excitación, palpan su deslumbre
Se arma un círculo alrededor de la pequeña
Que muestra la encendida cuenca de sus manos
Titilando.
 
Antiguo oficio humano
Este de querer apagar la luz.
 
¿Te acordás de la última vez que creímos poder iluminar
La noche?
 
El tiempo nos ha vaciado de fulgor.
Pero la oscuridad
Sigue poblada de luciérnagas.

Ilustración de Naeemeh Naeemaei (Irán); Gioconda Belli

Świetliki

O piątej wieczorem.
Kiedy światłość traci swe lśnienie
A ogród nurza się w ostatnim złotym żarze dnia
Słyszę wrzawę grupki dzieci
Na wyprawie po świetliki.
 
Biegnąc po trawie
Rozpierzchają się wśród chaszczy,
Piszczą z ekscytacji, pod palcami małe olśnienia.
Krąg zamyka się wokół małej,
Unosi rozjarzony żłobek dłoni
Cały rozmigotany
 
Starym ludzkim odruchem jest
Chęć zgaszenia światła.
 
Pamiętasz, wierzyliśmy, że możemy rozświetlić
Noc?
 
Czas skradł nasz blask.
Lecz ciemność
wciąż zamieszkują świetliki.



Adam Zagajewski

1945 – 2021 , Polonia

Trad. Jerzy Sławomirski y Anna Rubió

Dos ciudades

En el año 1945, casi toda la familia hizo las maletas y llenó los baúles preparándose para abandonar Lvov o sus aledaños. Al mismo tiempo liaban los bártulos innumerables familias alemanas obligadas a dejar sus casas y sus pisos de Silesia, Gdańsk, Szczecin, Olsztyn y Królewiec. Millones de personas comprimieron con las rodillas las tapas rebeldes de maletas que no cerraban bien. Ocurría así por orden de tres caballeros de edad provecta que se habían dado cita en Yalta.
En octubre del mismo año ya estábamos en la ciudad peor, en Gliwice. Aún estacionaba allí el Ejército Rojo y, al caer la noche, en los callejones oscuros resonaban a menudo ráfagas de metralleta (eso me contaron después).
Mis tías y mis tíos, sus conocidos y los primos de sus conocidos, aquellas familias, clanes y tribus, abandonaron Lvov para reencontrarse —no todos, aunque sí la mayoría— en las calles de Gliwice.
¿Qué clase de ciudad era aquélla? Peor. Más pequeña. Insignificante. Industrial. Ajena. Mi madre lloraba al caminar por sus calles.
Pero teníamos que vivir allí. Y, válgame Dios, allí también había amaneceres y ocasos, y las mismas estaciones recorrían el calendario y los parques municipales. Dominaba sobre la ciudad una réplica de madera de la torre Eiffel, la antena de una emisora de radio de antes de la guerra.
(…)
Los nuevos habitantes de Gliwice se asemejaban a los europeos normales y corrientes sólo en apariencia. La mayoría eran deportados del este, inmigrantes de fecha reciente, inmigrantes que, no obstante, nunca habían abandonado su país. Su país se había desplazado hacia el oeste, y ellos con él. Además, casi todos podían anteponer al nombre de su profesión, vocación u oficio la palabreja «ex». Eran ex jueces, ex oficiales, ex profesores (por no decir nada de ex niños) despojados de su existencia anterior por el nuevo régimen que examinaba con lupa el pasado de cada ciudadano, siempre que el ciudadano tuviera algún pasado. Pero hasta los más pobres entre los pobres tenían alguno.
(…)
La gente del mercado de hortalizas de la calle Bytomska sólo era real y contemporánea en parte, mientras que por lo demás recordaban sombras, unas sombras vivientes. Inmigrantes en su propio país, ex profesores de una universidad que ya no existía, ex oficiales de un ejército que había sido disuelto, ex consejeros y ex letrados con el deje oriental de un Oriente desaparecido, rangos pertenecientes a otra era, abrigos que habían sido vueltos del revés por enésima vez, zapatos de cuero de los de antes, sombreros desteñidos con etiquetas de tiendas ya inexistentes.
Sólo los huevos, los tomates y las cerezas eran los de siempre, reales, triviales y palpables.
Mis padres formaban parte de la generación joven, de modo que no se vieron en la necesidad cambiar de vestimenta o lo hicieron poquísimo, justo lo imprescindible. Sin embargo, los desterrados que habían llegado a Gliwice con una edad avanzada, ya no se sentían con ánimos para cambiar nada en su manera de vestir, hablar o pensar. Lo anticuado se les había pegado como el olor a naftalina. Ternos pasados de moda, americanas de verano con las mangas cortadas, perneras de filderretor con la raya marcada por los siglos de los siglos, zapatos de hacía veinte años. Caminaban con cuidado para no dañar la suela ni rasguñar el cuero. Profesores, abogados, zapateros, ujieres, oficinistas y tranviarios se paseaban por los senderuelos del parque y descansaban a la sombra de castaños y hayas plantados todavía por los alemanes. Se aburrían, tenían que subsistir con unas pensiones miserables, o sea que daban vueltas por la ciudad, pisando con dignidad los antiguos adoquines germánicos.
Nunca pensé que aquellos paseos fueran una lenta agonía. Callejeaban, contemplando con aire de sorpresa los ladrillos prusianos de los edificios. Estaban ensimismados en su morir y asombrados por el lugar donde les había tocado hacerlo. Morían desconfiados, porque no conocían bien aquel pueblo, aquel aire ni aquella tierra. Algunos tenían prisa; otros, al contrario, intentaban dejar la muerte para más adelante y así poder echar una ojeada al paisaje, conocer los árboles locales y familiarizarse con la tierra.
Perdían la memoria. La mayoría por razones biológicas, a causa de la vejez, pero algunos parecían desear que llegaran la esclerosis y el olvido, y elegían de buen grado la vida en una niebla donde se confundían las épocas, las personas y las fechas. En mi familia también había ancianos que perdieron la memoria: mis dos abuelas y mi abuelo. Yo los acompañaba en sus paseos, los llevaba cogidos del brazo y les explicaba dónde estábamos y a dónde íbamos. ¡Yo, que aún no sabía nada, les serví con mi memoria! Y ellos, que tanto hubieran podido contarme de su larga vida, no fueron capaces de ordenar sus pensamientos.
Al perder la memoria, regresaban a la ciudad perdida. Paradójicamente, para ellos perder la memoria significaba recuperarla, porque, como es sabido, la amnesia parcial que acompaña a la vejez consiste en la pérdida de control sobre las capas más recientes de recuerdos y en el retorno a las antiguas reminiscencias que nada ni nadie es capaz de borrar. Regresaban a Lvov.
Así pues, recorría las calles de Gliwice con mi abuelo —porque era suyo el paso que yo trataba de igualar más a menudo—, pero, de hecho, cada uno paseaba por una ciudad distinta. Yo era un rapazuelo juicioso que tenía una memoria pequeña como una avellana y estaba convencido de que, caminando por las calles de Gliwice entre edificios modernistas prusianos adornados con pesadas cariátides de granito, me hallaba donde me hallaba. Sin embargo, mi abuelo, a pesar de andar a mi lado, en aquellos momentos transitaba por Lvov. Yo recorría las calles de Gliwice y él las de Lvov.

de Dos ciudades (ensayo; 1991)

Leópolis antes de la II Guerra.

Dwa miasta

W roku 1945 prawie cała rodzina pakowała walizki i skrzynie i przygotowywała się do opuszczenia Lwowa i okolic. W tym samym czasie pakowały się też niezliczone niemieckie rodziny, którym kazano porzucić ich domy i mieszkania na Śląsku, w Gdańsku, Szczecinie, Olsztynie i Królewcu. Miliony ludzi przyciskały kolanami oporne walizy; działo się tak na życzenie trzech starszych panów, którzy spotkali się w Jałcie.
W październiku tego roku znaleźliśmy się w gorszym mieście, w Gliwicach. Stacjonowała w nim jeszcze wtedy Armia Czerwona i wieczorami w ciemnych ulicach nieraz rozlegały się strzały z pepeszy (tak mi opowiadano o tym później).
Moje ciotki i moi wujowie, ich znajomi i kuzyni ich znajomych, rodziny, klany i szczepy, wszyscy, wyjechali ze Lwowa i spotkali się – nie wszyscy, ale spora ich część – na ulicach Gliwic.
Jakie to było miasto? Gorsze. Mniejsze. Niepozorne. Przemysłowe. Obce. Moja mama płakała chodząc jego ulicami.
Ale trzeba było w nim żyć. O dziwo, także i tutaj zdarzały się wschody i zachody słońca i te same pory roku przechodziły przez kalendarz i przez miejskie parki. Nad miastem wznosiła się replika wieży Eiffla, drewniana konstrukcja, nadajnik przedwojennej radiostacji
(…)
Nowi mieszkańcy Gliwic tylko pozornie przypominali zwyczajnych Europejczyków. Byli w większości deportowani ze wschodu; byli świeżymi emigrantami, lecz emigrantami, którzy wcale nie opuścili swego kraju. Kraj przesunął się na zachód, tylko tyle. I oni razem z krajem. Po drugie, prawie wszyscy mogli postawić przed nazwą swego zawodu, powołania czy egzystencji słówko „eks”. Byli to eks-sędziowie, eks-oficerowie, eks-profesorowie (nie wspominając już o eks-dzieciach), wyzuci ze swoich dotychczasowych karier przez nowy ustrój, który surowo egzaminował przeszłość każdego obywatela (jeśli tylko obywatel posiadał przeszłość; ale nawet najbiedniejsi jakąś przeszłość mieli).
(…)
Ci ludzie na targu warzywnym przy ulicy Bytomskiej tylko w części byli realni i współcześni, poza tym podobni byli raczej do cieni. Żywe cienie, emigranci we własnym kraju, eks-profesorowie nie istniejącego już uniwersytetu, eks-oficerowie nie istniejącej już armii, wschodni akcent nie istniejącego już Wschodu, eks-radcy i eks-mecenasi, rangi przynależne do innej ery, przenicowane po raz drugi płaszcze, buty z przedwojennej skóry, kapelusze spłowiałe i ozdobione znaczkami nieistniejących już firm.
Tylko jajka, pomidory i czereśnie były zwyczajne i realne, trywialne i dotykalne.
Moi rodzice należeli wtedy do młodszego pokolenia, nie musieli się więc przebierać, albo tylko w minimalnym, nieuniknionym stopniu. Ci jednak spośród wygnańców, którzy przywędrowali do Gliwic w podeszłym wieku, nie mieli już siły, by zmienić cokolwiek we własnym stroju, sposobie mówienia czy myślenia. Nieśli ze sobą dawność jak naftalinę. Staromodne garnitury, letnie marynarki o uciętych, krótkich rękawach, zaprasowane na wieczność nogawki spodni z filafilu, buty sprzed dwudziestu lat; stąpali w nich ostrożnie, by nie uszkodzić podeszwy, nie zadrapać powierzchni skóry. Chodzili po alejach parku, odpoczywali w cieniu poniemieckich kasztanów i buków, profesorowie i mecenasi, szewcy i woźni, urzędnicy i motorniczy tramwajów. Nudzili się, żyli z biednych emerytur, krążyli więc po mieście, kroczyli statecznie po poniemieckim bruku.
Nie wiedziałem, że to krążenie jest powolnym umieraniem. Chodzili ulicami, przyglądając się ze zdziwieniem pruskim cegłom kamienic. Pochłonięci byli umieraniem i zaskoczeni miejscem, w którym przyszło im umierać. Umierali nieufnie, ponieważ nie znali dobrze tej miejscowości, tego powietrza, tej ziemi. Jedni spieszyli się, drudzy, przeciwnie, starali się odłożyć śmierć na później, tak, żeby naprzód przyjrzeć się okolicom, poznać tutejsze drzewa, zioła, polubić ziemię.
Tracili pamięć. Na ogół z powodów biologicznych, ze starości, niektórzy jednak zdawali się pragnąć sklerozy i niepamięci i ochoczo wybierali mgłę, w której zlewały się z sobą epoki, osoby i daty. Także i w mojej rodzinie byli starcy, którzy tracili pamięć – moje obie babcie, mój dziadek. Towarzyszyłem im podczas spacerów, prowadziłem pod rękę, objaśniałem, gdzie jesteśmy i dokąd idziemy. Ja, który nic jeszcze nie wiedziałem, służyłem im moją pamięcią! Oni, którzy tyle mogliby mi opowiedzieć o swoim długim życiu, nie byli w stanie zebrać myśli.
Tracąc pamięć wracali do utraconego miasta. Paradoksalnie, tracąc pamięć odzyskiwali ją, ponieważ, jak wiadomo, osłabienie pamięci w starości oznacza utratę kontroli nad najświeższymi warstwami wspomnień i powrót do wspomnień dawnych, których nic nie potrafi wymazać. Wracali do Lwowa.
Chodziłem więc tymi ulicami Gliwic z moim dziadkiem – bo jemu najczęściej dotrzymywałem kroku – ale w istocie spacerowaliśmy po dwu różnych miastach. Ja byłem trzeźwym chłopcem o pamięci małej jak orzech leszczynowy i byłem absolutnie pewny, że idąc ulicami Gliwic, pośród pruskich, secesyjnych kamienic, ozdobionych ciężkimi kariatydami z granitu, znajduję się naprawdę tam, gdzie się znajduję. Mój dziadek jednak, mimo że szedł tuż przy mnie, przenosił się w tym samym momencie do Lwowa. Ja szedłem ulicami Gliwic, on Lwowa.

z Dwa miasta (1991)

Transl. Lillian Vallee

Two cities

In 1945 almost my entire family was packing suitcases and trunks, getting ready to leave Lvov and vicinity. At the same time countless German families, who were told to leave their homes and apartments in Silesia, Danzig, Stettin, Allenstein, and Konigsberg, were also packing. Millions of people were forcing resistant suitcases shut with their knees; all this was happening at the behest of three old men who had met at Yalta.
In October of that year we found ourselves in the worse city, Gliwice. The Red Army was still garrisoned there, and in the evenings one often heard shots fired from a pepesha into the dark streets (or so I was told later).
My aunts and uncles, their friends and friends’ cousins, families, clans and tribes, all of them, left Lvov and met— not all but most of them—on the streets of Gliwice.
What sort of city was it? The worse one of the two. Smaller. Unpretentious. Industrial. Alien.
But one had to live there. And oh, wonder of wonders, here too there were sunrises and sunsets, and the same seasons of the year passed through calendars and municipal parks. A wooden replica of the Eiffel Tower, the transmitter of a prewar radio station loomed over the city.
(…)
The new inhabitants of Gliwice reminded one of Europeans only superficially. The majority of them were deported from the east. They were fresh emigrants; but it was not the emi­grants who had left their country, it was the country that had simply shifted to the west, that’s all. And they along with it. Also, almost all of them could put the prefix ex before the names of their professions, vocations, and existences. They were ex-judges, ex-officers, ex-professors—not to mention ex­children—deprived of their former careers by a new system that subjected the past of each citizen to severe scrutiny (if the citizen had a past; but even the poorest folks had some sort of past).
(…)
These people at the farmers’ market on Bytomska Street were only partially real and of the moment; beyond that they seemed more like shadows. Living shadows, emigrants in their own country: ex-professors of a university that no longer ex­isted; ex-officers of an army that no longer existed, with eastern accents of a no longer extant East; ex-city council members and ex-lawyers or civil service ranks that belonged to a different era, with twice-darned coats, shoes of prewar leather, and faded hats bearing the labels of companies that were now defunct.
Only eggs, tomatoes, and cherries were ordinary and real, trivial and palpable.
My parents belonged to the younger generation at that time; they did not have to change outfits, or perhaps did so only to a minimal, unavoidable degree. Those exiles, however, who ended up in Gliwice in middle age had not the strength to change anything in their clothing, manner of speaking, or thinking. They carried their past around like mothballs. Old- fashioned suits, summer jackets with short sleeves, creases pressed for all eternity into fine wool trousers, shoes from twenty years ago. They walked in them gingerly, so as not to damage the soles or nick the leather. They walked in the tree- lined lanes of the park, rested in the shade of post-German chestnuts and beeches, professors and attorneys, cobblers and janitors, officials and tram operators. They grew bored, lived on skimpy pensions, roamed the streets of the city, treading the post-German sidewalks with dignity.
I did not realize that this roaming of the streets was a slow dying. They walked the streets, looking with amazement at the Prussian bricks of the tenements. They were absorbed with dying and taken aback by the place in which they were to die. They died distrustfully because they did not know this place, this air, this land very well. Some hurried; others tried to put death off for later, so they could have a good look at their surroundings, so they could get to know the local trees and herbs, so they could like this land.
They lost their memories—usually for biological reasons, because of old age, although some appeared to crave sclerosis and oblivion and voluntarily chose to live in a fog, merging epochs, people, dates.
In my family, too, there were old people who were losing their memories—both of my grandmothers and my grand­father. I accompanied them on walks. They would lean on me, and I explained where we were and where we were going. I, who knew nothing yet, put my memory at their disposal! They, who could have told me so much about their long lives, weren’t capable of gathering their wits about them.
In losing their memories they returned to their lost city. Paradoxically, by losing their memories they recovered them, because it is clear that loss of memory in old age means loss of control over the most recent layers of memories and a return to old memories, which nothing is capable of eradicating. They returned to Lvov.
Thus I walked the streets of Gliwice with my grandfather —because it was he I accompanied most often—but in fact we were strolling two separate cities. I was a sober boy with a memory as small as a hazelnut, and I was absolutely certain that in walking the streets of Gliwice, among Prussian seces­sionist tenements decorated with heavy granite caryatids, I was where I really was. My grandfather, however, despite his walk­ing right next to me, was in Lvov. I walked the streets of Gliwice, he the streets of Lvov.

from Two cities

Joseph Brodsky/Czesław Miłosz/Irena Grudzińska-Gross

1940-1996, Rusia/EE. UU

Fragmento del libro de profesora en la Facultad de Lenguas Eslavas en Princeton, Irena Grudzińska-Gross, titulado Milosz y Brodsky. Campo magnético. Este retrato íntimo de la amistad entre dos iconos de la poesía del siglo XX, Czeslaw Milosz y Joseph Brodsky, pone de relieve las vidas paralelas de los poetas como exiliados que viven en Estados Unidos y son premios Nobel de literatura. Para crear esta obra profundamente original, Irena Grudzinska -Gross recurre a poemas, ensayos, cartas, entrevistas, discursos, conferencias y sus propios recuerdos personales como confidente de Milosz y Brodsky. El doble retrato de estos poetas y la elucidación de sus actitudes hacia la religión, la historia, la memoria y el lenguaje arrojan una nueva luz sobre las convulsiones del siglo XX. Gross también incorpora notas sobre las relaciones de ambos poetas con otras figuras literarias clave, como W. H. Auden, Susan Sontag, Seamus Heaney, Mark Strand, Robert Haas y Derek Walcott.

Trad. Ada Trzeciakowska

Milosz Y Brodsky. Campo magnético.

Brodsky, por su parte, admitió que el inglés influyó en su uso del ruso y en la forma de escribir sus poemas (por ejemplo, en una entrevista con Bengt Jangfeldt), lo cual era muy evidente. Esto no le gustaba a Milosz, quien rechazaba las «modas extranjeras» y de plegarse a las que parecía acusar a Brodsky. No le gustaba su «dogmatismo» poético, su sobrestimación del papel de la poesía y del lenguaje, su absolutización de la forma, su extremismo, su falta de moderación. Pero, probablemente, lo que más le disgustaba eran los poemas que Brodsky escribía en inglés: era, según Milosz, una especie de «hermafroditismo». En Deberes personales, sostiene que los escritores que absorben a la perfección una lengua extranjera, como Conrad o Nabokov, tienen «alguna tara secreta». El mismo enfoque del bilingüismo fue adoptado por Hannah Arendt, quien después de la guerra no regresó de su exilio en Estados Unidos a su Alemania natal. Estaba orgullosa de su acento alemán en inglés, de que su idioma principal siguiera siendo hasta el final el Muttersprache. Los que se han pasado al inglés hablan, según ella, una lengua en la que «un cliché persigue a otro, porque la productividad de la que uno es capaz en su propia lengua se ha extinguido por completo al olvidarse ésta». Jacques Derrida, que cita esta afirmación de Hanna Arendt, la contrasta con el concepto muy diferente que tenía Emmanuel Lévinas del lenguaje, quien empleaba múltiples idiomas. «Pocas son en él, me parece, las referencias solemnes a la lengua materna, no hay ninguna seguridad extraída de ella […] [hay] en cambio gratitud hacia el francés, la lengua del país anfitrión». La diferencia radica, comenta Derrida, en «la desconfianza de Lévinas ante el apego a una cierta sacralidad de las raíces». Esta misma contraposición describe bien la diferencia entre Milosz y Brodsky. Milosz reafirma mediante su escritura y su vida que el lenguaje de la infancia resulta fundamental, lo hace con un apego romántico y mickiewicziano a las raíces. Brodsky siente gratitud ante la amabilidad y la hospitalidad de «la lengua del país de acogida». Milosz fue fiel al lenguaje que es la memoria. Brodsky buscaba constantemente un idioma para sí mismo, fiel a lo que él llamaba Lenguaje.
Me parece que esta diferencia -los dos polos de la lealtad- no es una cuestión de libre elección. Volvamos a lo que escribí en el capítulo dedicado a sus historias familiares. Milosz estaba mejor, más cómodamente instalado, tanto en el mundo como en su lengua; todos los cambios que sufrió se produjeron dentro de esta homeostasis. El pasado, la familia, la historia le brindaron fuerza. A Brodsky, una total devoción por el idioma ruso sólo podía debilitarlo. Quedó irremediablemente desvinculado de su historia familiar —de la lengua y la cultura judías—. El resentimiento hacia esta historia está inscrito en ruso, empezando por la palabra Yevrei. Era una palabra -que lo definía a él mismo, después de todo- y que le resultaba difícil de pronunciar. Tal vez lo percibiera como un recordatorio de la desconexión, como una carencia inconsciente que le empujaba a una búsqueda constante. Estaba lastrado, por utilizar la frase de Derrida, por «el monolingüismo del otro», encerrado en un habla que es la única, y por tanto amada -lengua de la infancia- y, a la vez, lo distancia de sus tradiciones ancestrales. Derrida escribió sobre esta «carencia» al analizar su propia devoción incondicional al francés y al pensar en la asimilación de los judíos del Magreb de los que provenía. Quería escribir un texto titulado Los judíos del siglo XX. El monolingüismo del huésped. En él, hablaría del proceso de la asimilación en el país de acogida, de «la amorosa y desesperada apropiación de la lengua». Al pasarse, aunque sea parcialmente, al inglés, Brodsky se convierte en un «huésped» del mundo.
Se trata, pues, de dos estrategias diferentes de la «desobediencia lingüística». Milosz, quien, al principio, fue un despatriado tradicional, un solitario separado de su lector, eligió ser fiel a su lengua familiar y oponerse a la de su anfitrión». Brodsky ya no asume el papel del exiliado; en una época de migraciones masivas, de conexiones globales en la tierra, en la dimensión subterránea y en el éter, el papel del despatriado estaba agotado. Milosz era todavía un «exile«, Brodsky era ya solamente un «inmigrant«. Y decidió entrar en la nueva lengua tal y como estaba, con un estilo y un acento de inmigrante. A la pregunta «cómo tiene que cambiar la personalidad de una persona para que pueda escribir poesía en una lengua distinta a la materna», Brodsky respondió: «La personalidad de uno no tiene que cambiar, basta con amar la lengua en la que se escribe». Escribir poesía es, como la capacidad de hablar, una habilidad inherente e independiente de la lengua en la que se hace. La plasmación de este talento en su forma lingüística concreta es siempre fruto de un arduo trabajo, tanto si se trata de la lengua de la madre como de la de la nueva patria. Este idioma hay que aprenderlo, cultivarlo y cuestionarlo. Y amarlo. Así que yo invertiría el orden de la afirmación de Brodsky. No basta con «amar la lengua en la que se escribe», hay que «escribir en la lengua que se ama». Y, de la misma forma que Dante es el patrón de los poetas en el exilio, Brodsky y Milosz deberían ser nombrados patrones de los poetas inmigrantes. Aquellos cuyo rostro no sólo se dirige hacia la abandonada Florencia, ya que también ven el árbol que crece junto a su ventana. Y por eso escriben poesía con acento.

Fotogramas de Las alas de la paloma de de Iain Softley (1997). Adaptación de la novela homónima de Henry James.

Miłosz i BRODSKI. Pole Magnetyczne.

Brodski natomiast przyznawał, ze angielski wpłynął na jego użycie rosyjskiego i sposób pisania wierszy (m.in. w wywiadzie z Bengt Jangfeldt), co było zresztą bardzo widoczne. Nie podobało się to Miłoszowi, który odrzucał „mody cudzoziemskie», o podporządkowanie którym zdawał się oskarżać Brodskiego. Nie podobał mu się jego dogmatyzm» poetycki, przecenianie roli poezji i języka, absolutyzowanie formy, ekstremalność, brak umiaru. Ale najbardziej chyba nie podobały mu się wiersze, które Brodski pisał po angielsku: był to według Miłosza rodzaj „obojnactwa». W Prywatnych obowiązkach twierdzi, że pisarze, którzy doskonale absorbują obcy język, jak Conrad czy Nabokov, mają „jakąś sekretną skazę». Tak samo do kwestii dwujęzyczności podchodziła Hannah Arendt, która po wojnie nie wróciła z emigracji w Stanach Zjednoczonych do swych rodzinnych Niemiec. Dumna była ze swego niemieckiego akcentu w angielskim, z tego, że jej głównym językiem pozostaje do końca Muttersprache. Ci, którzy się na język angielski przestawili, mówią według niej językiem, w którym „jedno cliché goni za drugim, ponieważ produktywność, do jakiej jest się zdolnym w swym własnym języku, wygasała bez reszty w miarę, jak ten język zapominano». Jacques Derrida, który cytuje tę wypowiedź Hanny Arendt, przeciwstawia ją zupełnie innemu podejściu do języka Emmanuela Lévinasa, który posługiwał się wieloma językami. „Mało u niego, jak mi się wydaje, uroczystych odniesień do języka macierzystego, nie ma żadnej czerpanej z tegoż języka pewności […] [jest natomiast wdzięczność wyrażana francuszczyźnie, językowi gospodarza». Różnica polega, komentuje Derrida, na nieufności Lévinasa wobec „przywiązania do pewnej sakralności korzeni». To samo przeciwstawienie opisuje dobrze różnicę między Miłoszem a Brodskim. Miłosz potwierdza swą praktyką pisarską i życiową fundamentalność języka dzieciństwa – romantyczne, mickiewiczowskie przywiązanie do korzeni. Brodski odczuwa wdzięczność wobec przyjacielskości i gościnności „języka gospodarza». Miłosz był wierny językowi, który jest pamięcią. Brodski ciągle szukał dla siebie języka, wierny pozostając temu, co nazywał Językiem.
Wydaje mi się, że ta różnica – dwa kierunki wierności – nie jest kwestią wolnego wyboru. Sięgnąć należy do tego, o czym pisałam w rozdziale poświęconym ich historiom rodzinnym. Miłosz był lepiej, wygodniej osadzony, zarówno w świecie, jak i w swoim języku; wszystkie zmiany, jakim się poddawał, zachodziły wewnątrz tej homeostazy. Przeszłość, rodzina, historia dodawały mu siły. Brodskiego całkowite oddanie się rosyjskiemu mogło tylko osłabić. Był nieprzekraczalnie odcięty od swej historii rodzinnej od języka i kultury żydowskiej, Niechęć wobec tej historii jest zapisana w rosyjskim, poczynając od słowa Jewriej. Było to słowo – określające przecież jego samego – które trudno mu było wymówić. Być może odczuwał to jako przypomnienie odcięcia, jako nieuświadomiony brak, który popychał go do ustawicznych poszukiwań. Obciążony był, by użyć sformułowania Derridy, „jednojęzycznością innego», zamknięciem w mowie, która jest jedynym, a zatem kochanym, językiem dzieciństwa, a jednocześnie odcina od tradycji przodków. Derrida pisał o tym „braku», analizując swe własne bezwarunkowe oddanie francuszczyźnie i myśląc o asymilacji Żydów maghrebskich, z których pochodził. Chciał napisać tekst, który nazywałby się Żydzi dwudziestego wieku. Jednojęzyczność gościa. Mówiłby w nim o asymilowaniu się w kraju osiedlenia, o «miłosnym, zrozpaczonym przywłaszczaniu sobie języka». Przechodząc, chociażby częściowo na angielski, Brodski staje się «gościem» świata.
Są to więc dwie różne strategie „językowego nieposłuszeństwa». Miłosz, który był z początku tradycyjnym wygnańcem, samotnikiem oddzielonym od swego czytelnika, wybrał wierność swej mowie rodzinnej i sprzeciw wobec mowy gospodarza». Brodski roli wygnańca już nie podjął, w dobie masowych migracji, globalnych połączeń na ziemi, pod ziemią i w eterze, rola egzula się wyczerpała. Miłosz był jeszcze „exile«, Brodski był już tylko „immigrant«. I postanowił wejść w nowy język tak jak stał, z emigrancką przebojowością i akcentem. Na pytanie, jak musi się zmienić osobowość człowieka, by był w stanie pisać poezję w języku innym niż ojczysty, Brodski odpowiedział: «Nie musi się zmieniać osobowość, wystarczy jedynie pokochać język, w którym się pisze». Pisanie poezji jest, tak jak umiejętność mówienia, zdolnością niezależną od języka, w jakim się to odbywa. Wcielenie tego talentu w jego konkretną formę językową jest zawsze wynikiem ogromnej pracy, bez względu na to, czy jest to język matki czy nowej ojczyzny. Trzeba ten język zdobywać, pielęgnować, podważać. I kochać. Odwróciłabym więc porządek tego, co powiedział Brodski. Nie wystarczy «pokochać język, w którym się pisze», trzeba „pisać w języku, który się kocha». I, jak Dante jest patronem poetów wygnańców, tak Brodski i Miłosz powinni zostać obrani patronami poetów emigrantów. Tych, których oblicze nie jest zwrócone wyłącznie w kierunku opuszczonej Florencji, bo widzą także drzewo rosnące tuż za oknem. I dlatego piszą poezję z akcentem.

José Bergamín

1895-1983, España

En colaboración con LaReversible

No quiero…

No quiero, cuando me muera,
nada con el otro mundo:
quiero quedarme en la tierra.
Quedarme sólo en la tierra
sin paraíso ni infierno
ni purgatorio siquiera.
Quedarme como se quedan,
sobre el suelo humedecido
del bosque, las hojas muertas.

Tłum. Ada Trzeciakowska

NIE CHCę…

Nie chcę, gdy umrę,
z zaświatami mieć do czynienia:
chcę zostać na ziemi.
Pozostać na ziemi jedynie
bez raju bez piekła
bez czyśćca nawet.
Pozostać, jak pozostają,
na zawilgotniałej leśnej
ściółce, martwe liście.

Fotografías de Jerry Uelsmann (n. 1934, EE.UU.)

Manuel Altolaguirre

1905-1959, España

3.

Mi presente una isla
rodeada de amor por todas partes,
sin esperanzas, sin recuerdos,
donde todas las aves
son besos que se esconden
en las frondas sangrientas.
Estoy tan insensible,
que el mundo inexistente
es como un doble sueño
que no me sobresalta.
El espacio está en fuga
y el tiempo lo persigue.
Vivo para olvidar,
perdida la esperanza,
surcado por un río
que brota de mi pecho,
que crece para ahogarme,
borrándome del mundo con sus aguas.

de Lo invisible

Tłum. Ada Trzeciakowska

3.

Teraźniejszość to wyspa
miłością otoczona z każdej strony,
bez nadziei, bez wspomnień,
gdzie wszystkie ptaki
to pocałunki kryjące się
w skrwawionym listowiu.
Nieczułość moja taka,
że nieistniejący świat
jest jak sen dwoisty,
nocami niestraszny.
Przestrzeń ucieka
a czas ją goni.
Żyję by zapomnieć,
straciwszy nadzieję,
żłobiony przez rzekę
co wypływa mi z piersi,
co wzbiera by mnie zadławić,
gdy wody jej zmyją mnie ze świata.

z Niewidzialne

Fotogramas de 2. Corn Island de George Ovashvili 3. Viaje a Citera de Theo Angelopoulos 3. Zama de Lucrecia Martel

Thomas Mann

1875-1955, Alemania

Trad. Martín Rivas, Raúl Schiaffino

La muerte en Venecia

Su cabeza ardía, su cuerpo estaba cubierto de una transpiración pegajosa, le temblaban las piernas, le atormentaba una sed insaciable, y se puso a buscar un refrigerio momentáneo. En una frutería compró fresas maduras del todo, y fue comiéndolas mientras caminaba. Un lugar atractivo y pintoresco se presentó de pronto ante sus ojos; se dio cuenta de que había estado allí unas semanas antes, el día que concibió su fracasado propósito de viaje. En medio de la plazoleta había un pozo. Allí se sentó, en las escalerillas de piedra. Lugar de silencio, donde crecía la hierba entre las junturas del pavimento. Entre las casas viejas, de alturas irregulares, que rodeaban la plazuela, había una con pretensiones de palacio, con ventanas de arco en relieve y balcones, tras los cuales moraba el vacío. En la planta baja de otra de las casas había una botica. Ráfagas de aire cá­lido traían olor a desinfectantes.

Allí se encontraba sentado el maestro, el artista famoso, el autor de Un miserable, que en una forma clásica y pura renegara de toda bohemia y todo extravío; el que se alejó de lo irregular, condenando todo placer maldito; el que supo alzarse sobre tan elevado pedestal, y, superando su saber y su ironía, gozó de la confianza de las masas. Allí estaba el escritor de gloria oficial, cuyo nombre había sido ennoblecido, y cuyo estilo servía para formar a los niños en las escuelas. Sus párpados se habían cerrado. Sólo de vez en cuando brillaba un momento, burlona y avergonzada, una mirada, para ocultarse en seguida, y sus labios yertos, brillantes a fuerza de cosméticos, modulaban en palabras la extraña lógica del ensueño que su cerebro casi adormecido producía.

Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que éste es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad esté­tica; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú.

Fotogramas de La muerte en Venecia de Luchino Visconti (1971)

Tłum. Leopold Staff

Śmierć w Wenecji

Głowa jego płonęła, ciało pokryło się lepkim potem, kark drżał, dręczyło go nieznośne pragnienie, oglądał się za jakim bądź chwilowym pokrzepieniem. Przed sklepikiem z jarzynami kupił trochę owoców, poziomek, przejrzałych i miękkich, pojadał idąc. Mały placyk, opuszczony, niesamowicie mroczny, otworzył się przed nim; poznał go, tutaj to przed kilku tygodniami powziął nieudany plan ucieczki. Na stopniu studni pośrodku placu osunął się i oparł głowę o kamienną cembrowinę. Było cicho, trawa rosła między brukiem, odpadki leżały dokoła. Między zwietrzałymi murami nierównej wysokości domów dokoła znajdował się jeden podobny do pałacu, z ostrołukowymi oknami, za którymi mieszkała pustka, i z balkonikami o lwich głowach. Na parterze innego znajdowała się apteka. Ciepłe powiewy przynosiły chwilami zapach karbolu.

Siedział tam, mistrz, wsławiony artysta, autor Nędznika, który w tak wzorowo czystej formie wyrzekł się cyganerii i mętnej głębi, odmówił sympatii bezdni i odrzucił nikczemność, ten, który wzniósł się na szczyty, przezwyciężył swą wiedzę i wyrósł z wszelkiej ironii, przyzwyczaił się do zobowiązań, jakie nań nakładało zaufanie mas, on, którego sława była urzędowa, nazwisko uszlachcone, na którego stylu mieli się kształcić chłopcy – siedział tam z zamkniętymi powiekami, tylko chwilami wymykało się spod nich, szybko ukrywając się znowu, szydercze i stropione spojrzenie i obwisłe wargi, kosmetycznie uwydatnione, kształtowały pojedyncze słowa z tego, co wydobywał jego na wpół drzemiący mózg z osobliwej sennej logiki.

Gdyż piękno, pamiętaj, Fajdrosie, tylko piękno jest boskie i widzialne zarazem i w ten sposób jest więc drogą zmysłowości, jest, mały Fajdrosie, drogą artysty do ducha. Ale czy wierzysz, mój drogi, że może pozyskać kiedyś mądrość i prawdziwą godność męską ten, dla którego droga do duchowości prowadzi przez zmysły? Lub czy sądzisz raczej (pozostawiam ci to do rozstrzygnięcia), że jest to niebezpiecznie miła droga, zaiste droga błędu i grzechu, która musi wieść na manowce? Gdyż trzeba ci wiedzieć, że my, poeci, nie możemy iść drogą piękna, żeby nie przyłączył się Eros i nie narzucił się na przewodnika; ba, choćbyśmy byli nawet bohaterami na swój sposób i dzielnymi wojownikami, to jesteśmy jak kobiety, gdyż namiętność jest naszym wywyższeniem i naszą tęsknotą musi pozostać miłość – to jest nasza rozkosz i nasza hańba. Widzisz więc teraz, że my, poeci, nie możemy być mądrzy ani godni? Że z konieczności schodzimy na manowce, z konieczności musimy być rozpustnikami i awanturnikami uczucia? Mistrzostwo naszego stylu to kłamstwo i błazeństwo, nasza sława i godność to krotochwila, zaufanie tłumu do nas w najwyższym stopniu jest śmieszne, wychowywanie ludu i młodzieży przez sztukę jest zuchwałym i karygodnym przedsięwzięciem. Bo jakżeby miał być zdatny na wychowawcę ten, który ma niepoprawny i naturalny pociąg do przepaści? Moglibyśmy się oczywiście jej zaprzeć i zyskać godność, ale jakkolwiekbyśmy się obrócili, nęci nas ona. Więc wyrzekamy się zgubnego poznania, gdyż poznanie, Fajdrosie, nie ma żadnej godności i surowości; jest wiedzące, rozumiejące, wybaczające bez postawy i formy; ma sympatię do przepaści, jest przepaścią. Więc odrzucamy je stanowczo i odtąd dążenie nasze ma na celu jedynie piękno, to znaczy prostotę, wielkość i nową surowość, drugą naturalność i formę. Ale forma i naturalność, Fajdrosie, prowadzą do upojenia i pożądania, prowadzą szlachetnego może człowieka do strasznej zbrodni uczucia, którą jego własna, piękna surowość odrzuca jako haniebną, prowadzą do przepaści, i one prowadzą do przepaści. Nas, poetów, powiadam, prowadzą one tam, gdyż nie jesteśmy zdolni do wzlotów, tylko do wyskoków. A teraz odchodzę, Fajdrosie, ty zostań tu; i dopiero gdy mnie już nie będziesz widział, odejdź i ty.

Juan Gelman

1930-2014, Argentina

El bosque

En el borde de la locura hay
un bosque de pasiones cortas
que quien toca se quema. No es
vacío de palabras,
rayos que peinan su pelambre
en una cama fría. La tapa
del cerebro salta sin escolta
en hospitales mudos.
Resplandece lo amado contra
el cielo que flagela
un látigo pequeño.
La vida
arde en cuerdas de piano,
se equivoca si calla, se
equivoca si habla y la noche
se le retira de la mano.
Los puestos naturales del alma
crecen sin techo.

Reciente obra del pintor albaceteño Juanjo Jiménez («El Norte» inauguración el 13 de enero)

Tłum. Ada Trzeciakowska

Las

Na skraju szaleństwa rośnie
las nietrwałych pasji
kto go tknie ten się sparzy. Nie
brak mu słów,
błyskawic, które przeczesują mu włosiska
w zimnym łożu. Strzela sobie
w łeb bez asysty
w niemych szpitalach.
Rozbłyskuje umiłowane przeciw
niebu co chłoszcze
mały bicz.
Życie
płonie w strunach pianina,
błądzi gdy milczy,
błądzi gdy mówi a noc
wycofuje się mu z dłoni.
Naturalne miejsca dla duszy
rosną pozbawione dachu.

Juan Gelman

1930-2014, Argentina

Es grave grave grave

según otoña en mi experiencia
me hago más joven de verdad
las hojas amarillan
mis asambleas de ternura

invito a todos, al gran rey
es decir al gran pájaro que vuela en mi lugar
mientras ando ocupado
en descubrir cómo se vuela

me arranqué la camisa las manos la mirada
para ver de volar
pero no puedo gente
ayúdenme les pido

ayudenmé
la sangre pesa como pies
y los rostros que tiene
y los rostros que tiene

tus rostros gente como
plomo como dolor
como olvido y también
como las ganas de volar
que se pudren debajo
de almohadas infinitas

Fotogramas de No llores, vuela de Claudia Llosa (2014)

Tłum. Ada Trzeciakowska

Jest ciężka ciężka ciężka

w miarę jak jesiennieje we mnie doświadczenie
w rzeczywistości młodnieję
liście barwią na żółto   
moje narady czułości
 
zapraszam wszystkich, wielkiego króla
myślę o wielkim ptaku, który lata zamiast mnie
gdy jestem zajęty
badaniem jak się lata
 
zdarłem z siebie koszulę ręce spojrzenie
by zrozumieć latanie
ale nie mogę ludzie
pomóżcie proszę
 
pomóżcie mi
krew ciąży jak stopy
i oblicza które przynosi
i oblicza które przynosi
 
wasze oblicza ludzie jak
ołów jak ból
jak zapomnienie ale i
jak chęci lotu
które gniją pod
niezliczonymi poduszkami

Adaptación musical del poema de Juan Gelman por Carlos Ann y Mariona Aupí

Juan Gelman

1930-2014, Argentina

La puerta*

abrí la puerta/amor mío
levantá/abrí la puerta /
tengo el alma pegada al paladar
temblando de terror /
 
el jabalí del monte me pisoteó /
el asno salvaje me persiguió /
en esta media noche del exilio
soy yo mismo una bestia

salomón ibn gabirol (1021-1055 / málaga-zaragoza-valencia)

Trad. Ada Trzeciakowska

Drzwi

otwórz drzwi/ miłości moja/
wstań/ otwórz drzwi/
dusza przywarła mi do podniebienia
drżąca ze strachu /

z gór dzik mnie stratował /
dziki osioł mnie prześladował /
o północy w zesłaniu mym
sam jestem bestią

salomon ibn gabirol (1021-1055 / malaga-sararagossa-walencja)

*llamo com / posiciones a los poemas que siguen porque los he com /puesto, es decir, puse cosas de mí en los textos que grandes poetas escribieron hace siglos. está claro que no pretendí mejorarlos. me sacudió su visión exiliar y agregué —o cambié, caminé, ofrecí— aquello que yo mismo sentía. ¿como contemporaneidad y compañía? ¿mía con ellos? ¿al revés? ¿habitantes de la misma condición?
en todo caso, dialogué con ellos. como ellos hicieron conmigo desde el polvo de sus huesos y el esplendor de sus palabras. no sé qué celebrar más: si la belleza de sus versos o la boca vital con que la hicieron. pero ambas se confunden y me dan pasado, rodean mi presente, regalan porvenir.
(Juan Gelman en COM / POSICIONES [París, 1984-1985])

Fotogramas de «La bestia humana» (J. Renoir) y «El muelle de las brumas» (M. Carné), las dos protagonizadas por Jean Gabin y rodadas en 1938.

A %d blogueros les gusta esto: