Marguerite Duras

1914-1996, Francia

Trad. Ana María Moix

Escribir

Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado.
Un libro abierto también es la noche.  
Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué.  
Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre. Escribir junto a lo que precede al escrito es siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro.  
 (…)
 Cuando un libro está acabado —un libro que se ha escrito, claro—, al leerlo, ya no podemos decir que ese libro es un libro que ha escrito uno, ni qué se ha escrito en él, ni en qué desesperación o en qué estado de felicidad, el de un hallazgo o de un fallo de todo tu ser. Porque, al fin y al cabo, en un libro, no se puede ver nada semejante. La escritura es uniforme en cierto modo, atemperada. Ya no sucede nada más en un libro así, acabado y distribuido. Y recobra la indescifrable inocencia de su llegada al mundo.  
Estar sola con el libro aún no escrito es estar aún en el primer sueño de la humanidad. Eso es. También es estar sola en la escritura aún yerma. Es intentar no morir por su causa. Es estar sola en un refugio durante la guerra. Pero sin rezos, sin Dios, sin pensamiento alguno salvo ese deseo loco de matar a la nación alemana hasta el último nazi.  
La escritura ha existido siempre sin referencia alguna o bien es… Sigue siendo como el primer día. Salvaje. Diferente. Salvo la gente, las personas que circulan por el libro, nunca las olvida uno en el trabajo y el autor nunca las echa de menos. No, estoy segura, no, la escritura de un libro, el escribir. Pues es siempre la puerta abierta hacia el abandono. El suicidio está en la soledad de un escritor. Uno está solo incluso en su propia soledad. Siempre inconcebible. Siempre peligrosa. Sí. Un precio que hay que pagar por haber osado salir y gritar.  
(…)
En el libro hay eso: la soledad es la del mundo entero. Está por todas partes. Lo ha invadido todo. Sigo creyendo en esta invasión. Como todo el mundo. La soledad es eso sin lo que nada se hace. Eso sin lo que ya no se mira nada. Es un modo de pensar, de razonar, pero sólo con el pensamiento cotidiano. También eso está presente en la función de la escritura y ante todo quizá decirse que no es necesario matarse todos los días desde el momento en que todos los días podemos matarnos. Eso es la escritura del libro, no es la soledad. Hablo de la soledad pero no estaba sola, ya que tenía ese trabajo que sacar adelante, hasta la luz, ese trabajo de condenados: escribir El vicecónsul. Fue escrito y traducido a todas las lenguas del mundo entero, y está guardado. Y en ese libro el vicecónsul dispara contra la lepra, contra los leprosos, los miserables, contra los perros y luego dispara contra los Blancos, los gobernadores blancos. Mataba todo excepto a ella, la que se ahogó en el Delta una mañana de un día determinado, Lola Valérie Stein, esa Reina de mi infancia y de S. Thala, esa mujer del gobernador de Vinh Long.
 
Ese libro fue el primer libro de mi vida. Transcurría en Lahore, y también allí, en Camboya, en las plantaciones, transcurría por todas partes. El vicecónsul empieza con la niña de quince años que está embarazada, la pequeña annamita que ha sido arrojada de la casa materna y que da vueltas por ese macizo de mármol azul de Pursat. Ya no sé cómo sigue. Recuerdo que me costó mucho encontrar ese lugar, esa montaña de Pursat donde nunca había estado. El mapa estaba allí, encima de mi mesa de trabajo y seguí las sendas de los mendigos y de los niños con las piernas rotas, ya sin mirada, por sus madres, y que comían basuras. Era un libro muy difícil de escribir. No había plan posible para expresar la amplitud de la desdicha porque ya no había nada de los elementos visibles que la habían provocado. Sólo existía el Hambre y el Dolor.  
No había encadenamiento entre los acontecimientos de carácter salvaje, ya que nunca había programación. Nunca la hubo en mi vida. Nunca. Ni en mi vida ni en mis libros, ni una sola vez.  
Escribía todas las mañanas. Pero sin horario alguno. Nunca. Excepto en lo que se refiere a la cocina. Sabía cuándo había que ir para que tal cosa hirviera o tal otra no se quemara. En lo que se refiere a los libros, también lo sabía. Lo juro. Todo, lo juro. Nunca he mentido en un libro. Ni tampoco en mi vida. Excepto a los hombres. Nunca. Y eso se debe a que mi madre me infundió miedo con eso de que la falsedad mataba a los niños mentirosos.  
 
Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una moción de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía; Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.  
No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía.
Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad. La soledad no sé en qué se convierte, luego. Aún no puedo decirlo. Creo que esa soledad se torna trivial, a la larga se convierte en algo vulgar, y que es un gran acierto.    

Collage propio

Tłum. Magdalena Pluta

pisać

Pisarz to ciekawe zjawisko. To sprzeczność, albo i nonsens. Pisać znaczy także nie mówić. Zamilknąć. Krzyczeć bezgłośnie. Często można porządnie wypocząć, dużo się słucha. Pisarz nie mówi dużo, bo nic można rozmawiać z kimś o książce, którą się napisało, czy tym bardziej o książce, którą się teraz pisze. To niemożliwe. Całkiem odwrotnie niż w przypadku kina, teatru i innych widowisk. Odwrotnie niż z jakąkolwiek lekturą. To jest najtrudniejsze ze wszystkiego. Najgorsze. Bo książka to nieznane, to noc, to zamknięcie, właśnie tak. To książka posuwa się naprzód, rozrasta, zmierza w kierunkach, o których myśleliśmy, że już je poznaliśmy, zmierza ku własnemu przeznaczeniu i ku przeznaczeniu swojego autora, który przestaje istnieć z chwilą jej wydania: rozstanie z nią, z książką wymarzoną, wyśnioną, jak z najmłodszym dzieckiem, zawsze najbardziej ukochanym ze wszystkich.
Książka otwarta to także noc.
Nie wiem dlaczego, ale te ostatnie słowa pobudzają mnie do płaczu.
Pisać mimo wszystko, wbrew rozpaczy. Nie: z rozpaczą. Nie wiem, jaką to rozpacz. Pisać na uboczu tego, co poprzedza tekst, to go zmarnować. A jednak trzeba się z tym pogodzić: zmarnować coś, co było porażką to zawrócić w stronę innej książki, w stronę innej możliwości tej samej książki.
(…)
Kiedy książka jest ukończona – mam na myśli tę, którą się pisało – czytając ją, nie można już stwierdzić, że to ta sama książka, którą się napisało, ani określić, co zostało w niej przedstawione, ani jaka to była rozpacz, czy jakie szczęście, że się odnalazła albo że upadła cała istota człowieka. Ponieważ na końcu, w książce, niczego takiego nie widać. Dzieło jest w pewnym sensie jednorodne, dojrzałe. W takiej książce, skończonej i rozpowszechnionej, nic nowego się już nie zdarza. Ona powraca do niepojętego stanu niewinności, jaki towarzyszył jej narodzinom.
Obcować samotnie z książką, która jeszcze nie została napisana, to wciąż być pogrążonym w pierwotnym śnie ludzkości. Właśnie tak. To także obcować samotnie z pisaniem, które jeszcze leży odłogiem. To próbować nie umrzeć od tego. To być samą w schronie w czasie wojny. Tyle że bez modlitwy, bez Boga, bez żadnej myśli poza tą szaloną żądzą wymordowania Narodu niemieckiego aż po ostatniego nazistę.
Pisanie zawsze pozbawione było wszelkich odniesień albo też jest… Wciąż jest jak pierwszego dnia. Dzikie. Inne. Z wyjątkiem ludzi; o osobach, które krążą w książce, nigdy nie zapomina się podczas pracy i nigdy autor ich nie żałuje. Nie, co do tego jestem pewna, nie, pisanie książki, to, co napisane. Zatem zawsze to można porzucić. Samotność pisarza mieści w sobie samobójstwo. Człowiek jest sam nawet w swojej własnej samotności. Zawsze niepojętej. Zawsze niebezpiecznej. Tak. Cena, którą trzeba zapłacić za to, że ośmieliło się wyjść i krzyczeć.
(…)
Oto, co mieści w sobie książka: samotność odnosi się w niej do całego świata. Jest wszędzie. Zagarnęła wszystko. Naprawdę wierzę, że zagarnęła. Jak każdy. Bez samotności niczego się nie da zrobić. Na nic nie można patrzeć. To jest sposób myślenia, rozumowania, ale wyłącznie myślą codzienną. To się zawiera także w funkcji pisania i może przede wszystkim powtarzania sobie, że nie trzeba codziennie pozbawiać się życia, skoro codziennie można to zrobić, l o jest właśnie pisanie książki, a nie samotność. Mówię o samotności, ale nie byłam samotna, bo miałam tę pracę, którą musiałam doprowadzić do ostatniej kropki, tę pracę galernika: napisać Wicekonsula. I ta książka powstała i została przetłumaczona na języki całego świata, i się przyjęła. W tej książce wicekonsul strzela do trądu, do trędowatych, do nędzarzy, do psów, a potem strzela i do Białych, do białych zarządców. Zabijał wszystko z wyjątkiem jej, tej, która pewnego ranka utopiła się w Delcie, Loli Valerii Stein, Królowej mojego dzieciństwa i S. Thali, żony gubernatora w Vinh Long.
To była pierwsza książka mojego życia. To się działo w Lahore, a także tam, w Kambodży, na plantacjach, wszędzie. Na samym początku Wicekonsula pojawia się piętnastoletnie dziecko w ciąży, mała Annamitka wypędzona przez matkę z domu, która błąka się wśród masywu błękitnego marmuru Pursat. Nie pamiętam już, co jest dalej. Pamiętam, że miałam duże trudności z odnalezieniem tego miejsca, tych gór w Pursat, gdzie nigdy me dotarłam. Mapa leżała tu na biurku, a ja śledziłam drogi żebraków i dzieci z połamanymi nogami, ociemniałych, porzuconych przez matki, żywiących się odpadkami. Bardzo trudno było napisać tę książkę. Nie istniała żadna płaszczyzna, na której można by oddać rozmiary nieszczęścia, ponieważ nie zostało już nic z wydarzeń, które mogłyby je wywołać. Został już tylko sam Głód i Ból.
Dzikie z natury wypadki nie wiązały się ze sobą, a zatem niczego nie można było zaplanować. Nigdy nic było tego w moim życiu. Nigdy. Ani w życiu, ani w książkach – ani razu.
Pisałam każdego ranka. Ale bez żadnego planu zajęć. Nigdy. Z wyjątkiem kuchni. Wiedziałam, kiedy trzeba przyjść, żeby się zagotowało albo nie przypaliło. Wiedziałam to też, jeśli chodzi o książki. Przysięgam. Wszystko przysięgam. Nigdy nie skłamałam w książce. Ani nawet w życiu. Tylko mężczyznom. Nigdy. A to dlatego, że matka nastraszyła mnie, że kłamstwo zabija kłamiące dzieci.
 
Wydaje mi się, że to co zarzucam książkom, ogólnie rzecz biorąc, to to, że nie są wolne. Akt pisania uwidacznia fakt, że zostały wyprodukowane, zorganizowane, poddane kontroli, że się tak wyrażę. Przymus korygowania, który pisarz bardzo często odczuwa względem siebie. I wtedy staje się własnym gliną. Rozumiem przez to poszukiwanie właściwej formy, czyli formy najpowszechniejszej, najbardziej przejrzystej, bezpiecznej. Nadal istnieją martwe generacje, które tworzą książki wstydliwe. Nawet młodzi: książki pełne uroku, bez żadnego przedłużenia, bez nocy. Pozbawione ciszy. Inaczej mówiąc: bez prawdziwego autora. Książki powszednie, dla rozrywki, dobre w podróży. Ale nie takie, które zapuszczają korzenie i wyrażają ciężką żałobę każdego życia, wspólny punkt wszelkiej myśli.
Ja nic wiem, czym jest książka. Nikt tego nie wie. Ale człowiek wie, kiedy ma z nią do czynienia. I wie, kiedy ma do czynienia z niczym – jak to, że jest, że jeszcze nie umarł.
Każda książka jak i każdy pisarz mają w sobie trudne miejsce, którego nie sposób ominąć. I musi się zdecydować zostawić ten błąd w książce, żeby pozostała prawdziwa, nieprzekłamana. Jeszcze nie wiem, czym samotność staje się później. Jeszcze nie mogę o tym mówić. Ale mam wrażenie, że ta samotność staje się czymś zwyczajnym, że z czasem – pospolicieje, i że to jest dobre.

Écrire

C’est curieux un écrivain. C’est une contradiction et aussi un non-sens. Écrire c’est aussi ne pas parler. C’est se taire. C’est hurler sans bruit. C’est reposant un écrivain, souvent, ça écoute beaucoup. Ça ne parle pas beaucoup parce que c’est impossible de parler à quelqu’un d’autre d’un livre qu’on a écrit et surtout d’un livre qu’on est en train d’écrire. C’est impossible. C’est à l’opposé du cinéma, à l’opposé du théâtre, et autres spectacles. C’est à l’opposé de toutes les lectures. C’est plus difficile de tout. C’est le pire. Parce qu’un livre c’est l’inconnu, c’est la nuit, c’est clos, c’est ça. C’est le livre qui avance, qui grandit, qui avance dans les directions qu’on croyait avoir explorées, qui avance vers sa propre destinée et celle de son auteur, alors anéanti par sa publication : sa séparation d’avec lui, le livre rêvé, comme l’enfant dernier-né, toujours le plus aimé.  
Un livre ouvert c’est aussi la nuit.  
Je ne sais pas pourquoi, ces mots que je viens de dire me font pleurer.  
Écrire quand même malgré le désespoir. Non : avec le désespoir. Quel désespoir, je ne sais pas le nom de celui-là. Ecrire à côté de ce qui précède l’écrit c’est toujours le gâcher. Et il faut cependant accepter ca : gâcher le ratage c’est revenir vers un autre livre, vers un autre possible de ce même livre.  
(…)
Quand un livre est fini –un livre qu’on a écrit j’entends-on ne peut plus dire en le lisant que ce livre-là c’est un livre que vous avez écrit, ni quelles choses y ont été écrites, ni dans quel désespoir ou dans quel bonheur, celui d’une trouvaille ou bien d’une faillite de tout vôtre être. Parce que, à la fin, dans un livre, rien de pareil ne peut se voir. L’écriture est uniforme en quelque sorte, assagie. Rien n’arrive plus dans un tel livre, terminé et distribué. Et il rejoint l’innocence indéchiffrable de sa venue au monde.  
Être seule avec le livre non encore écrit, c’est être encore dans le premier sommeil de l’humanité. C’est ça. C’est aussi être seule avec l’écriture encore en friche. C’est essayer de ne pas en mourir. C’est être seule dans un abri pendant la guerre. Mais sans prière, sans Dieu, sans pensée aucune sauf ce désir fou de tuer la Nation allemande jusqu’au dernier nazi.  
L’écriture a toujours été sans référence aucune ou bien elle est… Elle est encore comme au premier jour. Sauvage. Différente. Sauf les gens, les personnes qui circulent dans le livre, on ne les oublie jamais elles ne sont regrettées par l’auteur. Non, de cela je suis sûre, non l’écriture d’un livre, l’écrit. Donc c’est toujours la porte ouverte vers l’abandon. Il y a le suicide dans la solitude d’un écrivain. On est seul jusque dans sa propre solitude. Toujours inconcevable. Toujours dangereux. Oui. Un prix à payer pour avoir osé sortir et crier.  
(…)
Je crois que c’est ça que je reproche aux livres, en général, c’est qu’ils ne sont pas libres. On le voit à travers l’écriture : ils sont fabriqués, ils sont organisés, réglementés, conformes on dirait. Une fonction de révision que l’écrivain a très souvent envers lui-même. L’écrivain, alors il devient son propre flic. J’entends par là la recherche de la bonne forme, c’est-à-dire de la forme la plus courante, la plus claire et la plus inoffensive. Il y a encore des générations mortes qui font des livres pudibonds. Même des jeunes : des livres charmants, sans prolongement aucun, sans nuit. Sans silence. Autrement dit : sans véritable auteur. Des livres de jour, de passe-temps, de voyage. Mais pas des livres qui s’incrustent dans la pensée et qui disent le deuil noir de toute vie, le lieu commun de toute pensée.  
Je ne sais pas ce que c’est un livre. Personne ne le sait. Mais on sait quand il y en a un. Et quand il n’y a rien, on le sait comme on sait qu’on est, pas encore mort.  
Chaque livre comme chaque écrivain a un passage difficile, incontournable. Et il doit prendre la décision de laisser cette erreur dans le livre pour qu’il reste un vrai livre, pas menti. La solitude je ne sais pas encore ce qu’elle devient après. Je ne peux pas encore en parler. Ce que je crois c’est que cette solitude, elle devient banale, à la longe elle devient vulgaire, et que c’est heureux.

Stanisław Lem

1921-2006, Polonia

Trad. Matilde Horne y F. A.

Solaris

Dime, ¿tú crees en Dios?
Snaut me echó una mirada inquieta.
—¿Qué?… ¿Quién cree todavía?…
Yo adopté un tono desenvuelto.
—No es tan sencillo. No se trata del Dios tradicional de las religiones de la Tierra. No soy especialista en historia de las religiones y tal vez no haya inventado nada. ¿Sabes, por casualidad, si existió alguna vez una fe en un dios… imperfecto?
Snaut frunció las cejas.
—¿Imperfecto? ¿Qué quieres decir? En cierto sentido, todos los dioses eran imperfectos, una suma de atributos humanos magnificados. El Dios del Antiguo Testamento, por ejemplo, exigía sumisión y sacrificios, y tenía celos de los otros dioses… Los dioses griegos, de humor belicoso, enredados en disputas de familia, eran tan imperfectos como los hombres.
Lo interrumpí.
—No, no pienso en dioses nacidos del candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Es un dios… enfermo, de una ambición superior a sus propias fuerzas, y él no lo sabe. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas o mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados. Ha creado la eternidad, que sería la medida de un poder infinito, y que mide sólo una infinita derrota.
Snaut titubeó, pero ya no me mostraba esa desconfiada reserva de los últimos tiempos.
—El maniqueísmo, antaño…
Lo interrumpí.
—Ninguna relación con el principio del Bien y del Mal. Este dios no existe fuera de la materia, quisiera librarse de la materia, pero no puede…
Snaut reflexionó un instante.
—No conozco ninguna religión de ese tipo. Esta especie de religión nunca fue… necesaria. Si te comprendo, y temo haberte comprendido, piensas en un dios evolutivo, que se desarrolla en el tiempo, crece, y es cada vez más poderoso, aunque sabe también que no tiene bastante poder. Para tu dios, la condición divina no tiene salida; y habiendo comprendido esa situación, se desespera. Sí, pero el dios desesperado ¿no es el hombre, mi querido Kelvin? Es del hombre de quien me hablas.. Tu dios no es sólo una falacia filosófica, sino también una falacia mística.
—No, no se trata del hombre —insistí—. Es posible que en ciertos aspectos el hombre se acomode a esta definición provisional, y también deficiente. El hombre, a pesar de las apariencias, no inventa metas. El tiempo, la época, se las imponen. El hombre puede someterse a una época o sublevarse; pero el objeto aceptado o rechazado le viene siempre del exterior. Si sólo hubiese un hombre, quizá pudiera tratar de inventarse una meta; sin embargo, el hombre que no ha sido educado entre otros seres humanos no llega a convertirse en hombre. Y el ser que yo… que yo concibo… no puede existir en plural ¿comprendes?
Snaut señaló la ventana.
—Ah —dijo—, entonces…
—No, él tampoco. En el proceso de desarrollo, habrá rozado sin duda el estado divino, pero se encerró en sí mismo demasiado pronto. Es más bien un anacoreta, un eremita del cosmos, no un dios… El océano se repite, Snaut, y mi dios hipotético no se repetiría jamás. Tal vez esté ya en alguna parte, en algún recoveco de la Galaxia, y muy pronto, en un arrebato juvenil, apagará algunas estrellas y encenderá otras… Nos daremos cuenta al cabo de un tiempo.
—Ya nos hemos dado cuenta —dijo Snaut con acritud—. ¿Las novas y las supernovas serían entonces los cirios de un altar?
—Si tomas lo que digo al pie de la letra…
—Y Solaris es quizá la cuna de tu divino infante —continuó Snaut, con una sonrisa que le multiplicó las arrugas alrededor de los ojos—. Solaris es tal vez la primera fase de ese dios desesperado… Quizá esta inteligencia pueda desarrollarse inmensamente… Todas nuestras bibliotecas de solarística pueden no ser otra cosa que un repertorio de vagidos infantiles…
—Y durante un tiempo —proseguí— habremos sido los juguetes de ese bebé. Es posible. ¿Tú sabes lo que acabas de hacer? Has ideado una hipótesis enteramente nueva sobre el tema de Solaris. Felicitaciones. De pronto, todo se explica, la imposibilidad de establecer un contacto, la ausencia de respuestas, el comportamiento extravagante; todo corresponde a la conducta de un niño pequeño…
De pie frente a la ventana, Snaut refunfuñó:
—Renuncio a la paternidad de la hipótesis…
Contemplamos un rato las olas tenebrosas; una mancha pálida, oblonga, se dibujaba al este, en la bruma que velaba el horizonte.
Sin apartar los ojos del desierto centelleante, Snaut preguntó de pronto:
—¿De dónde sacaste esa idea de un dios imperfecto?
—No sé. Me parece muy verosímil. Es el único dios en el que yo podría creer, un dios cuya pasión no es una redención, un dios que no salva nada, que no sirve para nada: un dios que simplemente es.

Ciclo dedicado al Universo de Lem. 5-8 de abril en Cineteca de Madrid, 7-16 de junio en Planetario de Madrid.

Solaris

Powiedz mi, czy… wierzysz w Boga? Spojrzał na mnie bystro.
– Co ty? Kto wierzy jeszcze dziś… W jego oczach tlał niepokój.
– To nie jest takie proste – powiedziałem umyślnie lekkim tonem – bo nie chodzi mi o tradycyjnego Boga ziemskich wierzeń. Nie jestem religiologiem i może niczego nie wymyśliłem, ale nie wiesz przypadkiem, czy istniała kiedyś wiara w Boga… ułomnego?
– Ułomnego? – powtórzył unosząc brwi. – Jak to rozumiesz? W pewnym sensie bóg każdej religii był ułomny, bo obarczony ludzkimi cechami, powiększonymi tylko. Bóg Starego Testamentu był na przykład żądnym czołobitności i ofiar gwałtownikiem, zazdrosnym o innych bogów… greccy bogowie przez swą kłótliwość, waśnie rodzinne byli nie mniej po ludzku ułomni…
– Nie – przerwałem mu – mnie idzie o Boga, którego niedoskonałość wynika nie z prostoduszności jego ludzkich stwórców, ale stanowi jego najistotniejszą, immanentną cechę. Ma to być Bóg, ograniczony w swojej wszechwiedzy i wszechmocy, omylny w przewidywaniu przyszłości swoich dzieł, którego bieg ukształtowanych przezeń zjawisk może wprawić w przerażenie. Jest to Bóg… kaleki, który pragnie zawsze więcej, niż może, i nie od razu zdaje sobie z tego sprawę. Który skonstruował zegary, ale nie czas, jaki odmierzają. Ustroje czy mechanizmy, służące określonym celom, ale one przerosły te cele i zdradziły je. I stworzył nieskończoność, która z miary jego potęgi, jaką miała być, stała się miarą jego bezgranicznej klęski.
– Niegdyś, manicheizm… – zaczął wahając się, Snaut. Podejrzliwa rezerwa, z jaką zwracał się do mnie w ostatnim czasie, znikła.
– Ale to nie ma nic wspólnego z pierwiastkiem dobra i zła – przerwałem mu natychmiast. – Ten Bóg nie istnieje poza materią i nie może się od niej uwolnić, a tylko tego chce…
– Podobnej religii nie znam – powiedział po chwili milczenia. – Taka nie była nigdy… potrzebna. Jeśli cię dobrze rozumiem, a obawiam się, że tak, to myślisz o jakimś bogu ewoluującym, który rozwija się w czasie i dorasta, wznosząc się na coraz to wyższe piętra potęgi, do świadomości jej bezsiły? Ten twój Bóg to istota, która weszła w boskość jak w sytuację bez wyjścia, a pojąwszy to, oddała się rozpaczy. Tak, ale Bóg rozpaczający to przecież człowiek, mój drogi? Chodzi ci o człowieka… To nie tylko kiepska filozofia, to nawet kiepska mistyka.
– Nie – odpowiedziałem z uporem – nie chodzi mi o człowieka. Może być, że pewnymi rysami odpowiadałby tej prowizorycznej definicji, ale to tylko dlatego, że jest pełna luk.
Człowiek wbrew pozorom nie stwarza sobie celów. Narzuca mu je czas, w którym się urodził, może im służyć albo buntować się przeciw nim, ale przedmiot służby czy buntu jest dany z zewnątrz. Aby doświadczyć całkowitej wolności poszukiwania celów, musiałby być sam, a to się nie może udać, gdyż człowiek nie wychowany wśród ludzi nie może się stać człowiekiem. Ten… mój to musi być istota pozbawiona liczby mnogiej, wiesz?
– Ach – powiedział – że ja od razu… I wskazał ręką za okno.
– Nie – sprzeciwiłem się – i on nie. Najwyżej jako to, co ominęło w swoim rozwoju szansę boskości, zbyt wcześnie zasklepiwszy się w sobie. On jest raczej anachoretą, pustelnikiem kosmosu, a nie jego bogiem… On się powtarza, Snaut, a ten, o którym myślę, nigdy by tego nie zrobił. Może powstaje właśnie gdzieś, w którymś zakątku Galaktyki, i niebawem zacznie w przystępie młodzieńczego upojenia gasić jedne gwiazdy i zapałać inne zauważymy to po jakimś czasie…
– Jużeśmy zauważyli – rzekł kwaśno Snaut. – Novae i Supernovae… czy to są według ciebie świeczki jego ołtarza?
– Jeżeli chcesz to, co mówię, traktować tak dosłownie…
– A może właśnie Solaris jest kolebką twego boskiego niemowlęcia – dorzucił Snaut. Coraz wyraźniejszy uśmiech otoczył jego oczy cienkimi zmarszczkami. – Może on jest właśnie w twoim rozumieniu pierwociną, zalążkiem Boga rozpaczy, może jego witalne dziecięctwo przerasta jeszcze o góry jego rozumność, a to wszystko, co zawierają nasze biblioteki solarystyczne, jest tylko wielkim katalogiem jego niemowlęcych odruchów…
– My zaś przez pewien czas byliśmy jego zabawkami – dokończyłem. – Tak, to możliwe. I wiesz, co ci się udało? Stworzyć zupełnie nową hipotezę na temat Solaris, a to naprawdę nie byle co! I od razu masz wytłumaczenie niemożliwości nawiązania kontaktu, braku odpowiedzi, pewnych – nazwijmy je tak – ekstrawagancji w postępowaniu z nami; psychika małego dziecka…
– Rezygnuje z autorstwa – mruknął stając przy oknie. Przez dłuższą chwilę patrzyliśmy w czarne falowanie. U wschodniego horyzontu rysowała się we mgle blada, podługowata plamka.
– Skąd ci się wzięła ta koncepcja ułomnego Boga? – spytał nagle, nie odrywając oczu od zalanej blaskiem pustyni.
– Nie wiem. Wydała mi się bardzo, bardzo prawdziwa, wiesz? To jedyny Bóg, w którego byłbym skłonny uwierzyć, którego męka nie jest odkupieniem, niczego nie zbawia, nie służy niczemu, tylko jest.

Ángel M. Alcalá

1981- , España (Albacete)

***

Vieja, bella, triste Europa
aquejada de melancolía crónica
y lagunas de amnesia
a veces recuerdas haber sido resplandeciente
pero te sabes apenas cielo gris y viento frío
y tratas de suicidarte una vez más
y otra
y otra más
sin conseguirlo nunca
y arrastrando nuevas secuelas
tras cada intento.

Pobre, rota, triste Europa
que abandonaste a tus hijos en la calle
sin volver siquiera la mirada
de madrugada
y ahora
no haces más que ir llorando por las esquinas
bajo la lluvia
entre relentes de niebla helada
con el pelo revuelto y el rímel corrido
preguntando a los transeúntes si alguna vez los vieron
pero a quién podría amamantar tu cuerpo seco
qué ibas a darles
te jugaste hasta el último níquel
entre cucarachas
en cuartuchos en la parte de atrás de un cabaret berlinés
tuviste que arrancar las puertas de tus palacios polacos
para calentarte
en el invierno congelado que no se acababa
que no se acaba
nunca
pero aún sales a pasearte como si fueras un cisne
recorres tus viejas ciudades
y la gente se aparta a tu paso
crees que abren paso a tu elegancia
pero ellos ven un cuervo cubierto de hollín
que les dispara dardos envenenados
con la mirada.
Te rehúyen, asqueados.

A quién darás cobijo en tu regazo,
mi querida,
vieja, bella, triste Europa,
si ya
no tienes alma que te anime.

Fotogramas de Páginas susurrantes (Páginas ocultas) (1994) de Aleksandr Sokúrov

Tłum. Ada Trzeciakowska

***

Stara, piękna, smutna Europo
cierpiąca na chroniczną melancholię
i luki zapomnienia
choć nieraz przypominasz sobie dawny blask
wiesz, żeś tylko szarym niebem i zimnym wiatrem
i oto znów próbujesz się zabić
i raz jeszcze
i kolejny
bez powodzenia
męczysz się z nowymi bliznami
po każdej samobójczej próbie.

Biedna, rozdarta, smutna Europo,
porzuciłaś dzieci swe na ulicy
nie oglądając się za siebie
o świcie
i teraz
nic nie robisz, tylko wypłakujesz oczy na rogatkach
w deszczu
wśród rosy lodowatej mgły
z rozczochranymi włosami i rozmazanym tuszem do rzęs
pytasz przechodniów, czy kiedykolwiek je widzieli.
ale kogo mógłby wykarmić twoje wysuszone ciało
co chciałaś im dać
przegrałaś każdy grosz
wśród karaluchów
w barakach na tyłach berlińskiego kabaretu
musiałaś wyrwać drzwi ze swoich polskich pałaców,
aby się ogrzać
w mroźną zimę, która nie chciała się skończyć,
która nigdy się nie kończy
nigdy
ale i tak wychodzisz na spacer jak łabędź
płyniesz spacerowym krokiem po swoich starych miastach
a ludzie rozstępują się przed Tobą
myślisz, że to z podziwu dla twej elegancji,
a oni widzą kruka pokrytego sadzą
strzelającego do nich zatrutymi strzałami
spojrzeń.
Stronią od ciebie z obrzydzeniem.

Komu udzielisz schronienia na swoich kolanach,
moja ukochana,
stara, piękna, smutna Europo,
gdy już
nie masz duszy zdolnej cię pokrzepić

Stephanie Silva

1989- , Puerto Rico

un animal que ya no muerde
ha renunciado a la fe de su mandíbula.


Ángel Antonio Ruiz

dos huracanes luego
sigo mirando la iglesia
que visité hace diez años
cuando quizás empezaba
a querer llegar tarde.

cuarenta incendios después
cuando las fotos se instalaron
en todas las memorias
me pregunto si las paredes
siguen siendo amarillas
me pregunto
si me sigo equivocando.

del Horario

Tłum. Ada Trzeciakowska

***

zwierzę, które już nie gryzie
wyrzekło się wiary w swoją szczękę.

Ángel Antonio Ruiz

dwa huragany później
nadal patrzę na kościół
byłam w nim dziesięć lat temu
gdy być może zaczynałam
chcieć przyjść za późno.

czterdzieści pożarów później
gdy zdjęcia osiadły 
na wszystkich wspomnieniach
pytam się, czy ściany 
są wciąż żółte
pytam się 
czy wciąż się mylę.

Clarice Lispector

1920 – 1977, Ucrania / Brasil

Trad. Sandra Santos

La pasión según G. H.

Y no olvidar, al comenzar el trabajo, estar preparada para equivocarme. No olvidar que el error muchas veces se había convertido en mi camino. Siempre que no resultaba cierto lo que pensaba o sentía, entonces se producía una brecha y, si antes hubiese tenido valor, ya habría entrado por ella. Mas siempre sentí miedo del delirio y del error. Mi error, no obstante, debía de ser el camino de una verdad: pues únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y entiendo. Si la «verdad» fuese aquello que puedo entender, terminaría siendo tan solo una verdad pequeña, de mi tamaño.
La verdad tiene que estar exactamente en lo que jamás podré comprender. Y, más tarde, ¿sería capaz de comprenderme ulteriormente? No sé.
El hombre del futuro, ¿nos entenderá como somos hoy? Distraídamente, con alguna ternura distraída, acariciará nuestra cabeza como nosotros hacemos con el perro que se nos acerca y nos mira desde dentro de su oscuridad, con ojos mudos y afligidos. Él, el hombre futuro, nos acariciaría, comprendiéndonos remotamente, como yo remotamente después iba a entenderme, bajo la memoria de la memoria de la memoria ya perdida de un tiempo de dolor, no sabiendo que nuestro tiempo de dolor iba a pasar del mismo modo que el niño pequeño no es un niño estático, sino un ser que crece.

Tłum. Ada Trzeciakowska

Pasja według G. H.

I nie zapomnieć, zacząwszy pracę, być gotową na pomyłki. Nie zapomnieć, że błąd wielokrotnie stawał się moja drogą. Zawsze, kiedy to co myślałam czy czułam okazywało się wątpliwe, otwierała się wówczas szczelina i, gdybym wcześniej miała odwagę, już dawno bym nią weszła. Lecz zawsze czułam strach przed delirium i błędem. Mój błąd, jednakże, zapewne musiał być droga do prawdy: bo wyłącznie, kiedy błądzę wychodzę poza to co znajome i zrozumiałe. Jeśli „prawdą” byłoby to co mogę zrozumieć, byłaby to zaledwie prawda niewielka, na moją miarę.
Prawda musi zawierać się wyłącznie w tym czego nie będę mogła zrozumieć nigdy. A później, po wszystkim, byłabym w stanie zrozumieć siebie samą? Nie wiem.
Człowiek z przyszłości, zrozumie nas jacy jesteśmy dziś? Nieuważnie, z jakimś czułym roztargnieniem, pogłaszcze nas po głowie jak zwykliśmy głaskać psa, który podchodzi do nas i patrzy na nas ze jądra swojej ciemności niemymi i udręczonymi oczami. On, człowiek z przyszłości, głaszcze nas, niejasno nas rozumiejąc, tak jak daleko później miałam zrozumieć siebie, pod ciężarem wspomnienia wspomnień pamięci już straconej czasu pełnego bólu, nie wiedząc, że nasz czas bólu miał mijać w taki sam sposób jak małe dziecko nie jest dzieckiem statycznym a istotą, która rośnie.

Francesca Woodman

A paixão segundo G. H.

E não me esquecer, ao começar o trabalho, de me preparar para errar. Não esquecer que o erro muitas vezes se havia tornado o meu caminho. Todas as vezes em que não dava certo o que eu pensava ou sentia – é que se fazia enfim uma brecha, e, se antes eu tivesse tido coragem, já teria entrado por ela. Mas eu sempre tivera medo de delírio e erro. Meu erro, no entanto, devia ser o caminho de uma verdade: pois só quando erro é que saio do que conheço e do que entendo. Se a verdade” fosse aquilo que posso entender – terminaria sendo apenas uma verdade pequena, do meu tamanho.
A verdade tem que estar exatamente no que não poderei jamais compreender. E, mais tarde, seria capaz de posteriormente me entender? Não sei.
O homem do futuro nos entenderá como somos hoje? Ele distraidamente, com alguma ternura distraída, afagará nossa cabeça como nós fazemos com o cão que se aproxima de nós e nos olha de dentro de sua escuridão, com olhos mudos e aflitos. Ele, o homem futuro, nos afagaria, remotamente nos compreendendo, como eu remotamente ia depois me entender, sob a memória da memória da memória já perdida de um tempo de dor, mas sabendo que nosso tempo de dor ia passar assim como a criança não é uma criança estática, é um ser crescente.

Transl. Idra Novey

The Passion According to G.H.

And I couldn’t forget, at the outset of the job, to prepare myself to err. Not forgetting that the error had often become my path. Every time something I was thinking or feeling didn’t work out—was because finally there was a breach, and, if I’d had courage before, I’d have already gone through it. But I’d always been afraid of delirium and error. My error, however, must be the path of a truth: since only when I err do I step out of what I know and what I understand. If “truth” were whatever I could understand — it would end up being just a small truth, one my size.
The truth must be exactly in what I shall never be able to understand. And, later, could I understand myself afterward? I don’t know.
 Will the man of the future understand us as we are today? He distractedly, with some distracted tenderness, will pet our head as we do with the dog that comes over to us and looks at us from within its darkness, with mute and afflicted eyes. He, the future man, would pet us, remotely understanding us, as I remotely would understand myself later, beneath the memory of the memory of the memory already lost of a time of pain, not knowing that our time of pain would pass just as a child is not a static child, it’s a growing being.

Luis Rosales

1910-1992, España

Autobiografía

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

Tłum. Ada Trzeciakowska

Niczym metodyczny rozbitek, który liczyłby fale
których brakuje mu do śmierci,
i liczyłby raz za razem, żeby nie popełnić
błędu, co do ostatniej,
tej, która osiąga wysokość dziecka,
całuje je i zakrywa mu czoło,
właśnie tak żyłem z wątpliwą rozwagą
kartonowego konika w łazience,
wiedząc, że nie pomyliem się w niczym,
oprócz co do tego co były mi najdroższe.

Museo del niño en Albacete