Jesús Urzagasti

1941 – 2013, Bolivia

con LaReversible

COYOACÁN

Sabía que debía caminar de una esquina a otra
aligerado del peso formal que delata a los viajeros
ya no tienes país me dije y caminas por un bello país
sin sombra ni recuerdos de paisajes florecientes
al fin volverás a ser una entidad muda y melancólica
debajo todo es húmedo y no fluye ninguna amenaza
para el que gobierna su locura y se abandona al sueño
arriba el cielo es luminoso y las aves sólo son aves
para estos sonidos apenas se necesita un mediador
un caminante que nunca escuchó nada en la tierra
un caballo y un tren una plaza y una vaga librería
quizás así responderías feliz a las voces de ayer
todo es un sueño para el equilibrista venido a menos
los sones de una orquesta popular el niño la manzana
el muerto con su violín el callado árbol de la noche
cruzo de una esquina a otra y veo cuatro policías
nunca estuve aquí nunca estuve allá nunca estuve
el aire es útil y la mecánica de los sueños también
nunca llegué a saber tanto de mí nunca me lo dijeron
será por eso que estiro los brazos y siento el agua
y desciendo como todo el mundo y me acomodo el ojo
como un inofensivo intruso que ha de retornar al hotel

Retrato de Christoffer Relander

Trad. Ada Trzeciakowska

COYOACAN

Wiedziałem, że powinienem spacerować od rogu do rogu
uwolniony od formalnego ciężaru zdradzającego podróżnych
nie masz już kraju mówiłem sobie i idziesz po pięknym kraju
bez cienia i wspomnień o kwitnących krajobrazach
w końcu ponownie staniesz się niemą i melancholijną istotą
pod spodem wszystko jest wilgotne i nie stanowi zagrożenia
dla tego, kto panuje nad swym szaleństwem i pogrąża się we snach
w górze niebo jest rozświetlone, a ptaki są tylko ptakami
takim dźwiękom wystarczyłby tylko pośrednik
wędrowiec, który nigdy nie słyszał niczego
jakiś koń i pociąg jakiś plac i byle jaka księgarnia
może wtedy z radością odpowiedziałbyś na wczorajsze głosy
wszystko jest snem dla niespełnionego ekwilibrysty
przygrywka ludowej kapeli dziecko jabłko
nieboszczyk ze skrzypcami ciche drzewo nocy
przechodzę z rogu na róg i widzę czterech policjantów
nigdy mnie tu nie było nigdy mnie tam nie było nigdy nie było
powietrze jest przydatne, podobnie jak mechanika snów
nigdy nie dowiedziałem się tyle o sobie nigdy nie powiedzieli mi tego
dlatego zapewne wyciągam ramiona i czuję wodę
i schodzę na dół, jak wszyscy inni, i wytężam wzrok
jak nieszkodliwy intruz muszący wracać do hotelu

Joanna Żabnicka

1989 – , Polonia

Trad. Ada Trzeciakowska

Como con un interruptor*

Un cardumen de luces se filtra
en las paredes del barrio. Teatro de sombras, contornos borrosos
de personas y objetos encima de los que

la noche suspende el filo del farol lunar
sobre un hilo fino de la sombra. Alguien hace chasquido con los dedos y
desaparece; alguien dispara, y alguien lleva dentro una bala,
la más perfecta de las formas. El sonido roba
la luz; en la mesa en la penumbra se consume

un hombre. Escribe sobre el papel mojado,
en el resplandor del acuario desbordado
sobre lo que después del
mundo -después del amanecer- será
devuelto, y si sí, a quién.

*doble significado; también un chasquido

Jak tym pstryczkiem

Ławica świateł wlewa się
w ściany osiedla. Teatr cieni, rozmyte zarysy
ludzi i przedmiotów, nad którymi

noc zawiesza ostrze księżycowej latarni
na cienkiej nici cienia. Ktoś strzela palcami i
znika; ktoś strzela, a ktoś w sobie kulę nosi, tę
najdoskonalszą z brył. Dźwięk zabiera
ze sobą światło; przy stole w półmroku dopala się

człowiek. Pisze na mokrym papierze,
w poświacie przelanego
akwarium o tym, co po
świecie – po świcie – zostanie
zwrócone, i komu, i czy.


Bohumil Hrabal

1914-1997, Chequia

Hrabal trabajó durante una época en una planta de reciclaje de papel de libros censurados.  Además, sus obras también fueron censurados por el régimen comunista.

Trad. Monika Zgustová

Una soledad demasiado ruidosa

Trabajé hasta bien entrada la noche y me refrescaba sacando la cabeza por el patio interior, y a través de aquella chimenea de cinco pisos miraba, como el joven Kant, un fragmento del cielo estrellado; después, tomando el asa de la jarra, a cuatro patas y con paso inseguro, subía la escalera y, tambaleándome, me dirigía a la taberna, compraba cerveza y volvía a bajar a tres patas a mi madriguera donde, sobre la mesa, a la luz de la bombilla, tenía abierto el libro Teoría general del cielo de Immanuel Kant… En el silencio de la noche, cuando los sentidos reposan calmados, habla un espíritu inmortal en un lenguaje difícil de designar, compuesto de conceptos, que es posible comprender pero imposible describir… Estas frases me afectaron de tal manera que me fui corriendo a sacar la cabeza al patio abierto para mirar el fragmento de cielo estrellado y sólo después continué cargando el papel asqueroso a la prensa con una horca, un papel lleno de familias de ratitas envueltas en una especie de algodón, de telaraña; de hecho los que trabajan con papel viejo no son humanos, de la misma manera que tampoco lo es el cielo, yo ya sé que alguien lo tiene que hacer, pero en el fondo mi trabajo se reduce a una matanza de inocentes, tal como la pintó Pieter Brueghel, la semana pasada envolví todas las balas con la reproducción de ese cuadro, hoy, en cambio, me iluminaba el amarillo y el dorado de los Girasoles de Van Gogh, de sus círculos y sus puntos, y este resplandor acrecentaba mi sentido de lo trágico. Así trabajaba, adornando las pequeñas tumbas de los ratoncitos, y de vez en cuando me iba a leer un fragmento de la Teoría general del cielo, cada vez tomaba una frase y la saboreaba como si fuese un caramelo de menta. Me inundaba la grandeza desmesurada y la infinita pluralidad, me invadía la belleza, la belleza caía sobre mí como un riego, de todos lados, el cielo visto a través del agujero del patio interior encima de mi cabeza, los combates y las guerras de dos clanes de ratas en las alcantarillas bajo mis pies, ante mí, en fila india, como un tren de veinte vagones, veinte paquetes iluminados por el centelleo de los girasoles; la máquina con su gran fuerza horizontal chafaba los ratoncitos silenciosos que no decían ni pío, como cuando les agarra un gato cruel y juega con ellos, y es que la misericordiosa naturaleza ha inventado el horror, es el horror que hace fundir los plomos, él, más fuerte que el dolor, envuelve a quien visita en el momento de la verdad. Todo eso me dejaba admiradísimo, súbitamente me sentí santificado, embellecido por dentro, por haber tenido el valor de soportarlo, por no haber perdido el juicio entre todas las cosas que veía y experimentaba en cuerpo y alma, aquí, en mi soledad demasiado ruidosa, me daba cuenta con estupefacción que este trabajo me había introducido en el campo infinito de la omnipotencia. Sobre mi cabeza brillaba una bombilla, los botones verde y rojo ponían en movimiento el cilindro de la prensa, hala, hala, ahora voy, ahora vuelvo, y yo, al fin y a la postre, llegué al pie de la montaña, tuve que coger una pala y, al igual que los excavadores de zanjas, ayudarme con una rodilla para poder vencer el papel convertido en una especie de arcilla. La última pala llena de aquella materia pegajosa y húmeda; me sentía como un limpiador de alcantarillas, trabajando en el profundo abismo de una cloaca abandonada. Deposité allí la Teoría general del cielo, abierta; até el paquete con alambres, el botón rojo interrumpió la presión y soltó el paquete hecho; lo arrastré a la cola, a la fila de sus compañeros gemelos, me senté en un peldaño, mis manos colgaban sobre el suelo de cemento mientras veintiún girasoles iluminaban la sombría penumbra de mi cueva. Los ratoncitos temblaban de frío porque ya no les quedaba papel donde excavar sus escondrijos, uno de ellos se me acercó y me atacó, un pequeño ratoncito se lanzaba contra mí, incorporado sobre sus patas traseras, tal vez me quería morder o echarme al suelo, o sólo hacerme un poco de daño, con toda la fuerza de su cuerpecito saltaba y me mordía la húmeda suela de los zapatos, yo rehusaba suavemente sus ataques, pero en vano, hasta que al final no pudo más, jadeando se retiró a un rincón para mirarme fijamente, directamente a los ojos; temblando como una hoja comprendí que en aquellos ojos de ratoncito había algo más que el cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en mi interior. Como un relámpago se me apareció Arthur Schopenhauer afirmando que la más elevada de las leyes es el amor y el amor es compasión, comprendí por qué Arthur odiaba tanto al forzudo de Hegel y me alegré de que ni Hegel ni Schopenhauer hubieran sido comandantes de dos ejércitos adversarios: estaba seguro de que aquellos dos habrían sido tan despiadados como los dos clanes de ratas en las alcantarillas del subsuelo de Praga. Por la noche me eché en la cama, medio muerto, bajo el baldaquín que soportaba dos toneladas de libros; en las tinieblas de mi habitación escasamente iluminada por los faroles de la calle distinguía los lomos de los libros y me parecía percibir en el silencio el roer de los pequeños dientes de los ratoncitos, de encima de mi cabeza me llegaba aquel sonido que me llenaba de pánico, me parecía oír el tictac de una bomba, y si había ratoncitos, se trataba sin duda de todo un nido, los nidos se convertirían en villorrios, los villorrios en pueblos y, de acuerdo con la progresión geométrica, al cabo de un año ese nido se convertiría en toda una ciudad de ratoncitos, que roerían tan bien y con tanta aplicación las vigas del baldaquín que pronto bastaría con hacer un gesto imprudente o emitir un sonido para que las dos toneladas de libros se desmoronasen sobre mí; ésa sería su venganza por haberlos prensado.

Película de 2007, adaptación del libro por Genevieve Anderson

1 Fotografía de Josef Koudelka; 2-4 Bohumil Hrabal

Tłum. Piotr Godlewski

Zbyt głośna samotność

Pracowałem do nocy i żeby się odświeżyć, wychodziłem do szybu wentylacyjnego i przez studnię pięciu pięter patrzyłem na skrawek gwiaździstego nieba jak młody Kant, a następnie na czworakach, dzierżąc ucho pustego dzbana, wytaczałem się do tylnego wyjścia i zataczając się szedłem po piwo, aby potem znów podpierając się ręką zejść tyłem ze schodów do piwnicy, jakbym schodził z góry po drabinie, i na stoliku pod świecącą żarówką miałem otwartą Teorię nieba, paczki stały przy windzie na baczność, a dziś napocząłem setkę mokrych i przemoczonych wielkich reprodukcji Słoneczników Vincenta van Gogha, więc boki każdej paczki jaśniały złocistym i pomarańczowym słonecznikiem na błękitnym tle, tak więc zmniejszał się smród sprasowanych myszek i ich gniazd, i starego, rozpadającego się papieru, suwak prasy poruszał się tam i z powrotem, gdy wciskałem to zielony, to czerwony guzik, w przerwach piłem piwo i do tego czytałem Teorię nieba Immanuela Kanta, o tym, że w ciszy, w powszechnej ciszy nocy oraz w spokoju zmysłów duch nieśmiertelny mówi nienazwanym językiem o pojęciach, które można wprawdzie zrozumieć, lecz nie opisać… I te zdania szokowały mnie tak, że wybiegałem do szybu wentylacyjnego i patrzyłem w górę na gwiaździsty wycinek nieba, a następnie nadal ciskałem widłami do koryta ohydny papier z mysimi rodzinami owiniętymi w taką ligninkę, taką watkę, lecz ten, kto pakuje stary papier, nie jest humanitarny, podobnie jak niebiosa, w gruncie rzeczy to, co robiłem, ktoś tę pracę musiał wykonać, ta praca była rzezią niewiniątek, tak jak to namalował Pieter Breughel, w tę reprodukcję owijałem wszystkie paczki w zeszłym tygodniu, ale dzisiaj jaśniały mi kręgi i tarcze złotej i żółtej barwy, Słoneczniki van Gogha, które wzmagały tylko poczucie tragedii. Tak więc pracowałem i ozdabiałem grobeczki myszek, a przy tym odbiegałem na bok i czytałem z Teorii nieba, jedno tylko zdanko brałem zawsze do ust jak ślazowy cukierek, tak więc byłem przy pracy napełniony niezmierną wielkością i nieskończoną mnogością, i pięknem, które tryskało na mnie ze wszystkich stron, gwiaździste niebo dziurawego szybu wentylacyjnego nade mną, wojna i bitwy dwóch szczurzych klanów we wszystkich kanałach i ściekach miasta stołecznego Pragi pode mną, dwadzieścia paczek ustawionych równo jak pociąg o dwudziestu wagonach zwrócony w stronę windy, a wszystkie obrócone ku mnie ściany paczek były rozświetlone lampami słoneczników, pełne koryto prasy, ściskane siłą poziomej śruby, zgniatało ciche myszki, które nie wydały nawet głosiku, tak samo jak gdy myszkę złapie i igra z nią okrutny kocur, tak oto miłosierna natura wynalazła zgrozę, w której wyłączają się bezpieczniki i zgroza silniejsza niż ból ogarnia tego, kogo nawiedzi w minucie prawdy. Wszystko to wprawiało mnie w osłupienie, nagle mnie uświęciło i wypiękniałem we własnych oczach, bowiem miałem odwagę nie oszaleć od tego wszystkiego, co w tej mojej zbyt głośnej samotności widziałem i ciałem oraz duszą osobiście zaznałem i przeżyłem, nabywałem pełnej zdumienia wiedzy, poprzez tę pracę rzucającej mnie w nieskończony obszar wszechmocy. A nade mną świeciła żarówka, czerwone i zielone guziki poruszały suwakiem prasy tam i na powrót, wreszcie dobrałem się łopatą do dna piwnicy i jak kopacze, gdy wyrzucają ziemię z wykopu, ja też musiałem pomagać sobie kolanem, by stylisko łopaty utrzymało ten papier, który przetworzył się już w jakiś margiel, w opokę. Tak więc wrzuciłem ostatnią łopatę mokrej i kleistej substancji, jakbym był kanalarzem i czyścił dno opuszczonego ścieku w podziemiach praskiej kanalizacji. Do ostatniej paczki włożyłem otwartą Teorię nieba i kiedy podwiązałem paczkę drutami, i czerwony guzik zwolnił nacisk, i wytoczyłem tę paczkę na wózek, i odwiozłem ją do tych dwudziestu pozostałych, siadłem na stopniu, ręce zwisały mi przez kolana na zimną cementową podłogę. Dwadzieścia jeden Słoneczników świeciło w ciemnej szarzyźnie piwnicy i kilka myszek, które trzęsły się z zimna, bo nigdzie nie było już papieru, jedna z tych myszek podeszła blisko i zaatakowała mnie, maleńka myszka doskakiwała do mnie na tylnych łapkach i chciała ugryźć mnie albo może przewrócić, możliwe, że chciała mnie jedynie zranić, całą siłą swego mysiego ciałka skakała i kąsała moją mokrą podeszwę, za każdym razem odsuwałem ją delikatnie, ale myszka wciąż od nowa rzucała się na moją podeszwę, aby wreszcie całkiem bez tchu przysiąść w kątku i patrzeć na mnie, patrzeć mi w oczy, i zacząłem dygotać, widziałem, że w tych mysich oczach jest w tej chwili coś więcej niż gwiaździste niebo nade mną, więcej niż prawo moralne we mnie. Uderzeniem pioruna oznajmił mi Artur Schopenhauer, że najwyższym prawem jest miłość, a ta miłość to współczucie, pojąłem, dlaczego Artur tak nienawidził głoszącego kult siły Hegla, byłem jednak zadowolony, że ani Hegel, ani Schopenhauer nie byli dowódcami wrogich armii, bo ci dwaj toczyliby wojnę dokładnie taką, jaką wiodą dwa szczurze klany we wszystkich kanałach i ściekach praskich podziemi. Dziś w nocy byłem taki zbiedzony, leżałem w poprzek łóżka pod baldachimem, nad którym belki podtrzymywały dwie tony książek, patrzyłem w półmrok wdzierający się ze skąpo oświetlonej ulicy i przez szpary między deskami widziałem grzbiety książek, a kiedy było cicho, nagle usłyszałem chrobot mysich ząbków, słyszałem, jak pracują na baldachimie nad moim łóżkiem, i z kilku książek dochodził mnie ten dźwięk, który napędzał mi strachu, jakby cykał tam stoper, a gdzie są myszki, tam gdzieś nade mną będzie też mysie gniazdo, a gdzie są gniazda, tam za kilka miesięcy powstanie mysia osada, a za pół roku wioski myszek, które w postępie geometrycznym, nim minie rok, utworzą miasteczko, zdolne podgryzać również tramy i belki tak przemyślnie, że pewnego razu – i to już wkrótce – trącę je tylko głosem, tylko nieznacznym ruchem ręki i zleci na mnie tych dwadzieścia kwintali książek, i tak myszki zgotują mi odpłatę za wszystkie paczki, w których je kiedykolwiek sprasowałem.

Andrzej Stasiuk

1960 – , Polonia

Trad. Ada Trzeciakowska

***

En la ciudad donde en distintos barrios la muerte
tiene el mismo aspecto y los tristes parroquianos de cafés
arrojan aún más palabras a las leyendas,
las campanas apaciguan el aire, mas el amor no llega.

En las casas en el desierto unos hombres azules mantienen
el mundo en equilibrio. Todos los amantes están muertos.
Murieron al alba a la hora de los cuerpos vaciados.

Cien hombres presos y desnudos se encuentran en la casa de baño.
Envueltos en una remota tristeza de nubes de vapor,
entre la prisa herrumbre y el ansia de sus cuerpos
hechos de cicatrices y heridas adquieren levedad,
el brillo de nostalgia -singular en el mundo de la satisfacción-.

Aunque las campanas apaciguan el aire, el amor no llega.
En las ciudades -lugares de leyendas y tesoros- las palabras
tintinean en los cafés. Y todos resultan tan cansados
que dejan pasar las noches esperando en vano.

Fotograma de La juventud de Paolo Sorrentino

***

W mieście, gdzie w różnych dzielnicach śmierć
wygląda tak samo a markotni bywalcy barów
dorzucają do legend kolejne słowa,
dzwony uciszają powietrze, lecz miłość nie nadchodzi.

W domach na odludziu błękitni mężczyźni utrzymują
świat w równowadze. Wszyscy kochankowie są martwi.
Umarli o świcie w porze opróżnionych ciał.

Stu uwiezionych nagich mężczyzn spotyka się w łaźni.
W niewiarygodnym smutku kłębów pary,
między pośpiechem rdzą i żądzą ich ciała
ulepione z blizn i ran zyskują lekkość,
niespotykany w świecie spełnień blask tęsknoty.

Choć dzwony uciszają powietrze, miłość nic nadchodzi.
W miastach – miejscach legend i skarbów słowa
pobrzękują w barach. I wszyscy tak znużeni,
że przeczekują noce.

Andrzej Stasiuk

1960 – , Polonia

Trad. Ada Trzeciakowska

Poemas. 1.

Así que deberíamos acudir aquí,
a estos interiores sobrios y vacíos. Hoy,
cuando no tenemos nada que llevar, nada
que tenga peso, nada
salvo cargas personales que 
nunca nadie para nada

Deberíamos venir justo antes del alba
cuando fuera de la ciudad se oye el llanto de los trenes,
los pájaros duermen aún y de la oscuridad
queda un jirón;
cuando nadie coge las llamadas, 
y a nadie encontraremos aquí.

Después de una larga noche
cuando nos despierta el miedo, pero
ya no sabemos pasarlo y,
calzados, bajamos a comprobar
si hay alguien en el pasillo.
Sin embargo, está vacío, más allá también,
y así llegamos hasta el fin del mundo.

Fotograma de El desierto rojo de M. Antonioni

Wiersze. 1.

Tak, tu powinniśmy przychodzić,
do próżnych i surowych wnętrz. Dziś,
kiedy nie mamy nic do przyniesienia, nic
co by miało ciężar, nic
prócz ciężarów własnych które
nikomu nigdy na nic.

Powinniśmy przychodzić tuż przed świtem
gdy za miastem słychać płacz pociągów,
ptaki jeszcze śpią a ciemności
został ledwo skrawek;
gdy nikt nie odbiera telefonów, wtedy
gdy nie zastaniemy tu nikogo.

Po jakiejś długiej nocy
gdy strach nas budzi lecz już
nie umiemy się przestraszyć i
po prostu, w butach, idziemy sprawdzić
czy nikt nie stoi w przedpokoju.
Lecz tam jest pusto, tak samo dalej,
aż dochodzimy do samego końca świata.

Raymond Carver

1938-1988, EE. UU.

Trad. Jaime Priede

Esta habitación

Esta habitación, por ejemplo:
¿es eso un coche sin conductor
que espera abajo?

              Promesas, promesas,
              no hacerlas
              por mi bien.

Recuerdo sombrillas,
una explanada junto al mar,
aquellas flores…

              ¿Debo quedarme siempre detrás,
              escuchando, fumando,
              tomando notas rápidas a distancia?

Enciendo un cigarrillo
y corro la cortina.
Hay un ruido en la calle
cada vez más tenue, más tenue.

Tłum. Ada Trzeciakowska

Ten pokój

Ten pokój na przykład:
czy to puste auto
co czeka na dole?

              Obietnice, obietnice,
              nie składać żadnych
              dla mojego dobra.

Pamiętam parasole,
promenadę przy morzu,
i jeszcze te kwiaty…

              Zawsze muszę zostawać w tyle-
              słuchając, paląc,
              zapisując kolejne odległe rzeczy?

Zapalam papierosa
spuszczam rolety.
Hałas ulicy
dociera coraz słabszy, słabszy.

Cuadros de Alejandra Caballero (1972 -, Madrid)

This room

This room for instance:
is that an empty coach
that waits below?

              Promises, promises,
              tell them nothing
              for my sake.

I remember parasols,
an esplanade beside the sea,
yet these flowers…

              Must I ever remain behind –
              listening, smoking,
              scribbling down the next far thing?

I light a cigarette
and adjust the window shade.
There is a noise in the street
growing fainter, fainter.

Stanisław Barańczak

1946-2014, Polonia

Trad. Ada Trzeciakowska

Agosto de 1988

Oft didst thou scan my verse, where if I misse
Henceforth I will impute the cause to this.
A fingers losse (I speake it not in sport)
Will make a verse a Foot too short.

Thomas Randolph
Este Agosto pasará a la historia de la meteorología
The Boston Globe

Este agosto va a pasar, ya ha pasado a la historia de mi cuerpo
como época de camisas húmedas, debajo de las que la piel no sabía,
si se condensaba sobre ella el sudor o la humedad récord del aire;
el tiempo cuando, mediante el azul del esmog, se burlaba de los pulmones la espejada superficie
de la Hancock Tower, elevada hoja de afeitar puesta de punta en medio de la ciudad;
cuando los oídos absorbían frescos, competentes sollozos de las sirenas, gomosa
del bochorno la calzada en Roxbury eternizaba la huella de los neumáticos de la ambulancia,
en cuyo interior un joven traficante de drogas,
alcanzado en la barriga con una serie de Uzi, se volvía gris bajo máscara de oxígeno,
corriendo hacia un destino banal, único, planeado por alguien;
mientras en los ojos, clavados en la pantalla, puntuados con la risa de la presentadora
ardían aviones en las pistas, brotaban de las ciudades fuegos artificiales,
amenazaba con la inundación el Ganges, apretaba las manos el candidato, parloteaba
un cómico en el anuncio de Toyota, incrementaban las huelgas en Polonia,
un dictador africano en las tribunas atemorizaba a las charreteras;
mientras que yo sobre una rodilla húmeda y desnuda traducía un epigrama del poeta
que hace tres siglos y medio se despedía de su dedo meñique,
cortado en una pelea de taberna; mientras que en cada segundo corrían
lánguidamente las aguas de los ríos, la sangre circulaba en mil millones de venas,
encima de aquel todo, si existía, velaba un tutor invisible
o solamente observador, no lo sé; el tiempo, cuando bajo el pie
se calcinaba la acera, los periódicos informaban de los residuos de hospital
encontrados en las playas, del cambio climático;
cuando agonizábamos, como siempre, en las catástrofes, de cáncer, de hambre;
cuando un día, en la ducha, dando vueltas a la pointe de la traducción,
modificada un sinfín de veces, elegí “…veo con no poca
pena:/ Tendré que dar por perdida mi propia mano”;
cuando encendíamos el aire acondicionado, batíamos otro récord,
nos desmayábamos durante las torturas, nos perseguía una melodía del cuarteto
e-moll de Mendelssohn, la mañana nos entregaba a la abierta
ventana del sol, de los buzones sacábamos cartas y postales,
nos disparaba la patrulla fronteriza, besábamos el delicado
velo en la nuca, las válvulas se abrían acompasadamente en el corazón,
cuando por cada momento y lugar se enhebraba el hilo del sentido,
que no queríamos averiguar, mientras en nuestras muñecas el dedo
cortado de Thomas Randolph escribía golpeando sordos acentos.

Fotografías de Philip-Lorca diCorcia

Sierpień 1988

Wystukiwałeś wierszy mych rytm; gdy w nim zbłądzę
Dziś, o kulawość strofy twoją śmierć posądzę:
Utrata palca (wybacz, że w żałobne smutki
Pcham kalambur) wiersz stworzy o stopę za krótki…

Thomas Randolph (1605-1635), «Na utratę małego palca»
Ten sierpień przejdzie do historii meteorologii.
The Boston Globe

Ten sierpień przejdzie, już przeszedł do historii mojego ciała
jako epoka mokrych koszul, pod którymi skóra nie wiedziała,
czy skrapla się na niej pot, czy rekordowa wilgotność powietrza;
czas, gdy przez błękit smogu drwiła z płuc zwierciadlana powierzchnia
Hancock Tower, wzniosłej żyletki postawionej na sztorc w środku miasta;
gdy uszy chłonęły chłodne, kompetentne łkanie syren, gumiasta
od upału jezdnia w Roxbury utrwalała ślad dotyku
opon karetki, a w środku młodociany handlarz narkotyków,
trafiony w brzuch serią z uzi, szarzał pod maską tlenową,
pędząc w banalny, jedyny los, jaki ktoś mu planował;
gdy w oczach, wpatrzonych w ekran, punktowane śmiechem spikerki
płonęły samoloty na pasach, wytryskały znad miast fajerwerki,
groził powodzią Ganges, ściskał dłonie kandydat, trajkotał
komik w reklamie Toyoty, narastała sytuacja strajkowa
w Polsce, afrykańsky dyktator na trybunie stroszył epolety;
gdy na gołym, wilgotnym kolanie tłumaczyłem fraszkę poety,
który trzy i pół wieku wcześniej żegnał swój mały palec,
ucięty w karczemnej bójce; gdy w każdej sekundzie ospale
toczyły się wody rzek, krew krążyła w miliardach krwiobiegów,
nad wszystkim, jeśli istniał, czuwał niewidzialny opiekun
lub tylko obserwator, nie wiem; czas, gdy pod stopą rozprażał
się chodnik, gazety pisały o znajdowanych na plażach
odpadkach ze szpitali, o przemianie w klimacie globu;
gdyśmy konali, jak zwykle, w katastrofach, na raka, z głodu;
gdy któregoś dnia, pod prysznicem, obracając w głowie zmienianą
bez końca pointę przekładu, wybrałem: «…widzę z niemałą
udręką: / Trzeba będzie na własny palec machnąć ręką»;
gdy włączaliśmy klimatyzację, biliśmy kolejny rekord,
mdleliśmy na torturach, prześladował nas motyw z kwartetu
e-moll Mendelssohna, poranek powierzał nas otwartemu
oknu słońca, ze skrzynek wyjmowaliśmy listy i kartki,
strzelał do nas patrol graniczny, całowaliśmy delikatny
puch na karku, zastawki otwierały się miarowo w sercu,
gdy przez każdy moment i miejsce przewlekała się nitka sensu,
którego nie chcieliśmy dociec, a na naszych przegubach ucięty
palec Thomasa Randolpha wystukiwał bezgłośne akcenty.