J.M. Coetzee

1940 – , Sudáfrica/Australia

Trad. Javier Calvo

tierras de Poniente

Mis fiebres iban y venían, distinguibles únicamente por las flexiones de las alas del alma que traía la fiebre y por el tedio pesado del regreso a la tierra. Volví a habitar el pasado y medité sobre mi vida como domador de la naturaleza salvaje. Medité sobre los acres de territorio nuevo que había devorado con la mirada. Medité sobre las muertes que yo había presidido, la lengua fláccida del antílope y el crujido nítido del caparazón del escarabajo. Con un ligero golpe de las alas habité en los caballos que habían vivido debajo de mí (¿qué les había parecido todo?), en el cuero paciente de mis botas, en el aire que había presionado contra mí allí adonde me movía. De esa manera progresé, mandándome a mí mismo hacia fuera desde el espacio encogido de mi lecho a fin de reposeer mi viejo mundo, y lo reposeí, hasta que, llegando a estar cara a cara con las certezas extrañas del sol y la piedra, tuve que mantenerme a distancia, dejándolas para el día en que ya no me acobardaran. El desierto de piedra reverberaba en medio de la bruma. Detrás de aquel exterior familiar de color rojo o gris —habló la piedra desde su corazón de piedra al mío—, de aquel exterior que se adentraba en todas las dimensiones deshabitadas por el hombre, tiende su emboscada un interior negro y muy, muy ajeno al mundo. Sin embargo, bajo el mazazo del explorador, ese interior inocente se transforma en un destello, en una imagen repleta, confiada y mundana del exterior rojo o gris. ¿Cómo entonces, preguntaba la piedra, puede aquel que blande el mazo y que busca penetrar en el corazón del universo estar seguro de que existen los interiores? ¿Acaso no son ficciones, esos interiores como cebos para ser violados que el universo usa para sacar afuera a sus exploradores? (Sepultado en su arca, mi corazón también llevaba toda la vida viviendo en la oscuridad. Mis tripas quedarían deslumbradas si yo me perforara a mí mismo. Estas ideas me incomodaban).
(…)
En la naturaleza salvaje pierdo todo sentido de los límites. Es una consecuencia del espacio y de la soledad. La operación del espacio es como sigue: los cinco sentidos se despliegan desde el cuerpo que habitan, pero cuatro de ellos se extienden en un vacío. El oído no puede oír, la nariz no puede oler, la lengua no puede probar sabores, la piel no puede sentir. La piel no puede sentir: el sol se abate sobre el cuerpo, la carne y la piel se mueven dentro de una bolsa de calor, la piel se tensa en vano alrededor, todo es sol. Sólo la mirada tiene poder. La mirada es libre, se extiende por el horizonte en todas direcciones. Nada se oculta a la mirada. A medida que los demás sentidos se embotan o quedan aturdidos, mi mirada se flexiona y se extiende. Me convierto en un ojo reflectante esférico que se mueve por el yermo y lo ingiere. Destructor del yermo, me muevo por la tierra abriendo un camino devorador de un horizonte al siguiente. No hay nada que me haga girar la mirada, soy todo lo que veo. ¡Qué soledad! Ni una piedra, ni un matorral, ni una maldita hormiguita hacendosa que no esté comprendida en esta esfera de viaje. ¿Qué existe que no sea parte de mí? Soy un saco transparente con un núcleo negro lleno de imágenes y un arma de fuego.
El arma de fuego representa la esperanza de que exista algo que no sea uno mismo. El arma de fuego es nuestra última defensa contra el aislamiento dentro de la esfera de viaje. El arma de fuego es nuestra mediadora con el mundo y por tanto nuestra salvadora. Las noticias que trae el arma de fuego: fulanito está afuera, no tengas miedo. El arma de fuego nos salva del miedo de que toda la vida esté dentro de nosotros. Lo hace desplegando a nuestros pies todas las pruebas que necesitamos de un mundo moribundo y por tanto vivo. Yo me muevo por la naturaleza salvaje con mi arma de fuego echada al hombro en el margen de mi mirada y mato elefantes, hipopótamos, rinocerontes, búfalos, leones, leopardos, perros, jirafas, antílopes y ciervos de todas las clases, aves de caza de todas las clases, liebres y serpientes. Detrás de mí voy dejando una montaña de piel, huesos, cartílago no comestible y excremento. Todo esto es la pirámide que voy dispersando en honor a la vida. Es la obra de mi vida, mi proclama incesante de la alteridad de los muertos y por tanto de la alteridad de la vida. También un arbusto está vivo, no hay duda. Desde un punto de vista práctico, sin embargo, un arma de fuego es inútil contra el mismo. Hay otras extensiones del yo que podrían ser eficaces contra los arbustos y los árboles y que convierten sus muertes en himnos a la vida, un aparato lanzallamas, por ejemplo. Pero en cuanto a un arma de fuego, una descarga de perdigones disparada a un árbol no quiere decir nada, un árbol no sangra, permanece impávido, vive atrapado en su arbolidad, ahí afuera y por tanto aquí dentro. A diferencia de la liebre que suelta su último jadeo a tus pies. La muerte de la liebre es la lógica de la salvación. Porque o bien estaba viviendo ahí fuera y al morir entra en un mundo de objetos, y por tanto yo quedo satisfecho, o bien estaba viviendo dentro de mí y se niega a morir dentro de mí, puesto que sabemos que ningún hombre ha odiado nunca su propia carne, que la carne se niega a matarse a sí misma, que todo suicidio es una declaración de que el que mata no el mismo que la víctima. La muerte de la liebre es mi carne metafísica, igual que la carne de la liebre se convierte en la carne de mis perros. La liebre muere para evitar que mi alma se funda con el mundo. Todos los honores para la liebre. Y tampoco es fácil de alcanzar.
No podemos hacer recuento de la naturaleza salvaje. La naturaleza salvaje es una porque carece de límites. Podemos contar higueras, podemos contar ovejas porque el huerto y la granja están cercados. La esencia del árbol de huerto y de la oveja de granja es el hecho de que están numerados. Nuestro comercio con la naturaleza salvaje es una empresa inagotable de convertirla en huerto y en granja. Cuando no podemos cercarla para hacer recuento la reducimos a números por otros medios. Toda criatura salvaje que yo mato cruza la frontera entre la naturaleza salvaje y el número. He presidido la transformación en números de diez mil criaturas, y eso omitiendo a los innumerables insectos que han expirado bajo mis pies. Soy un cazador, un domador de la naturaleza salvaje, un héroe de la enumeración. Quien no entiende los números no entiende la muerte. La muerte es para él igual de incomprensible que para un animal. Esto es cierto para el bosquimano, y se puede ver en su lenguaje, que no incluye un procedimiento para contar cosas.
El instrumento de supervivencia en la naturaleza salvaje es el arma de fuego, pero la necesidad de la misma no es física sino metafísica. Las tribus nativas han sobrevivido sin el arma de fuego. Yo también podría sobrevivir en el yermo armado únicamente con arco y flechas, pero me temo que al verme tan desprotegido perecería no de hambre sino de esa enfermedad del espíritu que lleva al babuino enjaulado a sacarse las entrañas. Ahora que el arma de fuego ha llegado entre ellos, las tribus nativas están condenadas no sólo porque dicha arma los matará en grandes cantidades, sino porque el ansia de la misma los alienará de la naturaleza salvaje. Todo territorio por el que yo desfilo con mi arma se convierte en un territorio desgajado del pasado y vinculado al futuro.

Fotografía de un boer, dibujos de William Kentridge

Tłum. Magdalena Konikowska

Ciemny kraj

Napady gorączki nadchodziły i przemijały, niewiele się różniąc między sobą: dusza już to rozpościerała skrzydła, już to spadała na grząską ziemię. Znów przeniesiony w przeszłość, rozmyślałem o swoim życiu pogromcy dziczy. Myślałem o nowych obszarach, które pożerałem wzrokiem. O różnych postaciach śmierci, których byłem świadkiem – o bezwładnym języku antylopy, o zmiażdżonym pancerzu żuka. Lekkim ruchem skrzydeł przeniosłem się w ciało koni, które żyły pode mną (co one o tym wszystkim sądziły?), w cierpliwą skórę butów, w powietrze napierające na mnie, gdziekolwiek się zwróciłem. Tak oto, wyrywając się ze skurczonej przestrzeni łóżka, znowu brałem w posiadanie swój dawny świat, aż wreszcie, w obliczu obcych pewników słońca i kamienia, musiałem ustąpić, poczekać na ów dzień, gdy śmiało stawię im czoło. Kamienna pustynia migotała w skwarze. Za powszednią fasadą w barwach czerwieni lub szarości – tak mówił do mnie kamień z głębi swego kamiennego serca – za tą fasadą, która się wdziera w każdy wymiar zamieszkany przez człowieka, czai się ciemne wnętrze nieznane światu. Jednakże pod ciosem odkrywcy, w ułamku chwili, skryte wnętrze ukazuje bogaty, pewny, doczesny obraz czerwono-szarej fasady. Skąd zatem – pytał kamień – ten, kto zadaje cios, pragnąc skruszyć serce wszechświata, wie, że w ogóle istnieje fasada? Czy uroki bezbronnego wnętrza nie są jedynie fikcją, dzięki której wszechświat wabi swych odkrywców? (Moje pogrzebane serce również wiodło życie po ciemku. Gdybym siebie przedziurawił, oślepłoby w świetle. To niepokojące myśli.)
(…)
W głuszy tracę poczucie granic. Tak działa przestrzeń i samotność. Oto wpływ przestrzeni: pięć zmysłów sięga poza ciało, lecz cztery napotykają pustkę. Ucho nie słyszy, nos nie wyczuwa zapachów, język nie czuje smaku, skóra nie czuje nic. Skóra nie czuje: słońce praży ciało, ciało i skóra poruszają się w otoczce skwaru, skóra na próżno się rozciąga, wszędzie tylko słońce. Jedynie oczy ma- ją moc. Oczy są wolne, śledzą horyzont dookoła. Przed oczami nic się nie ukryje. Gdy inne zmysły stępiały, wzrok się wyostrza, wybiega daleko. Sam staję się kulistym lustrzanym okiem, które przemierza i wchłania głuszę. Ja, niszczyciel dziczy, pokonując ziemię, wycinam drogę od horyzontu po horyzont. Oko niczego nie omija, jestem tym wszystkim, co widzę. Jakaż samotność! Wędrująca ku- la zawiera każdy kamień, każdy krzak, każdą nieszczęsną przezorną mrówkę. Czy w ogóle istnieje cokolwiek poza mną samym? Jestem przejrzystą gałką o czarnym jądrze, po brzegi wypełnioną obrazami, uzbrojoną w strzelbę.
Strzelba symbolizuje nadzieję, że istnieje coś poza nami. Strzelba to ostatni środek obrony przed izolacją w ruchomej kuli. To pośredniczka w związkach ze światem, a więc nasza zbawczyni. Oto głos strzelby: „Ktoś, coś jest na zewnątrz, nie bój się». Strzelba chroni przed lękiem, że to w nas się zawiera cały byt. Kładzie nam u stóp namacalne świadectwa agonii, a tym samym dowody życia. Przemierzając głuszę ze strzelbą przy oku, kładę trupem słonie, hipopotamy, nosorożce, bawoły, Iwy, lamparty, likaony, żyrafy, antylopy wszelkiego rodzaju, wszelkie- go rodzaju ptactwo, zające, węże; za sobą pozostawiam górę kości, skóry, niejadalnych chrząstek, odchodów. To moja rozproszona piramida życia. Dzieło mojego życia, nieustanna proklamacja odrębności martwych, a zatem odrębności żywych. Niewątpliwie krzew również żyje. W praktyce jednak strzelba na nic się tutaj nie przyda. Wobec krzewów i drzew – po to by ich śmierć przeobrazić w pochwałę życia – należałoby stosować inne prze- dłużenie jaźni, chociażby miotacz ognia. Strzelba bowiem, wystrzał w drzewo nie ma znaczenia, drzewo nie krwawi, drzewo pozostaje niewzruszone, nadal żyje uwięzione w drzewie, tam i zarazem tutaj. Co innego zając, gdy przy nas wyzionie ducha. Śmierć zająca to logiczny wstęp do zbawienia. Bo albo żył i umiera w świecie materii, co mnie cieszy, albo też żył we mnie i we mnie nie umrze, wiemy bowiem, że żaden człowiek nigdy nie czuł nienawiści do własnego ciała, że ciało siebie nie zabije, że samobójstwo wieści odrębność zabójcy od ofiary. Śmierć zająca to mój posiłek metafizyczny, tak jak zajęcze mięso jest karmą dla moich psów. Zając umiera po to, aby moja dusza nie zespoliła się ze światem. Cześć zającowi. Niełatwo zresztą go ustrzelić.
Dziczy nie zliczymy. Dzicz to jedność, ponieważ nie ma granic. Można policzyć drzewa figowe, można policzyć owce, bo sad i farma są ograniczone. Istotą figowca i owcy jest liczba. Nasz kontakt z dziczą polega na tym, że niezmordowanie usiłujemy ją przekształcić w sad i w farmę. Gdy nie potrafimy jej ogrodzić ani zliczyć, sprowadzamy dzicz do liczby na inne sposoby. Każde zwierzę, które zabijam, przekracza granicę między dziczą a liczbą. Panowałem nad dziesięcioma tysiącami stworzeń, pominąwszy niezliczone owady, które wyzionęły ducha pod moimi stopami. Jestem myśliwym, oswajam dzicz, liczę po mistrzowsku. Kto nie rozumie liczb, ten nie rozumie śmierci. Dla kogoś takiego śmierć jest równie niepojęta jak dla zwierzęcia. Dotyczy to choćby Buszmenów – ich język nie zna procesu liczenia.
Narzędziem przetrwania w głuszy jest strzelba, choć broni potrzebujemy raczej w sensie metafizycznym niż materialnym. Tubylcze plemiona przeżyły bez strzelb. Ja również mógłbym żyć w dziczy uzbrojony jedynie w łuk i strzały, gdybym się nie obawiał, że w takim razie nie za- bije mnie głód, lecz ta sama choroba ducha, która sprawia, że pawian w klatce robi pod siebie. Teraz, wyposażeni w strzelby, tubylcy są skazani na zagładę – nie od kul, ale dlatego że pożądając tej broni, zerwą więź z dziczą. Każdy obszar, gdzie kroczę ze strzelbą, odcina się od przeszłości i wiąże z przyszłością.

J.M. Coetzee

1940 – , Sudáfrica/Australia

Trad. Javier Calvo

La edad de hierro

Estoy intentando no perder el rumbo. Estoy intentando mantener la sensación de necesidad. La sensación de necesidad es lo que me impide abandonarme. Sentada aquí entre toda esta belleza, o incluso sentada en casa entre mis cosas, apenas me parece posible creer que estoy completamente rodeada de una zona de muerte y degradación. Me parece una pesadilla. Algo me oprime y me golpea desde dentro. Intento no hacer caso, pero insiste. Cedo un centímetro y me oprime más. Me rindo con gusto y la vida vuelve a ser normal. Me rindo con gusto a la normalidad. Me revuelco en ella. Pierdo la vergüenza, me vuelvo tan desvergonzada como una niña. Una falta de vergüenza que resulta vergonzosa: no la puedo olvidar, no puedo soportar el recuerdo. Por eso tengo que mantener el control y no apartarme del camino de otra forma estaría perdida. ¿Lo entiende?
             Vercueil se ha inclinado sobre el volante como si tuviera problemas de vista. Él, con su vista de águila. ¿Acaso importaba que no lo entendiera?
             -Es como intentar dejar el alcohol -he insistido-. Uno lo intenta y lo intenta, lo intenta siempre, pero en el fondo sabe desde el principio que va a recaer. Y ese conocimiento íntimo alberga una vergüenza, una vergüenza tan cálida, tan privada, tan reconfortante que acaba trayendo consigo más vergüenza. Parece que no hay límite para la vergüenza que puede sentir un ser humano.
(…)
– Una vez le conté una historia sobre mi madre -he dicho finalmente, intentando hablar en tono más suave-. Sobre cómo cuando era niña se quedó en la oscuridad sin saber qué estaba pasando por encima de ella, las ruedas de la carreta o las estrellas.
             «Toda mi vida me he aferrado a esa historia. Si todos tenemos una historia que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes somos y de dónde venimos, entonces ésa es mi historia. Esa es la historia que elijo, o la historia que me ha elegido a mí. Es de ahí de donde vengo, es ahí donde empiezo.
             «Usted me pregunta si quiero seguir con la excursión. Si fuera posible de verdad, le sugeriría que fuéramos hasta cabo Oriental, a las montañas Outeniqua a ese parador que hay en lo alto del puerto de Prince Alfred’s. Incluso le diría: «Deje los mapas, conduzca hacia el norte y el este siguiendo el sol, yo ya reconoceré el sitio cuando lleguemos: el parador, nuestro punto de partida, el sitio del ombligo, el sitio donde me uno al mundo. Déjeme aquí, en lo alto del puerto de montaña, y váyase usted con el coche, déjeme esperando a que lleguen la noche y las estrellas y a que eche a rodar el vagón fantasmal».
             «Pero lo cierto es que, con o sin mapas, ya no puedo encontrar el lugar. ¿Por qué? Porque he perdido una parte del deseo. Hace un año o hace un mes habría sido distinto. Un deseo, tal vez el deseo más profundo que he sido capaz de tener, habría fluido de mí hacia ese único lugar en la tierra, guiándome. «Esta es mi madre», habría dicho yo, arrodillada allí. «Esto es lo que me da la vida.» Un terreno sagrado, no como una tumba, sino sagrado en el mismo sentido que el lugar de una resurrección: una resurrección eterna propiciada por la tierra.
             «Ahora el deseo, eso que también se puede llamar amor, me ha abandonado. Ya no amo a esta tierra. Así de simple. Soy como un hombre castrado. Castrado en la madurez. Intento imaginar cómo es la vida de un hombre al que le hayan hecho eso. Lo imagino viendo cosas que antes amaba, sabiendo por sus recuerdos que debería seguir amándolas, pero incapaz ya de restablecer ese amor. El amor: ¿qué era eso?, se diría a sí mismo, tanteando en su memoria en busca del antiguo sentimiento. Pero ahora lo único que encontraría sería una llanura, una quietud, una calma. Algo que yo tenía antes ha sido traicionado, pensaría, y se concentraría, intentando sentir esa traición en toda su intensidad. Pero no habría intensidad. La intensidad habría abandonado todas las cosas. En su lugar sentiría un impulso, suave pero continuo, hacia el estupor y la indiferencia. Indiferente, se diría a sí mismo, pronunciando en voz alta esa palabra afilada, y extendería una mano para palpar su filo. Pero también en ese momento habría un desdibujamiento, una pérdida de filo. Todo se aleja, pensaría. En una semana, en un mes, me habré olvidado de todo, me contaré entre los comedores de lotos, aislado, a la deriva. Por última vez intentaría sentir el dolor de ese aislamiento, pero lo único que podría lograr sería una tristeza pasajera.
             «No sé si estoy siendo lo bastante clara, señor Vercueil. Hablo de decisión, de intentar mantener la decisión y fracasar. Lo confieso, me estoy ahogando. Estoy sentada aquí a su lado y me estoy ahogando.
(…) cuando camino por este país, por Sudáfrica, tengo cada vez más la sensación de estar caminando sobre caras negras. Están muertas, pero sus espíritus no las han abandonado. Están acostadas, densas y atrapadas, esperando que pasen mis pies, esperando que me vaya, esperando para levantarse otra vez. Millones de lingotes flotando bajo la piel de la tierra. La edad de hierro esperando el momento de volver.
             «Usted cree que estoy angustiada pero que me recuperaré. Lágrimas fáciles, piensa, lágrimas sentimentales, que vienen y se van. Bueno, es cierto, he estado angustiada en el pasado, he imaginado que nada podría ser peor, y luego han llegado cosas peores, como pasa siempre, y lo he superado, o eso parece. Pero ¡ése es el problema! Para no quedarme paralizada de vergüenza he tenido que pasarme la vida superando lo peor. Lo que ya no puedo superar es esa forma de superar las cosas. Si supero esto de ahora, ya no volveré a tener ocasión de no superar algo. A fin de poder resucitar no debo superar lo que pasa ahora.

Fotografía y cuadro de Gerhard Richter; dibujo de William Kentridge

Tłum. Anna Mysłowska

wiek żelaza

Robię, co mogę, żeby pamiętać o postanowieniu. Staram się nie zapominać o potrzebie pośpiechu. Zawodzi mnie właśnie ta świadomość. Siedząc tu wśród piękna przyrody, czy nawet w domu otoczona własnymi przedmiotami, nie mogę uwierzyć, że znajduję się w strefie zabijania i degradacji. Wydaje mi się, że to zły sen. Ale coś naciska, trąca mnie łokciem. Udaję, że nie zauważam, bez skutku, domaganie się trwa. Ustępuję na centymetr, wtedy jeszcze się wzmaga. Z ulgą poddaję się i natychmiast życie znów płynie normalnie. Ja także odzyskuję pogodę ducha. Wprost tarzam się w zwykłej codzienności. Tracę poczucie upokorzenia, staję się bezwstydna jak dziecko. Zostaje wstyd z powodu bezwstydu, tego nie potrafię ani zapomnieć, ani cierpliwie znosić. Dlatego muszę się trzymać w garści i pilnować raz obranej drogi. W przeciwnym razie jestem zgubiona. Rozumiesz?
Vercueil skulił się nad kierownicą jak ktoś, kto ma zły wzrok. On, z tymi oczami jastrzębia. Czy ma jakieś znaczenie to, że on rozumie lub nie?
– Można to porównać do prób zerwania z alkoholem – mówiłam dalej. – Próbuje się i  próbuje, ciągle się próbuje, ale od początku przeczucie mówi, że człowiek się będzie staczał coraz niżej. Poniżenie, jakiego się doznaje, ukrywając swoją tajemnicę, jest tak dotkliwe, tak żałosne i dogłębne, że pociąga za sobą falę innych powodów do wstydu. „Wydaje się, że jest nieograniczona ilość pobudek, które skłaniają człowieka do wstydu.
(…)
Opowiadałam ci kiedyś pewną historię o mojej matce – odezwałam się w końcu, próbując mówić łagodniejszym tonem. – O tym, że kiedy była małą dziewczynką, leżała w ciemnościach, nie wiedząc, co się nad nią przetacza, koła wozu czy gwiazdy. Trzymam się tej historii przez całe życie. Jeżeli istotnie każdy z nas ma jakąś opowieść, z którą się identyfikuje, która mu podpowiada, kim jest i skąd pochodzi, to to jest właśnie moja opowieść. Wybrałam ją albo ona wybrała mnie. Z niej się wywodzę i w niej zaczyna się moje życie.
Pytasz, czy mam ochotę na dalszą przejażdżkę. Gdyby to było możliwe, proponowałabym, żebyśmy pojechali do Eastern Cape, do Outeniqua Mountains, do tego postoju na szczycie Prince Alfred’s Pass. Albo, jeszcze lepiej, odłóż mapy i jedź według słońca na północny wschód. Rozpoznam to miejsce, kiedy tam dojedziemy, postój, miejsce, z którego wyruszyli, miejsce, gdzie przyszłam na świat. Tam mnie wysadzisz, na przełęczy, i odjedziesz. Zostanę tam, czekając na noc i gwiazdy, na wóz-widmo, który przetoczy się, chwiejąc się na boki.
Prawdą jest jednak, że z mapą czy bez niej już nie mogę znaleźć tego miejsca. Dlaczego? Bo gdzieś ulotnił się mój zapał. Rok czy nawet jeszcze miesiąc temu byłoby inaczej. Pragnienie, prawdopodobnie największe, na jakie mnie stać, zawsze skupiało się na tym miejscu na ziemi, było dla mnie drogowskazem. To jest moja matka, powiedziałabym, klękając tam. To jest źródło mojego życia. Ziemia święta, święta nie jako grób, ale miejsce zmartwychwstania, wyzwolenia od świata.
Teraz to pragnienie, które można także nazwać miłością, zgasło – mówiłam dalej. – Razem z nim moja miłość do tego miejsca. To całkiem proste. Przypominam wykastrowanego mężczyznę, wykastrowanego w wieku dojrzałym. Próbuję sobie wyobrazić, jak wygląda jego życie po takim zabiegu. Wyobrażam sobie, co może czuć, patrząc na wszystko, co przedtem kochał. Zachował pamięć i wie, że powinien kochać nadal, ale już nie jest w stanie zdobyć się na miłość, kochać dla samego kochania. Miłość, co to takiego, czym była miłość?, pyta sam siebie, szukając w pamięci wspomnienia dawnego uczucia. Ale teraz wszystko wydaje się bezbarwne, nijakie, beznamiętne. Dopuściłem się zdrady, rozmyśla, skupia się, próbując odtworzyć uczucie towarzyszące zdradzie, przeniknąć do samej jej istoty, treści. Ta się jednak ulotniła. Zniknął sens wszystkiego. Zostało wewnętrzne rozdarcie, delikatne, niemniej popychające w kierunku obojętności, samotności. Obojętny, powtarza sobie. Wymawiając to ostre, deprymujące słowo, chciałby go dosięgnąć, żeby sprawdzić jego wyrazistość. Nie dopuszcza niestety do niego mglistość brzmienia i własna bierność. Wszystko zaciera się w pamięci, za tydzień, za miesiąc zapomni o wszystkim, znajdzie się w gronie sybarytów i samotników żyjących z dnia na dzień. Po raz ostatni będzie próbował przeżyć ból osamotnienia, ale ta próba sprowadzi się do przelotnego uczucia smutku.
Nie wiem, czy wyrażam się dość jasno, Vercueil. Mówię o determinacji, o próbie trzymania się swojego postanowienia i o mojej porażce. Przyznaję się, ja tonę. Siedzę tu obok ciebie i tonę.  
(…) Powiem ci, że kiedy kręcę się tu i tam po tym kraju, tej Afryce Południowej, narasta we mnie uczucie, że stąpam po czarnych twarzach. Ci ludzie nie żyją, ale dusze ich nie opuściły. Leżą tam ciężcy i zatwardziali, czekają na moje przechodzące po nich stopy, czekają, żebym sobie poszła, czekają, żeby znowu powstać. Miliony postaci z żelaza przesuwa się pod skorupą ziemi. Wiek żelaza czeka na swój powrót.
Myślisz, że jestem smutna, ale to mi wnet przejdzie. Łatwe łzy, łzy wzruszenia, dzisiaj są, jutro już po nich. No cóż, to prawda, byłam smutna, nie wyobrażałam sobie, że może się stać coś jeszcze gorszego. Tymczasem to gorsze przyszło, jak zawsze niezawodne, a ja musiałam jakoś dojść do siebie. W tym tkwi cały problem! Żeby nie poddać się paraliżującemu uczuciu upokorzenia, muszę żyć z umiejętnością ustawicznego radzenia sobie. Tym, czego nie mogę przezwyciężyć, jest umiejętność przezwyciężania. Jeżeli dojdę do siebie tym razem, nigdy już nie zdarzy mi się sytuacja, z  którą sobie nie poradzę. Więc dla ratowania samej siebie nie mogę przejść nad tym do porządku dziennego.

Age of Iron 

‘I am trying my best not to lose direction. I am trying to keep up a sense of urgency. A sense of urgency is what keeps deserting me. Sitting here among all this beauty, or even sitting at home among my own things, it seems hardly possible to believe there is a zone of killing and degradation all around me. It seems like a bad dream. Something presses, nudges inside me. I try to take no notice, but it insists. I yield an inch; it presses harder. With relief I give in, and life is suddenly ordinary again. With relief I give myself back to the ordinary. I wallow in it. I lose my sense of shame, become shameless as a child. The shamefulness of that shamelessness: that is what I cannot forget, that is what I cannot bear afterwards. That is why I must take hold, of myself, point myself down the path. Otherwise I am lost. Do you understand?’
Vercueil crouched over the wheel like someone with poor eyesight. He of the hawk’s-eye. Did it matter if he did not understand?
‘It is like trying to give up alcohol,’ I persisted. ‘Trying and trying, always trying, but knowing in your bones from the beginning that you are going to slide back. There is a, shame to that private knowledge, a shame so warm, so intimate, so comforting that it brings more shame flooding with it. There seems to be no limit to the shame a human being can feel.
(…)
I told you a story once about my mother,’ I said at last, trying to speak more softly. ‘About how when she was a little girl she lay in the dark not knowing what was rolling over her, the wagon-wheels or the stars.
‘I have held on to that story all my life. If each of us has a story we tell to ourself about who we are and where we come from, then that Is my story. That is the story I choose, or the story that has chosen me. It Is there that I come from, it is there that I begin.
‘You ask whether I want to go on driving. If it were practically possible, I would suggest that we drive to the Eastern Cape, to the Outeniqua Mountains, to that stopping-place at the top of Prince Alfred’s Pass. I would even say, Leave maps behind, drive north and east by the sun, I will recognize It when we come to it: the stopping-place, the starting-place, the place of the navel, the place where I join the world. Drop me off there, at the top of the pass, and drive away, leaving me to wait for the night and the stars and the ghostly wagon to come rolling over.
‘But the truth is, with or without maps, I can no longer find the place. Why? Because a certain desire has gone from me. A year ago or a month ago it would have been different. A desire, perhaps the deepest desire I am capable of, would have flowed from me toward that one spot of earth, guiding me. This is my mother,  I would have said, kneeling there: this is what gives life to me.  Holy ground, not as a grave but as a place of resurrection is holy: resurrection eternal out of the earth.
‘Now that desire, which one may as well call love, is gone from me. I do not love this land any more. It Is as simple as that. I am like a man who has been castrated. Castrated in maturity, I try to imagine how life is for a man to whom that has been done. I imagine him seeing things he has loved before, knowing from memory that he ought still to love them, but able no longer to summon up the love itself. Love: what was that? he would say to himself, groping in memory for the old feeling. But about everything there would now be a flatness, a stillness, a calmness. Something I once had has been betrayed, he would think, and concentrate, trying to feel that betrayal in all its keenness. But there would be no keenness. Keenness would be what would be gone from everything. Instead he would feel a tug, light but continual, toward stupor, detachment. Detached,  he would say to himself, pronouncing the sharp word, and he would reach out to test its sharpness. But there too a blurring, a blunting would have intervened. All is receding, he would think; in a week, In a month I will have forgotten everything, I will be among the lotus-eaters, separated, drifting. For a last time he would try to feel the pain of that separation, but all that would come to him would be a fleeting sadness.
‘I don’t know whether I am being plain enough, Mr Vercueil. I am talking about resolve, about trying to hold on to my resolve and failing. I confess, I am drowning, I am sitting here next to you and drowning.’
(…)
Let me tell you, when I walk upon this land, this South Africa, I have a gathering feeling of walking upon black faces. They are dead but their spirit has not left them. They lie there heavy and obdurate, waiting for my feet to pass, waiting for me to go, waiting to be raised up again. Millions of figures of pig-iron floating under the skin of the earth. The age of iron waiting to return.
‘You think I am upset but will get over it. Cheap tears, you think, tears of sentiment, here today, gone tomorrow. Well, it is true, I have been upset in the past, I have imagined there could be no worse, and then the worse has arrived, as it does without fail, and I have got over it, or seemed to. But that is the trouble! In order not to be paralyzed with shame I have had to live a life of getting over the worse. What I cannot get over any more is that getting over.  If I get over it this time I will never have another chance not  to get over it. For the sake of my own resurrection I cannot get over it this time.’

María Ángeles Pérez López

¡Felicidades a María Ángeles en el día de su cumpleaños!

1967 – , España (Valladolid)

***

El bisturí inocula su dolor.
En el corte limpísimo florece
el polen que envenenan las avispas,
su aguijón turbulento y ofensivo.
La mesa del quirófano está lejos
de la luz y la tierra del jardín,
su amor desesperado por la vida
y el material mohoso del origen,
lejos de la pasión de los hierbajos
y la piedra porosa en la que sangra
la desgastada edad de las vocales
que escribieron verdad y compañía.

En la asepsia que exige el hospital,
el bisturí recorta el corazón
de la página blanca del poema,
la sábana que tapa el cuerpo enfermo.
No queda ni memoria ni alarido,
tan solo un hueco rojo en el lenguaje.
En la mano que empuña la salud
hay sin embargo un corte diminuto,
una línea de sangre y su alfabeto.

Fotografías de Laura Makabresku

Tłum. Ada Trzeciakowska

***

Skalpel zaraża swoim bólem.
W dziewiczym nacięciu rozkwita
pyłek zatruwany przez osy,
ich gniewne i zaczepne żądło.
stół operacyjny daleko
od światła i ziemi ogrodu,
jego kurczowej żądzy życia
i pleśni materii początku,
daleko od uporu chwastów
i porów kamienia, gdzie krwawi
wyniszczony czas samogłosek,
zapisawszy prawdę i więzi.

Pośród szpitalnej aseptyki,
ostrze skalpela wycina kształt
serca na białej strony wiersza,
prześcieradle na chorym ciele.
Nie została pamięć ani krzyk,
tylko krwawa dziura w języku.
Na dłoni, która włada zdrowiem
jest jednak niewielkie nacięcie,
nikła strużka krwi, jej alfabet.

José Watanabe

1946-2007, Perú

Cielo de hospital

santa
vaciada
BLANCA VARELA

 Mi útero de humo
sale por la chimenea y se disuelve como nimbo
en este cielo que nunca tiene violencias.
Una violencia de cielo me hubiera consolado más.
 
Una enfermera cruza el jardín, ninguna
flor anuncia mi dolor. El dolor solo está
en los confines de la carne que aún me resta.
 
Mi útero
debió irse como un globo festivo
lleno de novios y nonatos. Él me convertía
en un animal muy bello
cuando urdía otro cuerpo.
Debió irse entonces
como un odre de dioses, ebrio y feliz, no víscera
de triste mamífero
en la bandeja de cirugía, no huevo
de la amargura.
 
La muerte se me acunó como hijo
y ahora también es humo de crematorio.
La cólera
o el ansia de belleza que impulsa a los árboles
a restituir la rama podada, está conmigo. Todo será
restablecido.
Voy a formar
una matriz nueva, un cuenco hondo como dos manos juntas,
no para frito, no importa si huera
 
pero ahí

Tłum. Ada Trzeciakowska

Szpitalne niebo

święta
spustoszona

BLANCA VARELA

Moja macica z dymu
ulatuje kominem i rozpływa się jak deszczowa chmura
na tym niebie zawsze pozbawionym aktów przemocy.
Przemoc nieba pocieszyłaby mnie bardziej.

Pielęgniarka przechodzi przez ogród, żaden
kwiat nie zapowiada mojego bólu. Ból istnieje tylko
w tych zakątkach ciała, które jeszcze mi pozostały.

Moja macica
musiała odlecieć jak radosny balon
pełen ukochanych i nienarodzonych. To ona czyniła ze mnie
piękne zwierzę
będąc osnową dla innego ciała.
Musiała odejść zatem
jak bukłak bogów, pijany i szczęśliwy, a nie trzewia
smutnego ssaka
na chirurgicznej tacy, nie jajeczko
zgorzknienia.

Śmierć ukołysała mi się jak dziecko
a teraz jest też dymem z krematorium.
Gniew
czy pragnienie piękna, które popycha drzewa
do odtworzenia odciętej gałęzi, jest ze mną. Wszystko
zostanie odtworzone.
Uformuję
nową macierz, misę głęboką jak dwie złączone dłonie,
nie na chleb, nie ważne, że pustą

byle tam