Olga Tokarczuk

1962 – , Polonia

Fragmento de la reciente novela de la Premio Nobel 2018 titulada Empusion. El horror naturomedicinal. He traducido un fragmento del I capítulo . El titulo deriva de la palabra empusa -bruja/vampiresa/Lamia- y designa el lugar habitado por estas criaturas mitológicas. El libro se publicó en Polonia a principios de junio de 2022 y se puede interpretar como contrapunto a La montaña mágica de Thomas Mann. La acción se sitúa en el antiguo balneario Görbersdorf (hoy Sokołowsko) en las montañas Sudetes en septiembre de 1913

Trad. Ada Trzeciakowska

empusion

Pensión para caballeros (frag.)

Estamos a mediados de septiembre, pero aquí, como constata asombrado visitante, el verano hace mucho que se fue y las primeras hojas se acumulan en el suelo. Los últimos días han debido de ser lluviosos, porque una ligera niebla sigue llenando el paisaje casi por completo, salvo las líneas oscuras de los arroyos. Nota en sus pulmones que se encuentra a gran altura; es bueno para su cuerpo cansado por la enfermedad. Wojnicz permanece en las escaleras de la estación de ferrocarril, examinando con recelo su calzado de finas suelas de cuero: tendrá que pensar en las botas de invierno. En Lviv, los ásteres y las zinnias seguían floreciendo, y a nadie se le ocurría pensar en el otoño. Aquí, en cambio, el horizonte alto hace que se vea más oscuro y que los colores parezcan más llamativos, casi vulgares. En ese momento, le invade una familiar melancolía tan propia de la gente convencida de su inminente muerte. Siente que este mundo que le rodea es un decorado pintado en una pantalla de papel, que podría hundir un dedo en este monumental paisaje y perforar un agujero que llevara directamente a la nada. Y que ésta, la nada, empezaría a manar de allí como un diluvio y finalmente le alcanzaría a él también, le agarraría por el cuello. Tiene que sacudir la cabeza para deshacerse de esta imagen. La imagen se rompe en gotas y cae sobre las hojas.
(…)
También le vinieron a la mente las palabras del Dr. Sokolowski de la época en la que comenzó a tratarle y a luchar contra su apatía: que la vida hay que hacerla apetecible. Sí, apetecible, es una palabra mejor que «gemütlich», pensó Wojnicz, pues no sólo se refería al espacio, sino también a todo lo demás: a la voz de alguien, a su forma de hablar, a su manera de sentarse en la silla, a su forma de atarse el pañuelo bajo el cuello, a la forma de disponer las galletas en el plato.

Fotogramas de Más allá de los sueños (1998) de Vincent Ward.

Empuzjon

Pensjonat dla panów (fragm.)

Jest połowa września, lecz tutaj, co przyjezdny zauważa ze zdziwieniem, lato już dawno minęło i na ziemi leżą pierwsze opadłe liście. Ostatnie dni musiały być deszczowe, bo lekka mgła wypełnia jeszcze krajobraz niemal szczelnie, robiąc wyjątek tylko dla ciemnych linii strumieni. Czuje w płucach, że jest wysoko, to dobrze dla jego zmęczonego chorobą ciała. Wojnicz stoi na schodkach dworca, oglądając podejrzliwie swoje obuwie na cienkich skórzanych podeszwach – będzie musiał pomyśleć o zimowych butach. We Lwowie kwitły jeszcze astry i cynie, i nikt w ogóle nie myślał o jesieni. Tutaj zaś wysoki horyzont sprawia, że jest ciemniej, a kolory wydają się bardziej jaskrawe, prawie wulgarne. W tym momencie ogarnia go dobrze znana melancholia, właściwa ludziom przekonanym o swojej rychłej śmierci. Czuje, że ów świat wokół to dekoracja namalowana na papierowym ekranie, że mógłby wsadzić palec w ten monumentalny pejzaż i wywiercić w nim dziurę prowadzącą prosto w nicość. I że ona, nicość, zacznie wylewać się stamtąd jak powódź i w końcu dosięgnie też jego, chwyci go za gardło. Musi potrząsnąć głową, żeby pozbyć się tego obrazu. Obraz rozbija się na kropelki i spada na liście.
(…)
Powracały doń też słowa doktora Sokołowskiego z czasów, kiedy ten zaczął go leczyć i zmagać się z jego apatią – że życie należy uczynić apetycznym. Tak, apetyczne, to lepsze słowo niż „gemütlich“, pomyślał Wojnicz, odnosiło się bowiem nie tylko do przestrzeni, ale także do wszystkiego innego – do czyjegoś głosu, do sposobu mówienia, siadania w fotelu, wiązania chustki pod szyją, do tego, jak ułożone są ciasteczka na talerzyku.

Rainer Maria Rilke

1875-1926, Austria

21 de marzo. Por la primavera, por la poesía, por Adam Zagajewski (en I aniversario de su muerte), por la gente de Ucrania: Rilke.

Adam Zagajewski escribió el poema, para el que realicé un ensayo cinematográfico (abajo), conmocionado por el atentado contra las Torres Gemelas. El poema es de inspiración rilkiana, quien, a su vez, escribió las elegías tras el trauma de la Primera Guerra Mundial (1912-1815; 1922 -con una pausa provocada por la apatía y depresión). El momento que vivimos me ha llevado a cuestionar el valor de la palabra poética, del arte, junto con Adorno, Godard, Różewicz. Este ano me sabe amargo el Día Internacional de la Poesía. Por mí, por esas valientes poetas ucranianas que ahora luchan tanto con la pluma como con las ametralladoras, intento buscar argumentos para convencerme de que sus versos y testimonios son importantes. Que no podemos callar, apartar la vista porque el silencio se traduce en una aceptación muda de los hechos. También evoco estas palabras de Dylan Thomas:
No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.

Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.

Y tú, padre mío, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

ENFURÉCETE, ALABA, CANTA, CELEBRA EL MUNDO MUTILADO, ¡PERO NO TE CALLES!

Trad. Eustaquio Barjau

Elegías de Duino

ELEGÍA IX

¿Por qué, si es posible pasar así el plazo
de la existencia, como laurel, un poco más oscuro que todo
otro verde, con pequeñas ondas en el borde
de todas las hojas (como sonrisa de un viento): por qué entonces
tener que ser humanos y, evitando destino,
anhelar destino?…
                           Oh, no porque haya felicidad,
esta ventaja prematura de una pérdida cercana.
No por curiosidad, o por ejercitar el corazón,
que también estaría en el laurel…

Sino porque estar aquí es mucho, y porque parece que nos
necesita todo lo de aquí, esto que es efímero, que
nos concierne extrañamente. A nosotros, los más efímeros. Una vez
cada cosa, sólo una vez. Una vez y ya no más. Y nosotros también
una vez. Nunca más. Pero este
haber sido una vez, aunque sólo una vez:
haber sido terrestre, no parece revocable.

Y por esto nos damos prisa y queremos llevarlo a cabo,
queremos abarcarlo en nuestras sencillas manos,
en la mirada más colmada y en el corazón sin palabras.
Queremos llegar a serlo. ¿A quién dárselo? Preferiblemente
conservarlo todo para siempre… Ay, a la otra relación,
ay, ¿qué se lleva uno al otro lado? No el mirar, lo que aquí
hemos aprendido lentamente, ni nada ocurrido aquí. Nada.
Entonces, los dolores. Entonces, sobre todo, la pesadumbre,
entonces, la larga experiencia del amor, entonces
lo inefable sólo. Pero luego,
bajo las estrellas, ¿qué?: éstas son inefables mejor.

Porque el caminante, de la ladera del borde de la montaña, no lleva
al valle un puñado de tierra, la inefable para todos, sino
una palabra conseguida, pura, la genciana
amarilla y azul. Estamos tal vez aquí para decir: casa,
puente, surtidor, puerta, cántaro, árbol frutal, ventana,
todo lo más: columna, torre… pero para decir, compréndelo,
oh para decir así, como ni las mismas cosas nunca
en su intimidad pensaron ser. ¿No es la secreta astucia
de esta tierra callada, que ella apremie a los amantes
a que en su sentimiento todas las cosas, sí todas las cosas se extasíen?
Umbral: qué es para dos
amantes que ellos gasten un poco el umbral,
ya viejo, de su puerta, también ellos, después de los muchos que les precedieron
y antes de los que vendrán después…, poca cosa.

Aquí es el tiempo de lo decible, aquí su país natal.
Habla y proclama. Más que nunca
van cayendo las cosas, las que podemos vivir, pues
lo que las sustituye, desplazándolas, es un hacer sin imagen.
Un hacer bajo costras que saltan por sí solas así que
la actividad de dentro las rebasa y se delimita de otro modo.
Entre los martillos aguanta
nuestro corazón, como la lengua
entre los dientes, que, no obstante,
sin embargo, sigue siendo la que celebra.

Celebra para el ángel el mundo, no el inefable, ante él
no puedes presumir del esplendor de lo que has sentido; en el Universo,
donde él, más sensible, siente, eres tú un novicio. Por esto muéstrale
lo sencillo, lo que, configurado de generación en generación,  
vive como cosa nuestra, junto a la mano y en la mirada.
Dile las cosas. Se quedará más sorprendido; como te quedaste tú
ante el cordelero de Roma, o ante el alfarero del Nilo.
Muéstrale cuán feliz puede ser una cosa, qué inocente y qué muestra,
cómo incluso el dolor que se queja se decide, puro, a la forma,
sirve como una cosa o muere entrando en una cosa, y al otro lado
escapa dichosamente al violín. Y estas cosas, que
confían en que podemos salvarlas, nosotros, los más perecederos,
nos confían algo que salva, a nosotros, los más perecederos.
Quieren que las transformemos del todo en el corazón invisible
¡en —oh, infinitamente— en nosotros! Da igual quiénes seamos al fin.

Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres: invisible
resurgir en nosotros? ¿No es tu sueño
ser algún día invisible? ¡Tierra!, ¡invisible!
¿Qué es, si no transformación, la tarea que impones apremiante?
Tierra, amada, yo quiero. Oh créeme, ya no son necesarias
tus primaveras para ganarme para ti, una,
ay, una sola es ya demasiado para la sangre.
Inefablemente estoy decidido por ti, desde lejos.
Siempre tuviste razón y tu santa ocurrencia
en la muerte familiar.

Mira, yo vivo. ¿De qué? Ni la niñez ni el futuro
menguan… Existencia rebosante
surge en mi corazón.

Elegía X

Que un día, a la salida de esta enconada visión,
mi canto de júbilo y gloria ascienda a los ángeles que están conformes.
Que de los martillos del corazón, de claro batir,
ninguno fracase en cuerdas flojas, dubitantes
o que se rompen. Que el flujo de mi semblante
me haga más luminoso; que el llanto imperceptible
florezca. Oh, entonces, cuán queridas, noches, vais a ser para mí,
noches de aflicción. Que yo no os recibiera más de rodillas, inconsolables
hermanas, que no me entregara más suelto
a vuestro suelto cabello. Nosotros, que derrochamos dolores.
Cómo nuestros ojos, adelantándose, los buscan, en la triste duración,
a ver si terminan o no. Mas ellos son, ciertamente,
nuestro follaje de invierno, nuestra oscura pervinca,
uno de los tiempos del año secreto, no sólo
tiempo, son lugar, asentamiento, lecho, suelo, residencia.

Ciertamente, ay, cuán extranjeras son las callejas de la Ciudad del Dolor,
donde en el falso silencio, fuerte, hecho de exceso de ruido,
alardea de lo que ha sido vertido del molde
del vacío: el ruido dorado, el monumento que estalla.
Oh, de qué modo, sin dejar huella, un ángel les pisotearía el mercado de consuelos,
al que limita su iglesia, la que ellos compraron una vez terminada:
pulcra y cerrada y desengañada, como una oficina de correos en domingo.
Fuera, en cambio, se rizan siempre los bordes de la feria.
¡Columpios de libertad! ¡Buzos e ilusionistas del afán!
Y el tiro al blanco con figuritas, el tiro al blanco de la felicidad relamida,  
donde hay pataleo de diana y comportamiento de hojalata,
cuando uno, más diestro, acierta. De aplauso a azar
sigue él dando tumbos su camino; pues casetas de toda clase de curiosidades
solicitan, tamborilean y berrean. Para los mayores, no obstante,
hay todavía algo especial que ver, cómo el dinero se multiplica, anatómicamente,
no sólo como diversión: el órgano genital del dinero,
todo, la totalidad, el proceso, esto instruye y da
fecundidad…
…Oh, pero inmediatamente después de esto,
detrás de la última valla, en la que hay pegados anuncios del ‘Sin Muerte’,
de aquella cerveza amarga que parece dulce a los que la beben,
siempre que con ella mastiquen distracciones frescas…,
justo a espaldas de la valla, justo detrás, está lo real.
Hay niños que juegan y amantes que se cogen el uno al otro, aparte,
serios, en la mísera hierba, y los perros tienen su mundo.
A ir más allá todavía se siente movido el muchacho; tal vez ama a una joven
queja… Detrás de ella va él por praderas. Ella dice:
—Lejos. Vivimos allí fuera… ¿Dónde? Y el muchacho
sigue. Le conmueve su actitud de ella. El hombro, el cuello, tal vez
es de noble linaje. Pero la deja, se da la vuelta,
mira a un lado, hace una seña… ¿Qué? Ella es una queja.
 
Sólo los muertos jóvenes, en el primer estadio
de indiferencia intemporal, el de la deshabituación,
la siguen con amor. A muchachas
espera ella y se hace amiga de ellas. Les muestra en voz baja
lo que lleva. Perlas del dolor y los finos
velos de la paciencia. Con los muchachos ella anda en silencio.
Pero allí donde ellas viven, en el valle, una de las viejas, de las quejas
se ocupa del muchacho, cuando éste pregunta: —Éramos
—dice ella— una Gran Estirpe, en tiempos, nosotras, las quejas. Los padres  
practicaban la minería, allí, en la gran cordillera; entre los hombres
encontrarás de vez en cuando un trozo de protodolor afilado
o, expulsada de viejo volcán, la lava petrificada de la ira.
Sí, esto venía de allí. En otro tiempo fuimos ricas.

Y ella le lleva ligera por el ancho paisaje de las quejas,
le muestra las columnas de los templos o las ruinas
de aquellos castillos desde donde los príncipes de las quejas gobernaron
antaño sabiamente el país. Le muestra los grandes
árboles de lágrimas y los campos de la melancolía en flor,
(Los vivos sólo los conocen como suave follaje);
le muestra los animales de la tristeza, paciendo; a veces
un pájaro se asusta y, volándoles rasante a través de su mirada,
traza en el espacio la imagen escrita de un grito solitario.
Al atardecer le lleva a las tumbas de los viejos
del linaje de las quejas, las sibilas y los augures.
Mas se acerca la noche, por esto caminan más quedo, y pronto
se levanta la luna, el Monumento Funerario
que vela sobre todo. Hermana de aquella que está junto al Nilo,
la esfinge sublime: de la callada cámara
semblante.
Y ellos se asombran de la cabeza coronada que para siempre,
en silencio, puso el rostro de los hombres
sobre la balanza de las estrellas.

No lo abarca la mirada de él, en el vértigo
de la muerte temprana. Mas su mirada, o
saliendo de detrás del pschent, asusta al búho. Y éste,
rozándole levemente la mejilla,
aquélla, la de la más madura redondez,
dibuja blandamente, metiéndose en el nuevo
oído de muerto, sobre una hoja doble,
abierta, la silueta indescriptible.
 
Y más alto, las estrellas. Las estrellas del país del dolor.
Lentamente las va nombrando la queja: Aquí,
mira: el Jinete, la Vara, y a la constelación más llena
la llaman ellos: Guirnalda de Erutos. Luego, más allá, hacia el Polo:
Cuna; Camino; El Libro Ardiente; Muñeca; Ventana.
Pero en el cielo del Sur, pura como en el interior
de una mano bendita, la ‘M’, clara, resplandeciente
que significa las madres…

Pero el muerto tiene que seguir, y en silencio le lleva la queja
más vieja hasta el barranco,
donde brilla la Luna:
la fuente de la alegría. Con veneración
la nombra ella, dice: —Entre los hombres
ella es un río que arrastra.
Están al pie de la montaña.
Y allí ella le abraza, llorando.

Solitario él va subiendo, a los montes del protodolor.
Y sus pasos no se oyen siquiera desde el mudo destino.

Pero si los infinitamente muertos despertaran en nosotros un símbolo,
mira, señalarían tal vez los amentos del desnudo
avellano, los amentos que cuelgan, o bien
pensarían en la lluvia que cae sobre el oscuro reino terrestre.

Y nosotros, que pensamos en una dicha
creciente, sentiríamos la emoción o
que casi nos abruma
cuando cae algo feliz.

21 marca. Za wiosnę, za poezję, za Adama Zagajewskiego (w 1. rocznicę śmierci), za naród ukraiński: Rilke.

Adam Zagajewski napisał wiersz, do którego zrobiłam etiudę filmową, wstrząśnięty atakiem na World Trade Center. Inspiracją dla wiersza jest Rilke, który z kolei storzył elegie po traumie I wojny światowej (1912-1815,1922, z przerwą spowodowaną apatią i przygnębieniem). Moment, w którym żyjemy, doprowadził mnie do kwestionowania poezji, sztuki, wraz z Adorno, Godardem, Różewiczem. Bolą mnie te radosne obchody dnia poezji tutaj w Hiszpanii jak nigdy dotąd. Sama dla siebie, dla tych dzielnych ukraińskich dziewczyn, które walczą teraz zarówno piórem jak karabinem, staram się przekonać, że słowa i świadectwa są ważne. Że nie możemy milczeć, bo milczenie oznacza niemą akceptację faktów. Przywołuję też słowa Dylana Thomasa:
Nie wchodź łagodnie do tej dobrej nocy,
Starość u kresu dnia niech płonie, krwawi;
Buntuj się, buntuj, gdy światło się mroczy.

«Mędrcy, choć wiedzą, że ciemność w nich wkroczy –
Bo nie rozszczepią słowami błyskawic –
Nie wchodzą cicho do tej dobrej nocy.

Cnotliwi, płacząc kiedy ich otoczy
Wspomnienie czynów w kruchym wieńcu sławy,
Niech się buntują, gdy światło się mroczy.

Szaleni słońce chwytający w locie,
Wasz śpiew radosny by mu trenem łzawym;
Nie wchodźcie cicho do tej dobrej nocy.

Posępnym, którym śmierć oślepia oczy,
Niech wzrok się w blasku jak meteor pławi;
Niech się buntują, gdy światło się mroczy.

Błogosławieństwem i klątwą niech broczy
Łza twoja, ojcze w niebie niełaskawym.
Nie wchodź łagodnie do tej dobrej nocy.
Buntuj się, buntuj, gdy światło się mroczy»

BUNTUJMY SIE, , SŁAWMY I OPIEWAJMY OKALECZONY ŚWIAT, ALE NIE MILCZMY!

Tłum. Mieczysław Jastrun (IX) i Andrzej Lam (X)

Elegie Duinejskie

Elegia IX

Czemu więc, jeśli już trzeba, porę istnienia na ziemi
przybrać jak wawrzyn, nieco ciemniejszy niż wszelka
inna zieleń z małymi falami na każdym
brzeżku liścia (jak uśmiech wiatru): – czemuż tedy
do ludzkiej przymuszać się doli – i unikając losu
tęsknić za losem?…
Och, nie, że jest szczęściem
ten przedwczesny przywilej bliskiej utraty.
Nie z ciekawości albo dla wprawy serca,
co by mogło być także w wawrzynie…

Ale że ziemski byt znaczy wiele i że wszystkiemu tutaj
jesteśmy na pozór potrzebni, całej tej znikomości,
co nas przedziwnie dotyczy. Nas, najbardziej znikomych. Raz tylko,
wszystko tylko raz jeden. Raz i nie więcej. My także
raz tylko. Niepowrotnie. Lecz to
raz tylko istnieć, jeśli nawet raz tylko:
istnieć na Ziemi, wydaje się nieodwołalne.

I tak przynaglamy się, by dopełnić istnienia,
tak chcemy zmieścić je w naszych zwyczajnych dłoniach,
w przepełnionym spojrzeniu i w niemym sercu.
Chcemy być nim. – komu je oddać? Najchętniej
wszystko zachować na zawsze… Ach, w tamten inny układ,
biada, co się zabiera ze sobą? Nie zdolność widzenia,
z wolna tu wyuczoną, nic z tego, co tu się zdarzyło. Nic.
Ale cierpienia. Lecz przede wszystkim ciężar bytu,
lecz długie doświadczenie miłości – lecz
samo niewysłowione. Ale później
pośród gwiazd, cóż z tym począć: są głębiej niewyrażalne.
Przecież wędrowiec ze stoku góry znosi w dolinę
nie garść ziemi, niewysłowionej dla wszystkich, lecz tylko
jedno zdobyte słowo, czyste, żółtą i błękitną
gencjanę. Jesteśmy tu może tylko po to, by powiedzieć: dom,
most, studnia, brama, dzbanek, owocowe drzewo, okno –
najwyżej: kolumna, wieża… Ale powiedzieć, zrozum,
o, powiedzieć tak, jak nawet samym rzeczom
nie marzyło się nigdy. Czy to nie skryty podstęp
tej Ziemi, co umie milczeć, jej, która zniewala
kochanków, by w ich uczuciu wszystko ich zachwycało?
Próg: czymże to jest dla dwojga
kochanków, że własny wysłużony próg we drzwiach
zetrą cokolwiek obuwiem, także oni, po wielu przed nimi
i przed tymi, co przyjdą… przelotnie.

Tu czas Wyrażalnego, tu jego ojczyzna.
Powiedz i wyznaj. Bardziej niż kiedykolwiek
tam odpadają rzeczy dające się przeżyć, albowiem
to, co spycha, na miejsce ich wchodząc, jest ruchem bez obozu.
Czynnością pod skorupami, pękającymi radośnie, gdy wewnątrz
napór przerośnie siebie i inną znajdzie granicę.
Trwa między młotami
nasze serce jak język
między zębami, a jednak
nie przestaje wysławiać.

Sław przed Aniołem świat, nie ten wyrażalny, przed nim
próżno byś chełpił się przepychem uczuć; w bezmiarze,
tam, gdzie on czuje stokrotnie, tyś nowicjuszem. Więc pokaż
mu rzeczy zwykłe, co z pokolenia na pokolenie żyją
w nas jako nasza własność, pod ręką, w spojrzeniu.
Powiedz mu rzeczy. Stać będzie wstrząśnięty, jak stałeś
u powroźnika w Rzymie lub u garncarza nad Nilem.
Pokaż mu, jak szczęśliwa może być rzecz, jak niewinna i nasza,
jak nawet łkające cierpienie przestaje na kształt, bez wahania,
służy jak rzecz lub znika w rzecz – i na drugim brzegu
błogo wymyka się skrzypcom. – I te ze skonania
żyjące rzeczy pojmują, że ty je sławisz; śmiertelne,
nam powierzają ratunek, najbardziej śmiertelnym.
Chcą, byśmy je przemienili w swym niewidzialnym sercu
w nas – o, bezbrzeżnie w nas samych! Kim byśmy byli w końcu.
Ziemio, czyż nie jest to twoim pragnieniem: w nas
narodzić się niewidzialnie? – Czy to nie sen twój,
być jeden raz niewidzialną? – Ziemio! być niewidzialną!
Co, jeśli nie metamorfoza, jest twym naglącym żądaniem?
Ziemio, umiłowana, chcę. O, wierz, nie trzeba by było
odtąd twych wiosen, by mnie zjednać dla ciebie – jedna,
ach, jedna, to już za wiele dla mojej krwi.
Bezimiennie przystałem na ciebie, z najdalszych oddali.
Tyś zawsze miała słuszność, i twoim świętym pomysłem
jest zgon poufny.

Patrz, żyję. Z czego? Ani dzieciństwo ni przyszłość
nie tracą nic ze siebie… Byt niezmierzony
wytryska z mojego serca.

Elegia X

Żebym też kiedyś, u kresu gorzkiego przejrzenia,
radość i sławę wyśpiewał przyzwalającym aniołom.
Żeby ze zbitych do cna młotków mojego serca
żaden nie zawiódł na luźnych, niepewnych albo
porwanych strunach. Żeby moje płynące oblicze
mnie rozświetliło; żeby płacz niepozorny
rozkwitnął. O, jak będziecie wtedy, noce, mi bliskie,
strapione. Że was na klęczkach, niepocieszone siostry,
nie brałem w siebie, w wasz rozpuszczony
włos nie kryłem się ufnie. My, trwoniciele cierpienia.
Jakże my je z góry odrzucamy, w posępne trwanie,
bo nie skończą się może. Ale to one są przecież
naszym zimozielonym listowiem, ciemnym barwinkiem,
jedną z pór sekretnego roku — nie tylko
porą — są miejscem, gniazdem, siedliskiem, mieszkaniem.

Lecz, biada, jak obce są uliczki Miasta Boleści,
gdzie w fałszywej, z nadmiaru dźwięku powstałej
ciszy, butnie, z matrycy pustki odlew
się pyszni: wrzask pozłocony, kruszący się pomnik.
O, jak chętnie rozdeptałby im anioł ten rynek pociech,
odgraniczony kościołem, jego kupną gotowizną:
czystym, zamkniętym i smutnym jak poczta w niedzielę.
Ale na zewnątrz kotłują się zawsze jarmarczne atrakcje.
Huśtawki wolności! Poławiacze, kuglarze zapału!
I szczęścia wystrojonego figurki w strzelnicy,
ruchome skaczące cele, dźwięk dające blaszany,
gdy strzelec fortunny trafi. Od trafu do przypadku
toczy się dalej; bo kramy z wszelakim cudactwem
wabią, bębnią i beczą. Dla dorosłych natomiast
jest widok osobny, jak pieniądz się mnoży, anatomicznie,
nie tylko do śmiechu: organ płciowy pieniądza,
wszystko, całość i przebieg — to uczy i czyni
płodnym………
…. Och, ale zaraz za tym, nieco dalej,
za płotem oklejonym plakatami „Todlos”,
tego gorzkiego piwa, co zda się słodkie pijącym,
gdy przeżuwają do niego ciągle nowe rozrywki…,
zaraz z tyłu parkanu, za nim jest rzeczywiście.
Dzieci się bawią i kochankowie trzymają się z boku,
poważnie, na lichej trawie, i psy korzystają z natury.
Coś dalej ciągnie młodzieńca; być może kocha młodą
Skargę….. Za nią idzie na łąki. A ona mówi:
— Daleko. Mieszkamy tam, za miastem….. Gdzie? I młodzieniec
idzie za nią. Jej postać go wzrusza. Ramiona i szyja —
może to ród znamienity? Lecz ją zostawia, odchodzi,
odwraca się, skinął… Cóż to? Ona jest Skargą.

Tylko młodzi umarli, we wczesnym okresie
bezczasowej obojętności, odzwyczajania,
idą za nią z miłością. Na dziewczęta
czeka i zaprzyjaźnia się z nimi. Pokazuje im cicho,
co ma na sobie. Perły cierpienia i delikatne
welony cierpliwości. — Z chłopcami idzie
w milczeniu.

Lecz tam, gdzie mieszkają, w dolinie, jedna ze starszych Skarg
zwraca się żywo ku chłopcu, kiedy ten pyta: — Byliśmy,
mówi, Wielkim Rodem, kiedyś, my Skargi. Przodkowie
pracowali w kopalniach tam, w tych górach; u ludzi
znajdziesz niekiedy kawałek szlifowanego pra-bólu
lub, ze starego wulkanu, gniew skamieniały w szlakę.
Tak, to pochodzi stamtąd. Byliśmy kiedyś bogaci. —

I prowadzi go lekko przez Skarg krajobraz rozległy,
pokazuje słupy świątyni albo zwaliska
zamków, z których niegdyś książęta Skargowie
krajem mądrze rządzili. Pokazuje wysokie
drzewa łez i pola kwitnącej melancholii
(żyjący znają ją tylko jako roślinę liściastą);
pokazuje zwierzęta smutku na łące — a czasem
skoczy ptak i przetnie im w płaskim locie widzenie
hieroglifem swojego samotniczego krzyku. —
Zaś wieczorem na groby przodków go wiedzie
ze Skargów rodu, dawnych sybilli i wieszczków.
A kiedy noc się zbliża, wędrują ciszej, i wkrótce
księżyc się wznosi, ten nad wszystkim
czuwający grobowiec. Podobny do tego nad Nilem,
wzniosły Sfinks —: utajnionej komnaty
oblicze.
I zdumiewają się głowie królewskiej, która na zawsze,
milcząca, twarz ludzką
złożyła na wadze gwiazd.

Tego już wzrok nie ogarnia, we wczesnej śmierci
mętniejący. Lecz jej spojrzenie,
spoza krawędzi pszentu, wypłasza sowę. A ona,
muskając w wolnym przelocie policzek,
tę najdojrzalszą okrągłość,
wrysowuje miękko w nowy
słuch umarłego, nad podwójnie
otwartą kartą, nieopisany obrys.

A wyżej, gwiazdy. Nowe. Gwiazdy Krainy Boleści.
Wolno nazywa je Skarga: — Tu,
patrz, to Jeździec, to Laska, a ten większy gwiazdozbiór
zowią: Wieniec Owoców. I dalej, bliżej bieguna:
Kołyska; Droga; Płonąca Księga; Lalka; Okno.
Na niebie zaś południowym, czyste jak we wnętrzu
błogosławionej dłoni, jasno świecące M,
które oznacza Matki…… —

Lecz Zmarły musi odejść; w milczeniu prowadzi go starsza
Skarga do wąwozu w dolinie,
gdzie w blasku księżyca coś lśni:
Źródło Radości. Z nabożną czcią
nazywa je, mówi: — U ludzi
jest ono doniosłą rzeką. —

Stoją u podnóża gór.
Obejmuje go, płacząc.

Samotnie się wspina, ku górom pra-bólu.
I nawet jego kroki nie dźwięczą z głuchego losu.

*
Lecz gdyby mieli ci nieskończenie umarli wzbudzić
w nas podobieństwo, patrz, wskazaliby może kotki
bezlistnej leszczyny, zwisające, albo
deszcz, co na mroczną ziemię pada wczesną wiosną. —
My zaś, którzy o szczęściu rosnącym
myślimy, poczulibyśmy wzruszenie,
które nas do żywego dojmuje,
kiedy szczęście pada.