1924-1992, Japón
Trad. Kazuya Sakai
La mujer de la arena
Pero si eso fuera todo, no habría por qué tomar las cosas tan en serio. Si aquel hombre no hubiera tenido la misma reacción que los demás colegas, quizás él no se habría obstinado tanto.
Ese hombre en principio le inspiraba confianza. Estaba entusiasmado con el movimiento gremial, y se caracterizaba por sus ojos hinchados y su aspecto de tener la cara recién lavada. Incluso una vez ensayó confiarle sus pensamientos íntimos, cosa que no acostumbraba hacer con otros.
—Tengo serias dudas acerca del sistema de educación que intenta darle sentido a la vida. ¿Cuál es su opinión?
—¿Qué quiere decir con «darle sentido a la vida»?
—Dicho de otro modo, una educación ilusoria que conduce a la creencia de que uno es algo, cuando en realidad no es nada… Por eso, en estos momentos estoy interesado en la arena, por ejemplo, porque, aunque es sólida, tiene propiedades definitivamente hidrodinámicas…
El otro, perplejo, se encorvó hacia adelante, arqueando aún más su espalda felina. Pero su expresión, como antes, permanecía abierta; no parecía estar disgustado. Alguien había dicho de él que se parecía a una cinta de Möbius. Una cinta de Möbius es una cinta de papel retorcida y unida en círculo que representa una superficie sin anverso ni reverso. ¿Querrían decir que la vida gremial y la privada de este hombre formaban un círculo de Möbius? Recordaba que el apodo contenía una ironía y al mismo tiempo cierta admiración hacia ese hombre.
—¿Quiere decir una educación realista?
—No; si puse el ejemplo de la arena es porque, en última instancia, pienso que el mundo es como la arena… No se puede conocer su verdadera naturaleza mientras se la considera como cuerpo estático… No es que la arena fluya; el fluir mismo es la arena… Lo siento, no lo puedo explicar mejor…
—Entiendo lo que quiere decir. En una educación práctica, no se pueden evitar los elementos relativos, ¿no es así?
—No, no es eso. Uno mismo se convierte en arena… Ve con los ojos de la arena… Es decir, es lo mismo que cuando uno muere; entonces no surge la necesidad de dar vueltas a la idea de que uno va a morir…
—Usted deber ser un idealista. Yo creo que debe temer a los estudiantes, ¿no es verdad?
—Y bien, sí, porque pienso que los estudiantes también son como la arena…
El hombre rió afablemente mostrando sus dientes blancos, sin la menor señal de disgusto por la divergencia; sus ojos hinchados se hundían entre los pliegues de la piel. No pudo menos que devolver una vaga sonrisa a ese que no era más que un círculo de Möbius. Realmente lo era, en el sentido bueno y en el malo. Y el lado bueno era suficientemente respetable.
Me hundo…, me hundo…, pronto estaré enterrado hasta la cintura… ¿Qué demonios tengo que hacer?… Si pudiera aumentar la superficie de contacto con la arena, tendría menos peso por centímetro cuadrado, y posiblemente detendría un poco el hundimiento…
Se estiró a lo largo, con los brazos extendidos… Era demasiado tarde. Había pensado tenderse de bruces, pero la parte inferior de su cuerpo ya estaba fijada verticalmente en la arena. Era imposible que sus ya exhaustas caderas se mantuvieran en ángulo recto por un lapso de tiempo apreciable. A menos que uno fuera un artista del trapecio, tarde o temprano llegaría al límite de la resistencia.
¡Qué oscuridad!… El mundo entero ha cerrado sus ojos y se ha tapado los oídos… ¡Nadie es capaz de acudir cuando estoy a punto de perecer! El miedo le cerró la garganta, y de repente estalló. Se le aflojó la mandíbula, y el hombre soltó un grito animal:
—¡Auxilio!
¡El lugar común inevitable!… Pues, ¿y qué?… ¿De qué sirve la originalidad cuando se está a punto de morir? Quiero decir viviendo como sea, aun con todas las características de un pastelito hecho en molde… Pronto me hundiré hasta el pecho, hasta la barbilla, hasta la nariz… ¡Ya basta! ¡Tengo bastante!
—¡Auxilio! ¡Por favor!… ¡Pronto, lo que sea! ¡Por favor, auxilio! ¡Por favor!
Por fin empezó a llorar. Al principio controló sus sollozos, pero pronto se convirtieron en llanto desatado. Temblando de miedo, con la horrible sensación de que todo se derrumbaba y estaba perdido. No importa si nadie me está viendo… Es demasiado injusto que todo esté pasando sin tener en cuenta los trámites… Hasta cuando muere un reo sentenciado, queda por lo menos un registro… Sí, gritaré hasta cansarme… ¡No tengo la culpa de que nadie esté mirando!
Así, cuando súbitamente unas voces le gritaron desde atrás, la sorpresa resultó devastadora. Lo derrotó completamente, hasta su sensación de vergüenza quedó borrada, como un ala de libélula consumida en un instante por el fuego.
—¡Hey, usted! ¡Agárrese a esto!
Un largo pedazo de tabla se deslizó hasta él y le dio en un costado del abdomen. Un círculo de luz cortó la oscuridad y cayó sobre la tabla. Torció con dificultad la parte superior de su cuerpo, rogando a los hombres que sentía detrás de él:
—Por favor, sáquenme con esta cuerda…
—No, no podemos sacarlo como si fuera una raíz…
La risa estalló a sus espaldas. No podía asegurarlo, pero debían ser cuatro o cinco.
—Aguante un poco más, ya hemos enviado por unas palas… Suba los codos a esa tabla y no tendrá qué temer…
(…)
LE pasaron una cuerda bajo los brazos, y como un bulto lo bajaron al pozo. Nadie dijo una palabra, y se diría que estaban asistiendo a un entierro. El hoyo era profundo y oscuro. La luz de la luna envolvía el paisaje de las dunas en una claridad sedosa, perfilando las ondas de la arena y las huellas de los pasos, como pliegues de vidrio; no obstante, sólo el pozo, rehusando tener un papel en el paisaje, se veía negro como boca de lobo. No es que lo molestara especialmente. Agotado como estaba, el simple hecho de levantar la cabeza para mirar lo mareaba y le causaba náusea.
Dentro de la sombra, la mujer era una mancha oscura, sobre el fondo negro. Lo acompañó hacia la cama, pero por alguna razón no alcanzaba a verla. No, no era sólo la mujer, todas las formas a su alrededor se habían vuelto borrosas. Aún después de haberse dejado caer en el lecho, mentalmente seguía corriendo con todas sus fuerzas en la arena… Y dormido, siguió corriendo en sueños. Pero su sueño era ligero. Recordaba perfectamente el ladrido distante de los perros, el sonido del vaivén de las canastas. Recordaba también que durante la noche la mujer había regresado para buscar algo de comer, y que había encendido la lámpara junto a su almohada. Despertó del todo la vez que se levantó a beber agua. Pero no se sentía con energía suficiente para ir a ayudar a la mujer en su tarea.
(…)
Cerró los ojos… Ante él flotaban ondulantes manchas de luz… Si trataba de atraparlas, en un instante se arremolinaban y escapaban… Como sombras de escarabajos que hubiesen quedado en la arena.
Lo despertaron los sollozos de la mujer.
—¿Por qué lloras?
La mujer se apresuró a levantarse, tratando de ocultar su embarazo.
—Lo siento… Iba a hacerle un poco de té…
Su voz llorosa lo intrigó. Su espalda, encorvada para atizar el fuego, le daba un aspecto extrañamente turbado y le llevó algún tiempo entender lo que significaba. Sus movimientos eran lentos, como si hojeara trabajosamente las páginas de un libro mohoso. De todas maneras había conseguido volver las hojas. De pronto se vio tan desgraciado que tuvo lástima de sí mismo.
—Fracasé…
—Sí…
—Realmente, fallé de la manera más tonta.
—Pero es que no ha habido una persona que lo haya logrado, ni una sola…
La mujer hablaba con voz nasal, pero había en esa voz cierta fuerza, como si estuviera justificando el fracaso del hombre. Era una ternura lastimosa. ¿No sería demasiado injusto que tanta ternura no fuese compensada?
—Lástima… Pensaba que, de lograrlo, compraría una radio y te la enviaría de inmediato…
—¿Una radio?
—Lo estuve pensando todo el tiempo.
—Oh, no…, no tiene por qué… —dijo ella como disculpándose—. Si trabajo fuerte en labores adicionales, podré comprarla yo misma… Si fuera en cuotas mensuales, sólo tendría que pagar el anticipo, ¿verdad?
—Bueno, tienes razón. Si la compraras en cuotas mensuales, podrías…
—Cuando hierva el agua, ¿quiere que le lave la espalda?
Lo invadió una tristeza como la luz del alba… Bien podían lamerse mutuamente las heridas. Pero, de persistir en las heridas que no se cierran nunca, terminarían por quedarse sin lengua.
—No me había convencido… Pero imagino que la vida no es algo a lo que uno pueda conformarse… Hay vidas de todas clases, y suele verse más verde el otro lado del monte… Lo insoportable para mí es no saber en qué voy a terminar si continúo viviendo de este modo… Aunque lo cierto es que nunca se sabe, cualquiera que sea la vida que uno lleve… No puedo dejar de sentir que sería preferible una vida con algo de distracción…
—¿Quiere que lo lave?
Hablaba como dándole ánimos. Era una voz suave, atractiva. Lentamente se desabrochó la camisa y los pantalones. Sentía como si la arena lo hubiera invadido hasta dentro de la carne. («¿Qué estará haciendo ‹ella›?»)… Era como si todo lo sucedido hasta ayer estuviera a siglos de distancia.
La mujer empezó a enjabonar la toalla.





Fotogramas de La mujer de la arena (1964) de Hiroshi Teshigahara
Tłum. Mikołaj Melanowicz
Kobieta z wydm
I właśnie dlatego – jeśli tylko o to chodzi – nie ma powodu brać tego na serio. Jeśliby tamten mężczyzna, “Mobius», nie zareagował tak samo jak inni jego koledzy, to nie wiadomo, czy byłby tak uparty.
W zasadzie ufał jedynie tamtemu mężczyźnie. Był to entuzjasta ruchu zawodowego, miał podpuchnięte oczy i zawsze wyglądał, jakby dopiero co umył twarz. Raz nawet spróbował otworzyć przed nim szczerze swoje serce, które tak rzadko otwierał dla innych.
– Co ty o tym myślisz? Jeśli chodzi o mnie, duże wątpliwości budzi system nauczania zakładający, że życie ma jakiś sens…
– Co? Co rozumiesz przez “sens»?
– Krótko mówiąc wychowanie iluzoryczne, które wpaja przekonanie, że coś jest, gdy tego nie ma… Właśnie dlatego tak bardzo interesuje mnie piasek, który będąc ciałem stałym posiada w dużym stopniu właściwości hydrodynamiczne…
Jego rozmówca, lekko przygarbiony, z zakłopotaniem pochylił się jeszcze bardziej do przodu. Lecz twarz jego jak poprzednio – była całkowicie widoczna. Nie wyczytał z niej nawet śladu zniechęcenia. Ktoś kiedyś o nim powiedział, że podobny jest do wstęgi Móbiusa. A wstęga Mobiusa – to pasek papieru, którego końce, po uprzednim skręceniu jednego z nich, są ze sobą sklejone tak, że tworzą zamknięty okrąg nie posiadający wierzchu ani spodu. Czy mogło to oznaczać, że działalność związkowa i życie prywatne są złączone na podobieństwo wstęgi Mobiusa? Czuł podziw dla tego człowieka, a jednocześnie odnosił się cynicznie do jego teorii.
– Innymi słowy chodzi ci o wychowanie realne?
– Nie, podałem jako przykład piasek… bo czyż w końcu świat nie jest podobny do piasku? Bardzo trudno uchwycić istotę piasku, jeśli go się rozpatruje jako ciało stałe. Piasek nie tylko płynie – sam ten przepływ j e s t piaskiem. Przepraszam, nie mogę tego wyrazić lepiej…
– Rozumiem, do wychowania praktycznego zawsze wchodzą elementy relatywistyczne, prawda?
– Nie o to chodzi. Sami stajemy się piaskiem… i patrzymy na rzeczy oczyma piasku. Gdy już raz umrzesz, nie potrzebujesz martwić się śmiercią.
Jesteś idealistą. Myślę, że musisz bać się własnych uczniów, nieprawda?
– Tak, gdy myślę, że moi uczniowie są również podobni do piasku…
Mężczyzna wcale nie dał poznać po sobie, że zniecierpliwiła go wymiana tych zdań, wydawałoby się, bez sensu – roześmiał się serdecznie pokazując białe zęby.
Podpuchnięte oczy skryły się całkowicie w fałdach skóry. Rzeczywiście, wyglądał zupełnie jak ta wstęga Mobiusa. Zarówno w dobrym, jak i w złym sensie. A z tej dobrej strony zasługiwał na pochwałę i szacunek.
Tonie coraz głębiej, coraz głębiej… zaraz zapadnie się powyżej kości biodrowej… Co ma robić, na Boga? Gdyby mógł powiększyć powierzchnię kontaktu z piaskiem, ciężar ciała by się zmniejszył w stosunku do danej powierzchni choć trochę, i udałoby się powstrzymać tonięcie. Wyciągnął obie ręce i przylgnął do ziemi. Lecz już było za późno! Chciał się położyć na brzuchu, lecz całą dolną część jego ciała piasek utrzymywał w pozycji pionowej. Nie sposób utrzymać zmęczonych bioder pod właściwym kątem przez czas dłuższy. Jeśli się nie jest dobrze wytrenowanym akrobatą, zachowanie tej pozycji jest bardzo trudne.
Jak ciemno! Cały świat zamknął oczy i zatkał uszy. Ja tu umieram, a nikt nawet nie spojrzy! Lęk szarpnął za gardło i nagle wybuchnął. Mężczyzna otworzył szeroko usta i wydał zwierzęcy krzyk
– Na pomoc!
Szablonowe wyrażenie. Dobrze, niech będzie szablon… Cóż znaczy indywidualność, gdy człowiek patrzy w oczy śmierci? Chcę żyć za wszelką cenę; zwykłym szarym życiem! Wkrótce zapadnie się po piersi, po brodę, już piasek sięga nosa… Stop, dość!
– Ratunku! Proszę! Obiecuję wszystko! Proszę, pomóżcie!… proszę!
W końcu się rozpłakał. Początkowo próbował się jeszcze opanować, potem płacz jego stał się niepohamowanym lamentem. Poddał się już uczuciu poniżającej klęski i drżał przerażony. Nikt go nie widział, było mu więc obojętne. To niesprawiedliwe, że wszystko odbywało się bez żadnych formalności.
Gdy umierał skazaniec, pozostawała po nim przynajmniej notatka w kronice więzienia. On mógł jęczeć. ile chciał… nikt nie patrzył.
Dlatego zdumienie, gdy nagle zawołano na niego z tyłu; było nawet, do pewnego stopnia, okrutne. Był całkowicie pokonany. Nawet uczucie wstydu i poniżenia spopielało w osłupieniu jak podpalone skrzydło ważki.
– Ej, chwyć się tego!
Długi kawałek deski ześliznął się i trafił go w bok. Krąg światła przeciął ciemności i zatrzymał się na desce. Mężczyzna wykręcił swą obezwładnioną górną część ciała i zwrócił się błagalnie do mężczyzn, którzy – jak mu się zdawało – stali za nim.
– Proszę wyciągnąć mnie tym sznurem…
– Też coś, nie jesteś przecież korzeniem, żebyśmy mieli cię wyrywać. – Z tyłu rozległ się śmiech. Nie był pewien, ale mogło ich być czterech lub pięciu.
– Właśnie poszli po łopatę, jeszcze trochę cierpliwości. Gdy oprzesz łokcie na tej desce, nie masz się czego obawiać.
(…)
Uwiązano go na linie i ponownie spuszczono do dołu, jak bagaż. Nikt nie powiedział słowa, jak gdyby to była ceremonia pogrzebowa. Dół był głęboki i ciemny. Księżyc owijał krajobraz wydm słabym, jedwabnym blaskiem uwydatniającym nawet odciski stóp i fale powstałe od wiatru, niby fałdy na szkle. Tylko to miejsce było wyłączone z krajobrazu i stanowiło po prostu ciemną plamę. Nie przejmował się tym specjalnie. Był tak wyczerpany że gdy podnosił głowę, by spojrzeć na księżyc, dostawał zawrotów głowy i nudności.
Kobieta była jeszcze ciemniejszą plamą w tym mroku. Szła za nim, gdy kierował swe kroki ku pościeli, lecz nie wiadomo dlaczego – była dla niego niewidoczna. Nie, nie tylko kobieta – wszystko dokoła było zasnute mgłą. Nawet potem, gdy opadł na posłanie, wydawało mu się, że ostatkiem sił biegnie jeszcze po piasku… I gdy zasnął, we śnie nie przestawał biec. Ale sen miał lekki. W pamięci zachowały się odgłosy pracujących przy piasku mężczyzn i szczekanie psów w oddali. Dobrze pamiętał, jak kobieta przerwała pracę, przyszła na kolację i zapaliła lampę stojącą obok poduszki. Raz wstał, by napić się wody, i znowu natychmiast zapadł w sen. Nie miał jeszcze tyle sił, by wstać i pomóc kobiecie.
(…)
Zamknął oczy. Wydawało mu się, że przepływają przed nim plamy światła. Gdy chciał je złapać, zawirowały i uciekły. Wyglądały jak cienie cicindeli na piasku.
Obudził go płacz kobiety.
– Dlaczego płaczesz?
Aby ukryć zmieszanie, wstała z pośpiechem.
– Przepraszam… chciałam właśnie przygotować herbatę.
Zaskoczyło go, że mówiła nosowym głosem, przez łzy. W sylwetce kobiety, zwróconej do niego tyłem i pochylonej przy poprawianiu ognia w palenisku, był jakiś dziwny niepokój – upłynęła dłuższa chwila, nim pojął, o co chodzi. Myślał tak wolno, jakby chciał odwrócić kartkę pokrytej pleśnią książki. Udało mu się jednak to uczynić. Nagle uświadomił sobie, jak bardzo jest nieszczęśliwy i godny litości.
– Nie udało mi się…
– Tak.
– Naprawdę, nie udało mi się zupełnie.
– Nie udało się to przecież jeszcze ani razu… nikomu… Powiedziała to niepewnie, głosem, w którym kryła się jednak jakaś siła, i zdawało mu się, że starała się go usprawiedliwić. Jakżeż godna litości była jej czułość. Skrzywdziłby ją, gdyby jej tego nie wynagrodził.
– Niestety… Gdyby mi się udało, przysłałbym ci radio.
– Radio…
– Już od dawna myślałem o tym.
– Och, nie trzeba… nie potrzebujesz tego robić… powiedziała zmieszana, jakby go przepraszała. – Jeśli wezmę dużo dodatkowej pracy, będę mogła kupić je tutaj sama. Gdybym kupowała na raty, to wystarczyłoby wpłacić zaliczkę, prawda?
– No, chyba tak, jeśli na raty.
– Zagotuję wodę i umyję ci plecy, dobrze?
Nagle wezbrał w nim smutek barwy poranka. Mogliby sobie wzajemnie lizać rany. Lecz gdyby nawet do końca życia lizali swe nieuleczalne rany, to i tak by się nie zagoiły, a tylko zdarliby sobie języki.
– Nie zrozumiałem… Lecz koniec końców, życie niełatwo zrozumieć. Jest tamto życie i to życie, a to po tamtej stronie wygląda nieco lepiej… Najtrudniejsze do zniesienia jest to, że nie wiadomo, co nas jeszcze czeka. Oczywiście, nigdy tego nie będziemy wiedzieli, niezależnie od tego, jakie jest nasze obecne życie. A jednak nie mogę sil oprzeć wrażeniu, że lepsze jest to życie, które – jakie by nie było – pozwala człowiekowi zapomnieć o wszystkim…
– Czy mogę umyć…
Powiedziała to, jakby chciała dodać mu otuchy. Głos jej był łagodny, wzruszający. Mężczyzna rozpiął koszulę i zaczął zdejmować spodnie. Piasek pokrywał całą skórę. (Ciekawe, co robi teraz tamta?) Wydawało mu się, że to, co przeżył wczoraj, wydarzyło się przed wiekami.
Kobieta zaczęła namydlać ręczniczek.
Geniales estas selecciones en lo que concierne a lo cinéfilo… -como viene siendo habitual-.
BTW:
¿Para cuándo un buen monográfico-síntesis sobre el trabajo y perspectiva de enfoque de tu paisano, Majewski?
https://en.wikipedia.org/wiki/Lech_Majewski
¿Ya viste ‘The mill and the cross’?
https://en.wikipedia.org/wiki/The_Mill_and_the_Cross (IMO: Opus magnum del cine internacional).
https://elítetorrent.com/peliculas/el-molino-y-la-cruz-dvdrip/